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La dignidad de los hombres en una sociedad que destruye la tierra.


Enviado por   •  8 de Mayo de 2016  •  Ensayos  •  2.152 Palabras (9 Páginas)  •  221 Visitas

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Fundación Universitaria San Agustín

Doctrina Social de la Iglesia

P. Fr. Manuel Calderón, osa

José Luis Santana Achury, osa

La dignidad de los hombres en una sociedad que destruye la tierra

Los tiempos cambian y la realidad se transforma. Nada es constante, todo es un devenir y el resultado de este cambio puede ser positivo o, en el peor de los casos, devastador. No quiero sonar a Nostradamus o Edgar Cayce, ni hablar de un futuro oscuro y sin salida, a la inversa, quisiera sonar a Jeremías o al mismo Jesús, quienes ante situaciones adversas denunciaron las injusticias y anunciaron el Reino de Dios.

La realidad que vislumbramos es un sincretismo inarmónico de posibilidades de cambio, de problemáticas y de descuidos, que por la misma dinámica del desarrollo humano han dado paso a situaciones alarmantes que se agravan aún más cuando convergen entre sí varias dificultades, cuando por un lado, coexisten la pobreza, la miseria y el olvido, y por el otro, aumentan el derroche, el egoísmo y el desinterés de las clases más favorecidas, frente a las menos favorecidas.[1]

Nuestro panorama actual descubre (devela) ante nuestros ojos el mal uso y la mala distribución de los bienes que son comunitarios, (ya sean recursos naturales, como el agua, los bosques, o ya sean culturales como la educación, la recreación, la salud, etc) entre los habitantes de nuestra tierra, ya que encontramos a ricos que cada vez acumulan más y más bienes, frente a pobres que día a día andan al borde de la miseria extrema y sin posibilidades de una vida digna de un habitante de la tierra.

Frente a esta realidad degradante se junta una, que aunque ya lleva algunos años en discusión, exactamente desde el año 1972 con la reunión del club de Roma, es realmente reciente e ignorada por muchos, ésta es la concerniente a la del cuidado de nuestro planeta, de nuestra casa o, como la llaman muchos grupos indígenas ancestrales, de nuestra Pacha Mama. 

Para nadie es un misterio que nuestros excesos han traído consigo repercusiones en nuestro amplio hogar que han afectado gravemente el “estado anímico” de nuestro planeta, dejándolo en un nivel tal de “depresión”, que en un solo día podemos ver pasar ante nuestros ojos un sol radiante, lluvia abundante, niebla espesa y hasta grandes cúmulos de hielo, que sin miedo a nada, caen sobre las calles de nuestra ciudad o sobre los campos de nuestro país, tapando alcantarillas, inundando cultivos e irónicamente incendiando cerros y demoliendo bosques.

Lo peor de todo es que estas consecuencias, que, sin duda  alguna, son fruto de una sociedad industrializada sobremanera, recaen casi totalmente sobre quienes no son protagonistas directos de esta contaminación y, por ende, tampoco gozan de los privilegios lucrativos que dicha industrialización trae consigo.

Las clases menos favorecidas son las que, estando ubicadas en zonas de alto riesgo, sufren directamente los estragos naturales de una Madre que grita a la humanidad entera, mediante estos acontecimientos, lo agotada que se encuentra por tantos abusos que día a día le hacen a ella y a sus hijos, los cuales, al sentir duramente las enormes desigualdades económicas que la sociedad contemporánea le imprime a los pueblos[2], no tienen otra opción que degenerar su esencia de hijos de Dios, dueños de la creación, para dedicarse a vivir en la miseria por siempre.

Esta situación que progresivamente se va agravando, necesita de una llamada de atención urgente, a la que el cristianismo no puede hacer caso omiso, pues el cuidado de la creación dada por Dios a los hombres como don, para ser protegida, aprovechada y  perpetuada (Cf. Gn 1,1) y así se compartida con todos de manera equitativa, hace parte inherente de su ser como religión. Por ello, en nuestra Iglesia, que muchas veces se ufana de ser la protectora de los derechos de los hombres,  tiene que contemplar dentro de su gran misión, (como lo desarrolla de manera acertada en su constitución apostólica “Gaudium et spes”) una que atienda las necesidades que la sociedad mundial tiene en torno a la pobreza, la deshumanización, la injusticia y la ecología, pero una misión bien iluminada por la propuesta cristiana, la cual extiende su auxilio a los hombres y mujeres afectados por los desastres económicos y ambientales.

El camino esta iniciado, la propuesta está planteada, sólo hace falta que todos nos empapemos de ella, desde los más altos jerárcas hasta los más sencillos creyentes, ya que este tema de la reflexión social y ambiental no puede ser ya un lujo de letrados sociólogos o ecólogos  entendidos en la materia, sino una respuesta comunitaria y eclesial a un desafío actual, que le exige al cristiano estar atento a los signos de los tiempos.

¿Por qué una propuesta ecoteológica a la problemática deshumanizadora?

La Palabra “ecología”, acuñada por primera vez en 1866 por el biólogo alemán Ernst Kaeckel, está compuesta de dos palabras griegas bien significativas: oikos, que significa “casa” y logos, que quiere decir “reflexión” o “estudio”[3]. Significativas porque denotan la importancia que tiene para los seres vivos el lugar donde residen, es decir, donde nacen, crecen, se desarrollan, se relacionan, se perpetúan y mueren; sin embargo, deben tener aún mayor importancia para el hombre y la mujer, porque son ellos los únicos (la única especie), que teniendo todas las capacidades para razonar, pueden hacer una reflexión interrogativa, propositiva y argumentativa en torno a su hábitat, protegiéndolo y extendiéndolo a las generaciones futuras, sin distinción de raza, lengua, pueblo o religión.

Así, la relación de la ecología con la vida es evidente y los problemas ecológicos son problemas que afectan directamente a la vida, tanto la del hombre y la mujer, como la de las demás especies,[4] lo cual nos mueve a todos a realizar una reflexión abierta y universal en torno a un tema que, aunque nos concierne a todos, afecta lastimosamente más a unos que a otros, y es aquí donde entra lo propiamente cristiano, que tiene la alteridad y el amor al prójimo (imagen de Dios) como fondo, para apoyar al excluido y al afectado[5] por la “furia de la tierra”.

Este panorama es típico de los continentes sub-desarrollados tales como África y sur América, quienes siendo ricos en recursos naturales son aprovechados por países industrializados, que como Pedro por su casa, entran a territorios ajenos y roban lo que es propio de comunidades autóctonas, dejando así, estragos y problemas que agravan aún más la pobreza y miseria que caracterizan nuestros pueblos. Por estas consecuencias es que la Iglesia se debe hacer sentir con su protesta, inconformidad y ayuda, documentándose y transformando la realidad, no solo con palabras, sino con obras, convenciendo así, con el poder que tiene, a los actores directos de esta problemática.

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