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LA FILOSOFIA CRISTIANA, UNA REFLEXION


Enviado por   •  28 de Marzo de 2014  •  2.502 Palabras (11 Páginas)  •  322 Visitas

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LA FILOSOFIA CRISTIANA, UNA RELFEXIÓN

La expresión filosofía cristiana aparece en bastantes autores antiguos, entre los que merecen citarse, sobre todo, san Justino y san Agustín. Para ellos se trataba, bajo ese nombre, de una auténtica sabiduría teológica, en la que las verdades divinamente reveladas entraban, junto con las alcanzadas por la sola razón, en un único cuerpo de doctrina. Y esa misma concepción se mantiene en muchos otros autores antiguos, medievales y modernos, como Salviano, Hugo de San Víctor, Erasmo, Javelli, Luis de Granada, Formey, etc.

Dentro de los autores modernos es Francisco Suárez el primero que, distinguiendo con claridad la razón de la fe, y la filosofía de la teología, enseñó expresamente, al comienzo de sus Disputaciones metafísicas, que la filosofía, aunque es esencialmente distinta de la teología, debe, sin embargo, ser cristiana, o sea, no sólo no opuesta a las verdades divinamente reveladas, sino también positivamente conforme a ellas. Y así escribe: «De tal manera desempeño en esta obra el papel de filósofo, que jamás pierdo de vista que nuestra filosofía tiene que ser cristiana, y servidora de la teología divina». Por ese camino fueron después otros muchos autores, como Luis Carbón, Juan Martínez de Prado, Antonio Goudin, Salvador Rosselli y Cayetano Sanseverino. Y en la misma línea se encuentra también León XIII, al hablar en sus encíclicas, sobre todo en la Aeterni Patris, de sabiduría cristiana.

Mas la cuestión misma de la filosofía cristiana fue objeto de famosas controversias a partir, sobre todo, del año 1931, fecha de una reunión de la Sociedad Francesa de Filosofía, dedicada al tema. Los nombres más representativos de esas controversias fueron Emilio Brehier y León Brunschvicg, por una parte, y Esteban Gilson y Jacobo Maritain, por otra. Veamos sus distintas posturas.

La expresión filosofía cristiana, dice Brehier, puede tener uno de estos dos sentidos: o que sea una filosofía enteramente conforme con la fe cristiana y aprobada por el Magisterio de la Iglesia, y entonces es absorbida por la doctrina de la fe y deja de ser filosofía, o quiere significar que la religión y la fe cristianas han excitado el trabajo puramente filosófico de la razón natural, en la investigación y en el hallazgo de una nueva concepción del mundo, y esto, de hecho, nunca ha ocurrido.

Por su parte, Brunschvicg dice que, como la verdad no puede ser sino una y la misma para todos, no se debe añadir el adjetivo cristiana a la realidad de la filosofía. El adjetivo cristiana niega el sustantivo filosofía, porque la revelación cristiana, según se supone, proporciona una verdad indudable y ya conseguida, y por lo tanto excluye radicalmente la inquietud y la búsqueda de la verdad, que pertenece a la esencia de la auténtica filosofía.

En contraste con ellos se encuentran Maritain y Gilson. Para Maritain la filosofía, al menos la filosofía moral, tiene una dependencia esencial respecto de la sagrada teología, a la que debe subalternarse –y por tanto, también a la fe–, para que sea una verdadera ciencia y esté adaptada a su propio objeto en la presente condición de la naturaleza humana. La ética, pues, debe ser, no sólo positivamente, sino esencial y formalmente cristiana.

Por su parte, Gilson defiende que el espíritu de toda filosofía cristiana es teológico. Pero el espíritu es lo que hay de más formal en la filosofía. Luego, según él, la filosofía de los Padres de la Iglesia y de los Doctores escolásticos es esencial y formalmente cristiana, y no sólo en cuanto a su parte moral, sino en todas sus partes. Y parece que a la misma conclusión llega Mauricio Blondel, aunque este proponga su tesis bajo otro aspecto: el práctico y de la acción vital. La filosofía, viene a decir, descubre su propia imperfección y su radical insuficiencia en el orden de la vida, y allí reclama naturalmente un complemento y plenitud, que ella no puede darse a sí misma. Simultáneamente, sin embargo, viene a su encuentro la revelación cristiana, que le ofrece una completa liberación de esa miseria y de esa insuficiencia natural. De todo lo cual resulta que la filosofía y la revelación cristiana se exigen mutuamente y se completan entre sí de modo esencial, con lo que la filosofía debe ser íntima y esencialmente cristiana. Es el resultado de ese reclamo mutuo entre las exigencias cristianas de la filosofía y las exigencias filosóficas del cristianismo.

Mas, aparte de esas dos posturas extremas, se han dado otras intermedias.

En primer lugar, la de Desiderio Mercier y otros, que proponen que la fe cristiana no es, no puede ser, para el filósofo un motivo de adhesión o una fuente directa de conocimientos, sino sólo una salvaguarda o una norma negativa. Y semejante a esta es la postura de Fernando van Steengerghen, que considera esencial, en este asunto, la distinción entre el filósofo y la filosofía, de suerte que si bien se puede hablar con sentido de filósofos cristianos, es un error de bulto hablar de filosofía cristiana, ya que esta expresión abstracta no puede significar otra cosa que filosofía esencialmente cristiana, lo que entrañaría una contradicción en sus propios términos.

Otra postura intermedia es la de Luis Bogliolo, quien defiende la tesis de que la llamada filosofía cristiana es, desde luego, formalmente filosofía, aunque también sea materialmente cristiana; tiene, pues, de filosofía todo lo que les es propio a los saberes que se apoyan sólo en la luz natural de la razón, pero tiene también de teología el ocuparse de asuntos de los que trata asimismo la teología, aunque bajo otra luz.

Finalmente tenemos la postura de Santiago Ramírez, que defiende la posibilidad, y también la existencia, de una auténtica filosofía cristiana, que ha de ser, desde luego, sustancial o esencialmente filosofía, pero que también debe ser accidentalmente cristiana.

LA VERDADERA NOCIÓN DE «FILOSOFÍA CRISTIANA».

Viniendo ahora a la determinación sistemática de la noción de filosofía cristiana, conviene comenzar diciendo lo que no debe ser dicha filosofía.

No debe ser, en primer lugar, teología sagrada, o parte de la teología. Y esto indudablemente ocurriría si, en su elaboración, se apelara positivamente, como a una fuente directa de conocimientos, a la revelación divina y a la fe sobrenatural. Estaríamos entonces ante una filosofía esencialmente cristiana, lo que es imposible. En efecto, lo esencialmente cristiano en la línea del conocimiento, o es la fe divina, o lo deducido de la fe divina de manera necesaria e intrínseca. Y entonces la expresión filosofía cristiana tendría este sentido: filosofía

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