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Critica De La Razon Pura


Enviado por   •  2 de Mayo de 2012  •  4.223 Palabras (17 Páginas)  •  5.278 Visitas

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En esta obra Kant busca desarrollar el sistema de toda la moralidad, pudiéndosele considerar como el «edificio de la moralidad» La base de la obra es lograr el estudio de la moralidad pura, dejando de lado cualquier principio empírico y asentando la moralidad en la buena voluntad, que sería lo único bueno sin restricciones. Por eso mismo es la Fundamentación la obra moral de Kant en donde su pensamiento ético llega a mayor claridad de expresión y en donde se encuentran las fórmulas más felices y preñadas de sentido.

En que desarrolla el establecimiento del principio supremo de la moralidad, empleando un método que parte del conocimiento común para llegar al principio supremo, proceder a su comprobación y, luego, descender desde el principio al conocimiento común. En esta obra expone conceptos como la buena voluntad, el deber, imperativo categórico, etc., desde principios a priori de la razón práctica. Ahora bien, la Metafísica de las Costumbres se servirá, en cierto sentido, de las nociones desarrolladas en esta obra para incorporar en la vida cotidiana el principio moral, descubierto en la fundamentación, es decir, el tránsito necesario para encontrar en las condiciones subjetivas la aplicación de una moral pura. He ahí el punto en que radica la necesidad de una Metafísica de las Costumbres: el hecho de que, así como

“del mismo modo que en una metafísica de la naturaleza tiene que haber principios para aplicar los principios supremos universales de una naturaleza en general a los objetos de la experiencia, no pueden faltar tampoco en una metafísica de las costumbres, y tendremos que tomar frecuentemente por objeto la naturaleza peculiar del hombre.” 1

Como dirá el mismo Kant, dicha metafísica podrá aplicarse a una antropología, pero no fundarse en ella. En este sentido, el tránsito necesario que da lugar a esta obra consumará, en efecto, el proyecto kantiano de la plenitud de la razón.

Cuando se habla de la naturaleza peculiar del hombre y el fin de la filosofía kantiana como proyecto, nos referimos a que Kant está manejando su propia concepción de hombre que, sin duda alguna, se encuentra influida por su contexto histórico.

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1Kant Immanuel, La Metafísica de las Costumbres. Estudio preliminar Adela Cortina Orts, 1989; traducción y notas Adela Cortina Orts y Jesús Conill Sancho, 1989. Editorial Tecnos. Madrid

Kant rige su filosofía por el principio mismo de la Ilustración: la capacidad de servirse de la propia razón, a partir de la cual podemos transformar las disposiciones naturales en disposiciones morales, que librando al hombre de las leyes de la causalidad natural, lo erige como autónomo, gracias a las leyes de libertad. De esta forma, el hombre. es concebido como un ser activo, creador de realidad mediante representaciones, y dicha facultad de obrar se extiende, además de la ciencia y el arte, a las costumbres.

El libre arbitrio del hombre, que es el aspecto peculiar al que alude Kant, señala una ambigüedad de por sí, en tanto es susceptible de ser afectado por las inclinaciones –vulnerable a la experiencia-, y facultado para ser determinable por la razón pura. El problema de la moral es que la razón universaliza moralmente, pudiendo constreñir el arbitrio a coincidir con las leyes que ésta le impone, pero aún así queda laxa al terreno de la intención, que es el motor de los motivos impulsores internos que conducen al hombre a actuar de este o tal modo. Por eso, para Kant, es fundamental cambiar el orden de los elementos que inciden en la facultad de desear. Es decir, destituir la inclinación, como el interés del apetito, a la que el placer precede necesariamente como causa, y reemplazarlo por una inclinación no sensible –por hacer concesiones con el uso lingüístico habitual, dice Kant- en que podríamos hablar de un placer intelectual que se seguiría de una determinación de la facultad de desear. Dicha determinación se encontraría en la razón, y el imponérselo al arbitrio es tarea de la voluntad. En la voluntad se encuentra la facultad de derivar acciones de leyes que nos representemos. Así, con Descartes, todo lo que no es acción, es pasión, pero la pasión puede llevar a la acción.

Con estas nociones básicas, queda despejado el camino para entender ahora la división de la Metafísica de las Costumbres en dos partes: Doctrina del Derecho y Principios Metafísicos de la Doctrina de la Virtud.

El libre arbitrio, como se dijo arriba, posee en cuanto posibilidad de fundamentarse así mismo, dos concepciones de libertad. La negativa, que es el hecho de hacerse independiente de su determinación por impulsos sensibles, y la positiva, que es la facultad de la razón pura de hacerse por sí misma práctica, es decir, someter a cada máxima a las condiciones de aptitud para convertirse en ley universal. En este sentido, las leyes de libertad, a diferencia de las de naturaleza, se llaman morales, entre las cuales encontramos dos posibilidades. Por una parte, las leyes jurídicas, que se refieren a la conformidad externa de las acciones con las leyes, y por otro, las leyes éticas, que se refieren a la conformidad interna, de modo que la ley misma sea el móvil de la acción. Se entiende entonces que la diferencia se basa en este último aspecto. En las leyes éticas, no puede haber un móvil externo, en cuanto es la misma razón la que impone la representación de la ley, que determina el arbitrio, para la realización de la acción. Así se da pie a la moralidad, que es la idea del deber según la ley que es a la vez el móvil de la acción. En otras palabras, el estar ligado a esa ley, autoimpuesta, en tanto obligación, que es lo que constituye mi deber, es lo único que me mueve. Es aquí donde radica y se realiza la libertad trascendental. En las leyes jurídicas se me presenta como objetivamente necesaria la acción que debo realizar, pero no teniendo como móvil la propia ley. Así, la legalidad es la mera concordancia o discrepancia de la acción con la ley.

Es en la ley ética donde reside la verdadera autonomía, fundada en la no obediencia de ninguna ley que la razón práctica no se dé a sí misma. Esta es la racionalidad que fundamenta todo derecho positivo. Sale ahora a la luz el motivo de la división de la metafísica de las costumbres: dado que el hombre posee un libre arbitrio (ambiguo) y vive en sociedad, la ley, que es sinónimo de libertad, sin embargo nos ofrece un prisma que se ajusta a la naturaleza de éste. Si por el lado de la dignidad personal debemos, no solamente obrar conforme a la ley, si no por mor a la ley, por el lado de la persona como ciudadano, basta con actuar conforme a la ley, ya que de esta forma se mantiene la armonía entre los integrantes de la comunidad, lo que constituye la libertad jurídica.

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