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La Moralidad Y La Moral.

ManuelSE20 de Mayo de 2014

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Tomado de: Ética de Nuestro Tiempo

Joaquín Álvarez Pastor

Edit. Librería de Medicina

México 1967

I

2. LA MORALIDAD Y LA MORAL

1. La ética

Concebimos la ética en este ensayo como la ciencia que estudia la moralidad, es decir, como la investigación de cierta forma de la realidad denominada realidad o experiencia moral. De aquí se deduce inmediatamente una primera consecuencia a saber: moralidad y realidad moral significan para nosotros lo mismo.

Entendemos por realidad moral o moralidad el conjunto de creencias, sentimientos, deseos, maneras de pensar, normas de conducta, costumbres, etc.; en general el conjunto de actos que juzgamos buenos o malos. Cualquiera actividad humana, física o psíquica, individual o colectiva que se califique de buena o mala pertenece según dicha definición a la realidad moral.

2. La realidad moral

Es indudable que semejante realidad existe, está presente y patente a nuestros ojos, rodeándonos por decirlo así en todo tiempo y lugar. Es un hecho cierto que vivimos en un mundo moral, como vivimos en un mundo físico. Ambos se hallan frente a nosotros con sus ingentes dimensiones, como obstáculos que nos cierran el paso y como líneas o perfiles que limitan nuestro horizonte. No podemos prescindir de ellos ni destruirlos. Cuando más, llegamos a modificarlos en proporciones tan mínimas que apenas alteran su existencia. En cambio, ellos actúan sobre el hombre decisivamente. Del mismo modo que ejercemos una acción mayor o menor sobre la realidad física y ésta, a su vez, reobra sobre nosotros, influimos en la realidad moral y somos influidos por ella.

Evidentemente, el mundo físico es distinto del mundo de la moralidad; el primero constituye el reino de la naturaleza, el segundo pertenece a la región del espíritu; aquél es algo dado, éste es creación del hombre. El hombre crea la moralidad y también el arte, la ciencia, la técnica, re legión, las costumbres, el lenguaje, etcétera, formando con tales productos del espíritu la esfera de la cultura. El hombre vive dentro de una cultura y en acción recíproca con ella, como vive en un mundo natural y en interacción con él. Cultura y naturaleza determinan lo que individuo hace y no hace , condicionan su conducta , y su vida se explica al menos en parte, por al presión que sobre él ejerce una y otra realidad. Pero que el mundo de la cultura y el de la naturaleza tengan estructuras diferentes no significa en modo alguno que uno sea real y el otro no. Los dos son reales, Si admitimos que la realidad abarca tanto lo que existe en el espacio como cuanto existe en el tiempo.

La realidad moral, que según acabamos de ver constituye un sector de la esfera espiritual y que nos circunda desde el nacer hasta el morir no es labor individual si no social. Todas las personas contribuyen a su formación por el mero hecho de ser miembros de la sociedad es obra de múltiples generaciones que se suceden en el proceso histórico. La moralidad es un producto social, pues sin la convivencia humana ni aquella ni las restantes formas de la cultura serían posibles. En cierto sentido la moralidad consiste en una práctica social, en lo que el hombre hace o deja de hacer con sus semejantes cuando estas acciones u omisiones se consideran desde el punto de vista del bien o del mal.

La consideración del hacer del hombre y de lo hecho por él desde el punto de vista de lo bueno y lo malo limita la esfera de la moralidad y la separa de otras esferas de la realidad espiritual. Cada una de éstas regiones particulares de constituye gracias al punto de vista que adoptemos. Así, la esfera estética se forma por la consideración de la actividad humana desde el vértice de lo bello y lo feo y de igual manera la esfera intelectual esta presidida por lo verdadero y lo falso, etcétera. Pero lo que entendemos por bueno y malo (y lo mismo puede decirse de lo bello y feo, de lo verdadero y falso, etc.), no permanece invariable a través del tiempo. Nuestra concepción del bien y del mal cambia en el curso de la historia y, por consiguiente, las fronteras de la realidad moral varían a si mismo y unas veces abarcan cierto panorama y otras veces, otro. El contenido de la moralidad no es igual en los diversos pueblos y dentro de un mismo grupo social no es idéntico en épocas diferentes. Las concepciones morales de transforman con el progreso del espíritu humano que poco a poco va adquiriendo una nueva visión de la realidad moral y la juzga de distinta manera.

Para el hombre de las primeras civilizaciones, bueno y malo significaban lo lícito y lo ilícito, lo permitido y prohibido por lo dioses. Posteriormente, por ejemplo en la Grecia, aquellos conceptos equivalían a lo acostumbrado y lo insólito, a lo que se ajustaba a la tradición y a lo que se separaba de ella por eso el término ético, como adjetivo, significó en su origen lo concerniente a las costumbres.

3. La moral

La existencia de la realidad moral y de su continuo cambio, sometido al perpetuo fluir de todas las cosas ya afirmado por el viejo Heráclito, existencia y cambio tan evidentes que parece trivial destacarlos, resultan destruidos y negados si los hechos se interpretan de distinta manera, si en lugar de aceptar la realidad de la experiencia se admite la realidad de la razón, dicho sea grosso modo. la substitución de una realidad por otra fue obra de los griegos cuando después de reflexionar sobre la existencia y la no existencia, o más exactamente sobre el ser o el no ser, llegaron a conclusiones contrarias absolutamente a las opiniones que hasta entonces prevalecían. Y al aplicar su doctrina del ser a la realidad moral se verificó el más importante acontecimiento de la historia espiritual de occidente cuyo proceso vamos brevemente a describir.

La concepción de lo bueno como de lo acostumbrado por una parte, y de lo malo como lo insólito, por otra arraigada entre otras mentes en la de los antiguos griegos, fue válida mientras se conservó el prestigio de la tradición. Pero cuando los sofistas pusieron en tela de juicio ese prestigio, en nombre de la razón semejante criterio no pudo mantenerse por más tiempo. Entonces se produjo un cambio fundamental en la dirección del pensamiento, cambio que puede resumirse así: el pensar en vez de dirigirse a los objetos, a las cosas se proyectó sobre el conocimiento de esas cosas u objetos; en lugar de investigar lo que las mismas cosas son, observándolas y analizándolas, se quiso saber lo que pensamos acerca de las cosas, volviéndose espaldas a éstas. De tal modo, el pensamiento se apartó de los hechos para ocuparse únicamente de las ideas, se desvió de la realidad y se concretó en los conceptos.

Sabemos que fue Sócrates, el iniciador de este giro trascendental del pensamiento y justamente la vuelta tuvo lugar ante la realidad moral. Sócrates fue el primero que reflexionó, profunda y casi constantemente, no sobre la moralidad considerada como un hecho histórico-social que incluía los conceptos morales, si no solo acerca de la idea de ella que tenían sus contemporáneos. El método socrático es bien conocido. Comenzaba averiguando lo que aquellos pensaban sobre ciertas formas particulares de la moralidad o la virtud. Preguntaba Sócrates a sus numerosos interlocutores de todas las clases sociales en qué consistía la justicia, el valor, la prudencia, la piedad para llegar dialécticamente en primer término a la definición, a la esencia de cada una de tales virtudes y luego al concepto de la virtud en general. Mediante este procedimiento, Sócrates mostraba la oscuridad y confusión de los conceptos morales de sus conciudadanos, y los substituía por conceptos claros y distintos, es decir, Sócrates substituyó los conceptos vulgares por otros científicos en virtud de ser los primeros falsos y verdaderos los segundos.

Pero aun hace mucho más. Partiendo del pensamiento de Parménides de Elea según el cual existe un mundo aparente y otro mundo real, y aceptando además con aquel filósofo que el mundo real es un producto del pensar, aplica esta teoría a la esfera ética y saca la consecuencia que el verdadero mundo moral también es creación de la razón. Sócrates acomete la formidable empresa de construir con la razón sobre dicho mundo moral, de poblarlo con auténticos seres morales y de ponerlo en movimiento. A semejanza de cómo opera en la esfera matemática, la razón proporciona un saber sobre cierto objeto que ella misma ha creado. Así, por un genial juego de manos, Sócrates crea a la vez la ciencia moral y la moral misma. Forma, pues la ciencia moral un conjunto de ideas claras y referidas a tal objeto y a la moral se constituye como una esfera ideal sin contacto con la experiencia. A la luz de la razón Sócrates descubre que la realidad es mera apariencia, algo que no es; en cambio la moral es la realidad, algo que es. Y como el ser, según la doctrina eleática, es uno, eterno e inmutable, necesariamente habrá que admitir que el verdadero mundo moral o sea la moral será asimismo una, inmutable y eterna, esto es única, idéntica y válida para todos los hombres y todos los tiempos.

Basado en semejante paradoja que, como hemos dicho procede de Perménides, coloca Sócrates a la razón en el trono del reino moral con la misión de gobernador. La razón, como Dios, crea al mundo moral y lo rige. La razón es la máquina que lo mueve. Observemos, de pasada, que la razón posee idénticos atributos que más tarde la filosofía cristiana, heredera en este respecto de la griega, otorgará a la divinidad. Con Sócrates surge el mito de la razón concebida como motor y freno, como fuerza que empuja al hombre hacia el bien

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