Justificacion de poder en la obediencia
Sidera VisusApuntes8 de Octubre de 2018
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La justificación del poder en la obediencia. El poder valiéndose de lo irracional
El poder del Estado dictamina una serie de reglas las cuales son habitualmente obedecidas por la sociedad. Dichas reglas son el sustrato ideológico en que se fundan los derechos y obligaciones de cada individuo y el funcionamiento del aparato político. Toda obediencia a aquellas reglas se fundan en aspectos racionales y concientes de la sociedad respecto de la autoridad del poder estatal, como lo son el temor a recibir una pena, en la inercia, en el hábito de obedecer, en la creencia de que es más sencillo obedecer que mandar o en la creencia de que el orden social es tal gracias al cumplimiento de las normas legales.
Ahora bien, el poder del estado no sólo justifica su actividad mediante la coerción expresa. En los tiempos que corren nos encontramos rodeados y continuamente atacados por información contradictoria proveniente de fuentes imposibles de verificar y funcional a un mecanismo de propaganda a través del que se intenta llegar a la médula inconsciente del hombre. Los artilugios persuasivos de los que el poder dispone se valen de la imposibilidad del pueblo de entablar una comunicación directa con los representantes políticos para confundir y tergiversar la información, transmitirla de manera tal que se produzcan determinados efectos en los receptores del mensaje. Se trata de un control de masas a nivel psicológico por parte de las esferas que ejercen el poder político, las cuales trabajan continuamente para mantenerse en el mismo, bien de manera primaria, digamos, visible, expresa; bien de manera tácita, formando parte de los “grupos de asesoramiento” que acompañan a todo funcionario público.
Hace algunos meses quedó al descubierto esta faceta persuasiva del poder político al darse a conocer las labores de la corporación Cambridge Analytica para distintas agrupaciones políticas alrededor del mundo, entre ellas, la parcialidad que hoy gobierna la República Argentina. La labor de Cambridge Analytica era realizar un trabajo de campo y recopilar la información digital que la población de determinado territorio acepta compartir legalmente para generar, a partir de ella, una serie de perfiles psicológicos standard. En base a cada perfil psicológico obtenido en el trabajo de campo, se procedía a elaborar y difundir información pseudo-periodística con el objetivo de sembrar un malestar social que agravaba el no menor malestar real de la sociedad frente a la corrupción de los gobernantes. Cabe resaltar que este direccionamiento de los flujos de intereses e inquietudes sociales no es algo propio del siglo XXI y del avance de la tecnología o de las redes sociales y sus condiciones respecto al uso de la información personal. Ya desde el siglo XX se teoriza la astuta capacidad del poder de leer con habilidad lo que la voluntad general reclama y responder a ello con propuestas políticas, la diferencia se haya en que esos reclamos hoy no responden a ciertos lineamientos de “lo políticamente correcto”, sino que, al tener la posibilidad de hacerlos desde la intimidad de una red social, de un celular, de un perfil anónimo, se reacciona de manera auténtica y mucho menos mesurada.
Gargarella no aborda estas tópicas pero sí refiere a la falta de comunicación entre los representantes políticos y la sociedad. El bache comunicacional del cual se aprovechan los medios de comunicación y la faceta persuasiva del poder haya su razón en la irregularidad constitucional que existe entre la gran cantidad de derechos sociales y la regulación del funcionamiento del aparato político. Para Gargarella, durante las últimas décadas los movimientos progresistas han consquistado una gran cantidad de derechos, pero que no se condicionan cuantitativamente ni cualitativamente con lo logrado por los grupos de constituyentes. Tenemos así una democracia representativa aggiornada a los reclamos sociales de hoy pero un aparato político que mantiene la misma organización y el mismo funcionamiento que en el siglo XVIII, época en la que se tenía la ilusión de que teniendo un representante de cada esfera social se constituía una democracia válida, aspecto que si era discutible en su momento hoy, con la multiplicidad de modos de vida y subdivisiones dentro de una misma esfera social es, cuanto menos, obsoleta y ridícula.
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