KANT
perezlomeliBiografía10 de Junio de 2015
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Manuel Kant nació el 22 de Abril de 1724 en Koenisberg, siendo el cuarto hijo de una honrada familia de artesanos, de regular aunque insignificante fortuna. Eran sus padres oriundos de Escocia; de suerte que estaba Kant ligado por parentesco nacional con David Hume, de quien precisamente recibió el primer impulso para sus imperecederas elucubraciones filosóficas. Su padre, sillero, usaba todavía en su firma la ortografía escocesa, Cant. Nuestro filósofo cambió la primera letra para evitar una falsa pronunciación, Zant. Del mismo modo que en otros hombres célebres se ha observado que reciben principalmente de la madre las influencias que más persisten, así también Kant, que tenía por su madre el más vivo afecto, recibió de ella desde sus primeros años una influencia decisiva y parece que ella tuvo siempre por él una gran predilección. Hasta decía Kant haber heredado sus mismas facciones, y aún en sus últimos tiempos hablaba siempre de su excelente madre con el más profundo enternecimiento. «Nunca olvidaré a mi madre» –decía en el seno de la confianza– «ella es la que ha sembrado y fomentado en mi pecho el primer germen del bien; ella abrió mi corazón a las impresiones de la naturaleza; despertó mi inteligencia; la desarrolló, y sus enseñanzas han tenido sobre toda mi vida una influencia duradera y saludable.»
Los padres de Kant, y particularmente la madre, estaban entregados al pietismo que entonces imperaba y que tan poco se parece al que entre nosotros existe. Aun estando en contradicción con la creencia obstinada de la letra, buscaba aquel pietismo la salud del hombre, no en las exteriores manifestaciones, sino en la edificación interior, en la interior pureza y en la piedad del espíritu.
Esta dirección, que naturalmente no excluye la rigidez de la creencia, era la que propagaba en Koenisberg el Dr. Franz Albert Schultz, que vino a esta ciudad en 1731 de predicador y miembro del consistorio, que fue elegido profesor de teología al año siguiente, y que más tarde se encargó de la dirección del colegio de Federico (collegium Fridericianum).
Este hombre ejerció, de acuerdo con el sentido del príncipe reinante, una influencia duradera sobre todas las escuelas prusianas. En él [103] puso la madre de Kant toda su confianza. Ella le consultaba para la educación de su hijo, y seguía con tanto más gusto sus consejos, como que Schultz indicaba la carrera teológica para él. Así, a los diez años, fue enviado Kant al colegio de Federico, dirigido por su protector, y donde imperaba desde su creación el espíritu del pietismo.
Una singular coincidencia ha confiado la educación de los innovadores de la filosofía moderna a poderes que más tarde han combatido ellos con la mayor energía. Bacon fue educado por escolásticos; Descartes por jesuitas; Spinoza por los rabinos, y Kant por los pietistas. Sin embargo, Kant no tuvo que sufrir la influencia de los pietistas; las estrechas miras de la intransigencia pietista le fueron completamente extrañas y no pudieron introducirse en el ánimo del escolar. Lo que tiene el pietismo de malsano y contrario a la razón y lo que a los espíritus débiles suele comunicar, no hallaba en Kant simpatía alguna. Pero en un aspecto ejerció el pietismo sincero cierta influencia saludable sobre su espíritu, a saber: en la severidad moral de sus sentimientos y en la rigidez de su conciencia, cosas que siempre pedía y que mismo practicaba. Tampoco ha negado el reconocimiento que al pietismo tenía por lo que toca a la energía moral. Porque la perfecta y rigurosa pureza de los sentimientos fueron siempre el último fin, el único y el más elevado de sus doctrinas filosóficas sobre la moral. Esa disposición al rigorismo moral que en Kant observamos, fue alimentada y desarrollada, sin duda alguna, por su educación pietista. El mismo Schultz reunía en su persona el espíritu estrecho del pietismo y un carácter severo, moral y generoso, éste rodeaba del mayor cuidado al discípulo que le confiaron, y era para Kant y sus padres, un padre, un bienhechor, Kant, hasta en la edad más avanzada, habló siempre de él con el más vivo reconocimiento, y su deseo predilecto era levantar al maestro y bienhechor de su juventud un monumento público.
Los siete años de escuela (1733-1740), no ofrecen nada de particular. Él era todo lo contrario de un genio precoz. No era la escuela el escenario donde podían manifestarse con brillo y lucimiento sus facilidades extraordinarias. De estructura débil y delicada, de pecho estrecho y hundido y de no muy bien hecha figura, debía Kant ante todo obtener por un esfuerzo enérgico de la voluntad el sentimiento de su propio valor y flexibilidad intelectual. Tenía principalmente que combatir con dos obstáculos físicos: la timidez y la falta de memoria, defectos que bastan para ocultar las mejores disposiciones de un niño. Kant no pudo, hasta cierto punto, libertarse nunca de esta timidez innata. Y es que además estaba [104] sostenida por su modestia. Al mismo tiempo se observaba en él desde muy temprana edad una rápida presencia de espíritu, que le servia de mucho en los pequeños peligros que existen en la vida de un joven. Era tímido, pero no miedoso. Ya se podría prever que tendría voluntad e inteligencia de sobra para vencer los enojosos obstáculos que la naturaleza había colocado en su camino. A medida que avanzaba en la carrera escolar, sus facultades se hacían más notorias, y demostraba mayor celo en el estudio. En cuanto a la enseñanza que se le daba, iba muy bien en los estudios clásicos, particularmente en el latín, que lo aprendía con Heidernich, y muy mal en matemáticas y filosofía. Hasta tal punto era mala esta última parte, que Kant se inclinó con grandísima predilección a los estudios clásicos, y nadie hubiera adivinado en él al futuro filósofo. Se entregó sobre todo a la lectura de los autores latinos, y esto constituía para él un ejercicio de estilo y de memoria. Aprendió a escribir correctamente el latín; hasta tal punto, que supo más tarde expresar en el latín escolástico las más arduas cuestiones de metafísica. Su memoria se llenó tanto de los escritos de los poetas romanos, que hasta en su vejez recitaba de memoria los trozos más escogidos, en particular el poema de Lucrecio. Entonces pensaba Kant dedicarse por completo a la filología. Ya se veía él hecho un filólogo futuro escribiendo libros en latín, con el nombre de Cantius en la portada. El celo por el estudio de los autores latinos, el proyecto de hacer de esto su única ocupación, lo compartía Kant con dos condiscípulos; uno de los cuales realizó en efecto, y con éxito, esos planes de la juventud: este fue David Ruhnken, de Stoepe, que en el mundo filológico ha hecho célebre el nombre de Ruhnkenius. El otro discípulo era Martin Kunde, de Koenisberg, cuyo talento ahogaron las necesidades materiales, y vivió siempre en muy triste situación hasta que al fin murió de rector en la escuela de Rastemburg. Los tres jóvenes rivalizaban en sus estudios filológicos; juntos leían a sus autores predilectos y en común formaban sus planes para el porvenir. Muchos años después, Ruhnken y Kant eran ya profesores célebres; el uno en Leyda, el otro en Koenisberg. En 1771, Ruhnken escribió a Kant una epístola clásica donde recordaba a su antiguo amigo los años de la juventud y el colegio. Federico Ruhnken sólo sabía entonces del filósofo Kant lo que oía decir y alguna que otra crítica sobre sus obras. Únicamente sabía que Kant se ocupaba de filosofía inglesa, a la cual estimaba en mucho. Encargaba a Kant que escribiera sus obras en latín para que los ingleses e irlandeses pudieran leerlas; que esto debía serle fácil al que en la escuela escribía, con tanto primor esta [105] lengua. Es de creer que Kant fuera contado, cuando estaba en las clases superiores con Ruhnken, entre los mejores alumnos; este al menos es el recuerdo que en su amigo había dejado. Así le decía en esa carta: «Erat tum ea de ingenio tuo opinio, ut omnes predicarent, posse te, si studio nihil intermiso contenderes, ad id, quod in litteris summun est, pervenire.» Acaso haya exagerado un poco la retórica latina. Al comienzo de la carta, el primer recuerdo de la juventud está consagrado a los maestros pietistas, que parecen al filólogo clásico una mala aventura, de la cual los dos amigos han sacado el mejor partido posible: «anni triginta sunt lapsi, cum uterque tetrica illa quidem, sed utili nec poenitenda fanaticorum disciplina continebamur.»
Las ciencias filosóficas y matemáticas no contaban en la escuela con ningún Heydenreich, y el estudio de estos ramos fue infructuoso. Siempre que Kant recordaba aquellos estudios, decía a su amigo Kunde que sus antiguos profesores de filosofía, no solo no desarrollaban en él la llama de esta ciencia, sino que más bien estuvieron a punto de apagarla por completo.
2. Los estudios académicos
En la Universidad sucedió precisamente lo contrario. Aquellas ciencias que estaban más descuidadas en el colegio Federico, tenían en la universidad sus mejores representantes. Daba lecciones de filosofía y matemáticas el todavía joven e ilustre Martin Knutzen; de física, Gotfried Teske. Aquí entró nuestro Kant en un nuevo mundo, que en adelante había de ser su verdadera patria. La chispa que la escuela no pudo encender se convirtió aquí en brillante llama que con su fulgor iluminaría más tarde como reluciente astro al mundo del pensamiento. El que mayor influencia ejerció sobre Kant fue Knutzen, el cual le introdujo en el estudio de las matemáticas y de la filosofía, le hizo conocer las obras de Newton, le sirvió de amigo y de maestro y le ayudó con sus consejos.
Primeramente se inscribió
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