Extremismo islámico.

El pueblo islámico pasó por tales episodios a través de la historia, los cuales fueron generando y aumentando un gran resentimiento en ellos hacia la comunidad occidental. Verse apartados y poco considerados por ella los hizo refugiarse en lo único que les entregaba un consuelo: la religión. Basta observar que son más apegados a ella que la mayoría de los países en la cultura occidental. Ocurrido esto el descontento general hoy en día lo han expresado de la forma más extrema posible: inmolaciones de fanáticos que causan desastres, asesinatos de enemigos de la religión e “infieles”, guerras, etc. Todo esto para demostrar el enorme rechazo que ha ido naciendo en ellos hacia occidente, debido a todo lo ocurrido en el pasado, mas esa reacción en extremo violenta fue impulsada por grupos extremistas cuyas interpretaciones de las sagradas escrituras los han llevado a eso.

Podría decirse que el mayor problema hoy en día de la cultura islámica, valiéndonos de los argumentos y propuestas de Hannah Arendt, es su falta de discurso. Arendt propone que el discurso y la acción son complementarios entre sí; de nada sirve un simple discurso que no se ve respaldado por acciones acorde a él, mientras que las acciones puras sin un discurso que comunique un contenido no son útiles, pudiendo caer incluso en el campo de la muda violencia. Muchos podrían decir: “Pero, ellos no quieren entrar en razón”, “Ellos se han visto al extremo de hacer eso”, “¿Cómo se puede hacer reaccionar a un pueblo que comete esas atrocidades?”, etc. Pero, Mahatma Gandhi se vio en posiciones difíciles y nunca levantó una metralleta contra otra persona, lo mismo que en el caso del doctor Martin Luther King. Es vital que la cultura islámica cese el fuego, la acción pura y superviviente, dejar de apelar a los nacionalismos y el resentimiento, para cambiarlo por las palabras y las acciones fuera del campo de la violencia.

El pueblo islámico no está inmerso en una nada flotante, sino que son parte de un mundo rodeado de gente, de personas, de “hombres”, donde el único medio de comunicación en este mundo público es a través de la acción y el discurso. Olvidan que en la pluralidad todos los hombres son iguales y diferentes: iguales, ya que si no fuera así los hombres no se entendería por estos medios; diferentes, ya que si no, estos métodos no serían necesarios para hacernos entender. El problema es que esta segregación que el pueblo islámico ha sufrido, esta diferenciación que los ha seccionado, los ha hecho sentir totalmente diferentes y ajenos a los “hombres”, dejándolos al otro lado de una brecha cuya gran distancia no han encontrado otra forma de subsanar que mediante actos violentos, puesto que sus acciones y discursos no han tocado oído.  

Para impulsar esta instancia de diálogo conviene que traten un asunto fundamental, también tocado por Arendt: el perdón. Hannah Arendt establece que el único acto capaz de borrar las malas acciones del pasado es el acto de perdonar, el cual necesariamente involucra a dos personas, puesto que si alguien perdona a otra persona es porque esta hizo algo para herirle. Los preceptos morales para el perdón no son exteriores a la actividad humana, sino que surgen de la voluntad de vivir junto a otros mediante la acción y el discurso como mecanismos de control para un nuevo comienzo. Sin esta facultad para deshacer o controlar lo que hemos realizado se desencadenarían una serie de procesos que provocarían el caos en la sociedad. Si los países de occidente perdonan los actos cometidos por el pueblo islámico, mientras que ellos perdonan a los de occidente por los grandes tumultos que les hicieron vivir, se habrá dado el primer paso para construir una instancia de discurso y acción entre ellos.

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