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HOMBRE MEDIOCRE


Enviado por   •  28 de Septiembre de 2012  •  3.200 Palabras (13 Páginas)  •  657 Visitas

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Introducción:

El ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección.

Un hombre, un grupo o una raza son idealistas porque circunstancias propicias determinan su imaginación a concebir perfeccionamientos posibles. Los ideales aparecen cuando el pensar alcanza tal desarrollo que la imaginación puede anticiparse a la experiencia; son creencias que influyen en nuestra conducta en la medida en que lo creemos. La imaginación es la madre de toda originalidad la cual despoja a la realidad de todo lo malo y lo adorna con todo lo bueno. El idealismo se trata de un juego de palabras que transportan a las doctrinas filosóficas el sentido que tienen los vocablos idealismo y materialismo en el orden moral.

Se es idealista persiguiendo las quimeras más contradictorias; sin ideales sería inconcebible el progreso; los ideales aspiran a conjugar en su mente la inspiración y la sabiduría. Los ideales suelen ser esquivos o rebeldes a los dogmatismos sociales que los oprimen. Resisten la tiranía del engranaje liberador, aborrecen toda coacción, sienten el peso de los honores con los que se intenta domesticarlos y hacerlos cómplices de los intereses creados, dóciles, maleables, solidarios, uniformes en la común mediocridad.

Los ideales románticos son exagerados porque son insaciables; comprenden que todos los ideales contienen una partícula de utopía y pierden algo al realizarse. Creen que la suprema dignidad se incuba en el sueño y la pasión. En todo lo perfectible cabe un romanticismo: su orientación varía con los tiempos y con las inclinaciones. Algunos románticos se creen providenciales y su imaginación se revela por un mí mismo constructivo.

Las lecciones de la realidad no matan al idealista: lo educan. Busca los caminos propicios, aprende a salvar las asechanzas que la mediocridad le atiende. El idealista estoico mantiene se hostil a su medio. Su actitud es de abierta resistencia a la mediocridad organizada; le sirve estar libre para realiza toda perfección que solo depende de su esfuerzo.

Capítulo 1

La mediocridad podrá definirse como una ausencia de características personales que permiten distinguir al individuo en su sociedad. La personalidad individual comienza en el punto preciso donde cada uno se diferencia de los demás. El hombre sin personalidad no es un modelo, sino una sombra.

Cada uno es el producto de dos factores: la herencia y la educación. La primera tiende a proveerle de los órganos y las funciones mentales que le transmiten las generaciones precedentes; la segunda es el resultado de las múltiples influencias del medio sociales que está obligado a vivir. Esta acción educativa es una adaptación de las tendencias hereditarias a la mentalidad colectiva: una continua climatización del individuo en la sociedad. La imitación desempeña un papel amplísimo, excluso en la formación de la personalidad social. La diversa adaptación de cada individuo a su medio depende del equilibrio entre lo que imita y lo que inventa. El predominio de la variación determina la originalidad. Variar es ser alguien, diferenciarse es tener un carácter propio. La función capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa,; la del hombre superior es la imaginación creadora.

Todos los hombres de personalidad firme son hostiles a la mediocridad. La psicología de los hombres mediocres caracterizase por un riesgo común: la incapacidad de concebir una perfección, de formarse un ideal.

La vulgaridad es el aguafuerte de la mediocridad. Transforma el amor de la vida en pusilanimidad, la prudencia en cobardía, el orgullo en vanidad, el respeto en servilismo. Lleva a la ostentación, la avaricia, a la falsedad, a la avidez, a la simulación.

Capítulo 2

La Rutina es un esqueleto fósil cuyas piezas resisten a la carcoma de los siglos. En su órbita giran los espíritus mediocres: es el habito de renunciar a pensar; repiten que es preferible lo malo conocido a lo bueno por conocer. Todo es menor esfuerzo. Los rutinarios razonan con la lógica de los demás, son intolerantes, prefieren el silencio y la inercia; no pensar es su única manera de no equivocarse. Adora el sentido común sin saber de seguro en que consiste; cofúndenlo con el buen sentido, que es su síntesis. Son incapaces de guardar un secreto; confiárselo equivale guardar un tesoro en una caja de vidrio. La mediocridad intelectual hace al hombre solemne, modesto, indeciso y obtuso. Cuando no le envenenan la vanidad ni la envidia, diríase que duermen sin soñar.

El hombre mediocre que se aventura en la liza social tiene apetitos urgentes: el éxito. No sospecha que exista otra cosa, la gloria, ambicionada solamente por los caracteres superiores. Aquel es un triunfo efímero, al contado: esta es definitiva. El uno se mendiga; la otra se conquista.

Capítulo 3

La hipocresía es el arte de amordazar la dignidad. Los hombres rebajados por la hipocresía viven si ensueño. Ninguna fe impulsa a los hipócritas; no sospechan el valor de las creencias rectilíneas. Esquivan la responsabilidad de sus acciones, son audaces en la traición y tímidos en la lealtad. Cierran todas las rendijas de su espíritu por donde podría asomar desnuda su personalidad, sin el ropaje social de la mentira. El hipócrita suele aventajarse de su virtud fingida, mucho más que le verdadero virtuoso.

Las mediocracias de todos los tiempos son enemigas del hombre virtuoso: prefieren el honesto y lo encumbran como ejemplo. La virtud eleva sobre la moral corriente; implica cierta aristocracia del corazón, propia del talento moral; el virtuoso se anticipa a alguna forma de perfección futura y le sacrifica los automatismos consolidados por el hábito. El honesto, en cambio, es pasivo aunque permanece por debajo de quien practica activamente alguna virtud y orienta su vida hacia algún ideal limitándose a respetar los prejuicios que lo asfixian. Admirar al hombre honesto es rebajarse; adorarlo es envilecerse.

Los tránsfugas de la moral son rebeldes a la domesticación; desprecian la presente cobardía de Tartufo. Ignoran su equilibrismo, no saben simular, agraden los principios consagrados; y como la sociedad no puede tolerarlos sin comprometer su propia existencia, ellos tienden sus guerrillas contra ese mismo orden de cosas cuya custodia obsesiona a los mediocres.

La honestidad es una imitación; la virtud es una originalidad. Ser honesto significa someterse a las convenciones corrientes; ser virtuoso significa a menudo ir contra ellas. La evolución de las virtudes depende de todos los factores morales e intelectuales.

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