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LA REPÚBLICA Platón


Enviado por   •  30 de Abril de 2013  •  Ensayos  •  6.581 Palabras (27 Páginas)  •  713 Visitas

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LA REPÚBLICA Platón

I

I. Acompañado de Glaucón, el hijo de Aristón , bajé ayer al Pireo con propósito de orar a la diosa y ganoso al mismo tiempo de ver cómo hacían la fiesta, puesto que la celebraban por primera vez.

Parecióme en verdad hermosa la procesión de los del pueblo, pero no menos lucida la que sacaron los tracios. Después de orar y gozar del espectáculo, emprendíamos la vuelta hacia la ciudad. Y he aquí que, habiéndonos visto desde lejos, según marchábamos a casa, Polemarco el de Céfalo mandó a su esclavo que corriese y nos encargara que le esperásemos. Y el muchacho, cogiéndome del manto -por detrás, me dijo:

-Polemarco os encarga que le esperéis.

Volviéndome yo entonces, le pregunte dónde estaba él.

-Helo allá atrás -contestó- que se acerca; esperadle.

-Bien está; esperaremos -dijo Glaucón.

En efecto, poco después llegó Polemarco con Adimanto, el hermano de Glaucón , Nicérato el de Nicias y algunos más, al parecer de la procesión. y dijo Polemarco:

-A lo que me parece, Sócrates, marcháis ya de vuelta a la ciudad.

-Y no te has equivocado -dije yo.

-¿Ves -repuso- cuántos somos nosotros?

-¿Cómo no?

-Pues o habéis de poder con nosotros -dijo- u os quedáis aquí.

-¿Y no hay -dije yo- otra salida, el que os convenzamos de que tenéis que dejarnos marchar?

-¿Y podríais convencemos -dijo él- si nosotros no queremos?

-De ningún modo -respondió Glaucón.

-Pues haceos cuenta que no hemos de querer.

Y Adimanto añadió:

-¿No sabéis acaso que al atardecer habrá una carrera

de antorchas a caballo en honor de la diosa ?

-¿A caballo? -dije yo-. Eso es cosa nueva. ¿Es que se pasarán unos a otros las antorchas corriendo montados? ¿O cómo se entiende?

-Como tú lo has dicho -replicó Polemarco-, y además celebrarán una fiesta nocturna que será digna de ver; y nosotros saldremos después de levantamos de la cena y asistiremos a la fiesta y nos reuniremos allá con mucha gente joven y charlaremos con toda ella. Quedaos, pues, y no penséis en otra cosa.

-Veo -dijo Glaucón- que vamos a tener que quedamos.

-Pues si así parece -dije yo-, habrá que hacerlo.

II. Fuimos, pues, a casa de Polemarco y encontramos allí a Lisias y a Eutidemo, los hermanos de aquél, y también a Trasímaco el calcedonio y a Carmántides el peanieo y a Clitofonte, el hijo de Aristónimo . Estaba asimismo en la casa Céfalo, el padre de Polemarco, que me pareció muy avanzado en años, pues hacia tiempo que no le veía . Estaba sentado en un asiento con cojín y tenía puesta una corona , ya que acababa de hacer un sacrificio en el patio; y nosotros nos sentamos a su lado, pues había allí algunos taburetes en derredor.

Al verme Céfalo me saludó y me dijo: -¡Oh, Sócrates, cuán raras veces bajas a vernos al Pireo! No debía ser esto; pues si yo tuviera aún fuerzas para ir sin embarazo a la ciudad, no haría falta que tú vinieras aquí, sino que iríamos nosotros a tu casa. Pero como no es así, eres tú el que tienes que llegarte por acá con más frecuencia: has de saber, en efecto, que cuanto más amortiguados están en mí los placeres del cuerpo, tanto más crecen los deseos y satisfacciones de la conversación; no dejes, pues, de acompañarte de estos jóvenes y de venir aquí con nosotros, como a casa de amigos y de la mayor intimidad.

Y en verdad, Céfalo -dije yo-, me agrada conversar con personas de gran ancianidad; pues me parece necesario informarme de ellos, como de quienes han recorrido por delante un camino por el que quizá también nosotros tengamos que pasar, cuál es él, si áspero y difícil o fácil y expedito. y con gusto oiría de ti qué opinión tienes de esto, pues que has llegado a aquella edad que los poetas llaman «el umbral de la vejez »: si lo declaras período desgraciado de la vida o cómo lo calificas.

III. -Yo te diré, por Zeus -replicó-, cómo se me muestra, ¡oh, Sócrates!: muchas veces nos reunimos, confirmando el antiguo proverbio , unos cuantos, próximamente de la misma edad; y entonces la mayor parte de los reunidos se lamentan echando de menos y recordando los placeres juveniles del amor, de la bebida y los banquetes y otras cosas tocantes a esto, y se afligen como si hubieran perdido grandes bienes y como si entonces hubieran vivido bien y ahora ni siquiera viviesen. Algunos se duelen también de los ultrajes que su vejez recibe de sus mismos allegados y sobre ello se extienden en la cantinela de los males que aquélla les causa. y a mí me parece, Sócrates, que éstos inculpan a lo que no es culpable; porque si fuera ésa la causa, yo hubiera sufrido con la vejez lo mismo que ellos, y no menos todos los demás que han llegado a tal edad. Pero lo cierto es que he encontrado a muchos que no se hallaban de tal temple; en una ocasión estaba junto a Sófocles, el poeta, cuando alguien le preguntó:

«¿Qué tal andas, Sófocles, con respecto al amor? ¿Eres capaz todavía de estar con una mujer?». y él repuso: «No me hables, buen hombre; me he librado de él con la mayor satisfacción, como quien escapa de un amo furioso y salvaje ». Entonces me pareció que había hablado bien, y no me lo parece menos ahora; porque, en efecto, con la vejez se produce una gran paz y libertad en lo que respecta a tales cosas.

Cuando afloja y remite la tensión de los deseos, ocurre exactamente lo que Sófocles decía: que nos libramos de muchos y furiosos tiranos. Pero tanto de estas quejas cuanto de las que se refieren a los allegados, no hay más que una causa, y no es, Sócrates, la vejez, sino el carácter de los hombres; pues para los cuerdos y bien humorados, la vejez no es de gran pesadumbre, y al que no lo es, no ya la vejez, ¡oh, Sócrates!, sino la juventud le resulta enojosa.

IV: Admirado yo con lo que él decía, quise que siguiera hablando, y le estimulé diciendo: -Pienso, Céfalo, que los más no habrán de creer estas cosas cuando te las oigan decir, sino que supondrán que tú soportas fácilmente la vejez no por tu carácter, sino por tener gran fortuna; pues dicen que para los ricos hay

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