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Inntroduccion De La Critica De La Razon Pura KANT

carolinamia_g14 de Mayo de 2013

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IMMANUEL KANT

INTRODUCCIÓN CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA

I. SOBRE LA DISTINCIÓN ENTRE EL CONOCIMIENTO PURO Y EL EMPÍRICO

No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia. Pues

¿cómo podría ser despertada a actuar la facultad de conocer sino mediante objetos que

afectan a nuestros sentidos y que ora producen por sí mismos representaciones, ora ponen

en movimiento la capacidad del entendimiento para comparar estas representaciones, para

enlazarlas o separarlas y para elaborar de este modo la materia bruta de las impresiones

sensibles con vistas a un conocimiento de los objetos denominado experiencia?; por

consiguiente, en el orden temporal, ningún conocimiento antecede a la experiencia y todo

conocimiento comienza con ella.

Pero, aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo

él de la experiencia En efecto, podría ocurrir que nuestro mismo conocimiento empírico fuera

una composición de lo que recibimos mediante las impresiones y de lo que nuestra propia

facultad de conocer produce (simplemente motivada por las impresiones sensibles) a partir

de sí misma. En tal supuesto, no distinguiríamos esta adición [B,2] respecto de dicha materia

fundamental hasta tanto que un prolongado ejercicio nos hubiese hecho fijar en ella y nos

hubiese adiestrado para separarla.

Consiguientemente, al menos una de las cuestiones que se hallan más necesitadas de un

detenido examen y que no pueden despacharse de un plumazo es la de saber si existe

semejante conocimiento independiente de la experiencia e, incluso, de las impresiones de

los sentidos. Tal conocimiento se llama a priori y se distingue del empírico, que tiene fuentes

a posteriori, es decir, en la experiencia.

En lo que sigue entenderemos, pues, por conocimiento a priori el que es absolutamente

independiente de toda experiencia, [B,3] no el que es independiente de ésta o aquella

experiencia. A él se opone el conocimiento empírico, el que sólo es posible a posteriori, es

decir, mediante la experiencia. Entre los conocimientos a priori reciben el nombre de puros

aquellos a los que no se ha añadido nada empírico. Por ejemplo, la proposición «Todo cambio

tiene su causa» es a priori, pero no pura, ya que el cambio es un concepto que sólo puede

extraerse de la experiencia.

II. ESTAMOS EN POSESIÓN DE DETERMINADOS CONOCIMIENTOS A PRIORI QUE SE

HALLAN INCLUSO EN EL ENTENDIMIENTO COMÚN

Se trata de averiguar cuál es el criterio seguro para distinguir el conocimiento puro del

conocimiento empírico. La experiencia nos enseña que algo tiene éstas u otras

características, pero no que no pueda ser de otro modo. En consecuencia, si se encuentra, en

primer lugar, una proposición que, al ser pensada, es simultáneamente necesaria, tenemos

un juicio a priori. Si, además, no deriva de otra que no sea válida, como proposición

necesaria, entonces es una proposición absolutamente a priori. En segundo lugar, la

experiencia nunca otorga a sus juicios una universalidad verdadera o estricta, sino

simplemente supuesta o comparativa (inducción), de tal manera que debe decirse

propiamente: de acuerdo con lo que hasta ahora hemos observado, no se encuentra

excepción alguna en esta [B,4] o aquella regla. Por consiguiente, si se piensa un juicio con

estricta universalidad, es decir, de modo que no admita ninguna posible excepción, no deriva

de la experiencia, sino que es válido absolutamente a priori. La universalidad empírica no es,

pues, más que una arbitraria extensión de la validez: se pasa desde la validez en la mayoría

de los casos a la validez en todos los casos, como ocurre, por ejemplo, en la proposición

«todos los cuerpos son pesados». Por el contrario, en un juicio que posee esencialmente

universalidad estricta ésta apunta a una especial fuente de conocimiento, es decir, a una

facultad de conocimiento a priori.

Necesidad y universalidad estricta son, pues, criterios seguros de un conocimiento a priori y

se hallan inseparablemente ligados entre sí. Pero, dado que en su aplicación es, de vez en

cuando, más fácil señalar la limitación empírica de los juicios que su contingencia, o dado que

a veces es más convincente mostrar la ilimitada universalidad que atribuimos a un juicio que

la necesidad del mismo, es aconsejable servirse por separado de ambos criterios, cada uno

de los cuales es por sí solo infalible.

Es fácil mostrar que existen realmente en el conocimiento humano semejantes juicios

necesarios y estrictamente universales, es decir, juicios puros a priori. Si queremos un

ejemplo de las ciencias, sólo necesitamos fijarnos en todas las [B,5] proposiciones de las

matemáticas. Si queremos un ejemplo extraído del uso más ordinario del entendimiento,

puede servir la proposición «Todo cambio ha de tener una causa». Efectivamente, en ésta

última el concepto mismo de causa encierra con tal evidencia el concepto de necesidad de

conexión con un efecto y el de estricta universalidad de la regla, que dicho concepto

desaparecería totalmente si quisiéramos derivarlo, como hizo Hume, de una repetida

asociación entre lo que ocurre y lo que precede y de la costumbre (es decir, de una necesidad

meramente subjetiva), nacida de tal asociación, de enlazar representaciones. Podríamos

también, sin acudir a tales ejemplos para demostrar que existen en nuestro conocimiento

principios puros a priori, mostrar que éstos son indispensables para que sea posible la

experiencia misma y, consiguientemente, exponerlos a priori. Pues ¿de dónde sacaría la

misma experiencia su certeza si todas las reglas conforme a las cuales avanza fueran

empíricas y, por tanto, contingentes? De ahí que difícilmente podamos considerar tales reglas

como primeros principios. A este respecto nos podemos dar por satisfechos con haber

establecido como un hecho el uso puro de nuestra facultad de conocer y los criterios de este

uso. Pero no solamente encontramos un origen a priori entre juicios, sino incluso entre

algunos conceptos. Eliminemos gradualmente de nuestro concepto empírico de cuerpo todo

lo que tal concepto tiene de empírico: el color, la dureza o blandura, el peso, la

misma impenetrabilidad. Queda siempre el espacio que dicho cuerpo (desaparecido ahora

totalmente) ocupaba. No podemos eliminar este espacio. [B,6] Igualmente, si en el concepto

empírico de un objeto cualquiera, corpóreo o incorpóreo, suprimimos todas las propiedades

que nos enseña la experiencia, no podemos, de todas formas, quitarle aquélla mediante la

cual pensamos dicho objeto como sustancia o como inherente a una sustancia, aunque este

concepto sea más determinado que el de objeto en general. Debemos, pues, confesar,

convencidos por la necesidad con que el concepto de sustancia se nos impone, que se

asienta en nuestra facultad de conocer a priori.

IV. DISTINCIÓN ENTRE LOS JUICIOS ANALÍTICOS Y LOS SINTÉTICOS

En todos los juicios en los que se piensa la relación entre un sujeto y un predicado, (me

refiero sólo a los afirmativos, pues la explicación de los negativos es fácil [después]), tal

relación puede tener dos formas: o bien el predicado B pertenece al sujeto A como algo que

está (implícitamente) contenido en el concepto A, o bien B se halla completamente fuera del

concepto A, aunque guarde con él alguna conexión. En el primer caso llamo al juicio

analítico, en el segundo, sintético. Los juicios analíticos (afirmativos) son, pues, aquellos en

que se piensa el lazo entre predicado y sujeto mediante la identidad; aquellos en que se

piensa dicho lazo sin identidad [B,11] se llamarán sintéticos. Podríamos también denominar

los primeros juicios explicativos, y extensivos los segundos, ya que aquéllos no añaden nada

al concepto del sujeto mediante el predicado, sino que simplemente lo descomponen en sus

conceptos parciales, los cuales eran ya pensados en dicho concepto del sujeto (aunque de

forma confusa). Por el contrario, los últimos añaden al concepto del sujeto un predicado que

no era pensado en él ni podía extraerse de ninguna descomposición suya. Si digo, por

ejemplo: «Todos los cuerpos son extensos», tenemos un juicio analítico. En efecto, no tengo

necesidad de ir más allá del concepto que ligo a «cuerpo» para encontrar la extensión como

enlazada con él. Para hallar ese predicado, no necesito sino descomponer dicho concepto, es

decir, adquirir conciencia de la multiplicidad que siempre pienso en él. Se trata, pues, de un

juicio analítico. Por el contrario, si digo «Todos los cuerpos son pesados», el predicado

constituye algo completamente distinto de lo que pienso en el simple concepto de cuerpo en

general. Consiguientemente, de la adición de semejante predicado surge un juicio sintético.

Los juicios de experiencia, como tales, son todos sintéticos. En efecto, sería absurdo fundar

un juicio analítico en la experiencia, ya que para formularlo no tengo que salir de mi

concepto.

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