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Jorge Ibargüengoitia


Enviado por   •  6 de Diciembre de 2011  •  2.786 Palabras (12 Páginas)  •  591 Visitas

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Jorge Ibargüengoitia (1928-1985)

un llamado al estudio de la ironía

Adolfo Díaz Ávila

"No podemos explicar con madurez el lenguaje

hasta que no nos sintamos… a gusto con la ironía"

Kennet Burke

Parece justificarse una reflexión sobre el tema si se está convencido del papel de la cultura a través de la literatura, del arte y del pensar reflexivo en la conformación de los modos de ser de cada sociedad y época. Se trata de una invitación a ensayar ejercicios de racionalidad instalada sobre los rieles del decurso histórico.

La obra de este autor, mediante el vehículo expresivo del humor, cala más hondamente en los problemas y situaciones humanas, ayuda a experimentar el sufrimiento y dolor que conllevan; en último término, a pensar desde "un sentir originario" como fuera el anhelo de María Zambrano.

Conforme avanzaba, Ibargüengoitia iba conquistando una conciencia más lúcida que le impulsaba a nuevos cuestionamientos y le exigía poner en tela de juicio más y más "verdades" establecidas. Por ello, es de lamentar que la brevedad de vida no le haya dado la posibilidad de culminar la tarea reflexiva sobre la existencia humana, sobre sus sentidos y sus sin-sentidos.

El caso es que su obra pone a nuestra disposición abundancia de materiales para indagar y conocer la naturaleza y propósitos de la ironía.

Un punto de partida desde lo comúnmente aceptado nos lo ofrece el estudio de Jaime Castañeda Iturbide en su libro, El Humorismo desmitificador de Jorge Ibargüengoitia.

Como lo indica el título, pretende ubicar en lo justo, a partir de los propósitos rastreables en la obra, el recurso al humorismo como vehículo formidable para el intento de reacomodo de las piezas en el tablero de la mentalidad e idiosincrasia del mexicano de la segunda mitad del S. XX. Con la envoltura del humor, con recursos lúdicos, efectivamente el autor nos hace reír, pero su intención va más allá, se propone incentivar nuestro pensar. Eso explica su indisposición a ser tildado simplemente de escritor humorista; no porque no lo fuera, sino porque su interés consistía en poner el humor y la ironía al servicio de un actitud crítica; así lo expresaba textualmente: "…Yo veo las cosas así. Mi vida está vista a través de algo que es una pantalla irónica" [Ibargüengoitia, 1977]. Para Castañeda se trata no de un humorismo puro, filosófico, pero tampoco de su extremo opuesto, el mero chiste; más bien lo sitúa en una posición intermedia, entre uno y otro. Humorismo, entonces, resultado del esfuerzo y puesta en acción de las facultades (entendimiento, imaginación, memoria y sentidos), tras el empeño de extraer la mayor riqueza de sentido y de luz por la fuerza de la intuición; ya no análisis descriptivo ni esquematismos o generalizaciones, sino contacto inmediato entre facultades y objetos intuidos: el país, sus instituciones, las experiencias y trozos de vida con sus sabores y sinsabores, anhelos, fracasos etc.

Ese humorismo crítico, esa ironía, como modos de estar en el mundo, de asumir y ejercer la propia existencia; ahí echa raíces el halo de escepticismo que rodea su obra, de ahí brota la sátira mordaz ante lo que registra su mirada en el entorno exterior y en el mundo interno, lo que vive, goza y sufre desde sí.

En otras palabras, persigue ante todo des-velar, desenmascarar, para acercarse y acercarnos a lo que solemos designar como realidad.

José de la Colina nos lo muestra atento al "desilusionante y a la vez, divertido juego del mundo […] lo ve, dice, con una mirada tranquila pero que tiene filo de cuchillo. Humor seco, ha dicho Octavio Paz […] de ascendencia sajona más que latina, y una cierta inclinación a difamar la realidad […] Es […] un empequeñecedor de enormidades, un trivializador de trascendencias" [De la Colina, 1983].

Disposiciones, pues, o predisposiciones de orden natural en este escritor que, en cuanto fueron puestas a prueba en situaciones vivenciales concretas, emergieron prontas y lúcidas a cumplir su tarea.

Vicente Leñero [Leñero, 1989], al resumir datos biográficos de Ibargüengoitia, advierte que como Dostoievski, Robbe Grillet y otros escritores, él pensó y ensayó dedicarse a la ingeniería; estudió tres años de esta carrera y hasta dedicó después otros tres a la agricultura en el rancho familiar, por cierto, con éxito, hasta que, ocasionalmente, obligado a acudir a la ciudad de Guanajuato para reparar maquinaria, se topó en la casa de su madre con Salvador Novo, quien en calidad de director iba a presentar una obra de Emilio Carballido, Rosalba y los Llaveros. La manera en que lo relata confirma lo dicho:

No sé si la representación fue excelente o si mi condición anímica era extraordinariamente receptiva. El caso es que ahora sé, y confieso con un poco de vergüenza, que ninguna representación teatral me ha afectado tanto como aquélla…

Pero el motor diesel se descompuso el lunes, yo dije "¡basta de rancho! " y en ese entonces dejé de ser agricultor. Tres meses después, me inscribí en la Facultad de Filosofía y Letras [Ibargüengoitia, 1974].

Otros acontecimientos y circunstancias propiciaron el curso y evolución en sus planes y pretensiones, uno decisivo, el que Rodolfo Usigli hubiese sido su maestro y con tal influencia que a él atribuye la culpa de haberse dedicado a escribir teatro durante diez años; reconoce, a la vez, el valor de su clase, sin la cual el paso por Filosofía y Letras hubiese quedado en pura banalidad; eso le animó a terminar los estudios.

Durante dicho período compuso un buen número de obras de teatro que obtuvieron diversos tipos de acogida por parte del medio; pero, una de ellas le condujo a incursionar en los terrenos de la narrativa:

El atentado (sobre el asesinato de Obregón) me dejó dos beneficios: me cerró las puertas del teatro y me abrió las de la novela. Al documentarme para escribir esta obra encontré un material que me hizo concebir la idea de escribir una novela sobre la última parte de la revolución mexicana [Ibargüengoitia, 1985].

Por cierto, otra obra de teatro, La conspiración vendida, mediante la cual esperaba allegarse fondos económicos, que, en primera instancia, no resultaron del todo suficientes, le redituó, empero, otro tipo de satisfacción, pues con ella posteriormente ganó un concurso, y pudo así satisfacer sus apremios económicos, pero, además, le compensó con el sabor de la venganza:

… el destino me deparó

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