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La eneida


Enviado por   •  2 de Septiembre de 2015  •  Documentos de Investigación  •  2.301 Palabras (10 Páginas)  •  302 Visitas

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UNIVERSIDAD DEL PACÍFICO

DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES        Profesores:

27039 – LITERATURA UNIVERSAL (A-B)        Carlos Gatti Murriel

        Jorge Wiesse Rebagliati

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La Eneida de Virgilio

Al año siguiente de la batalla de Accio, en que la victoria de Octavio César dilata por cuatrocientos años la hegemonía de Roma, Virgilio, célebre ya por sus Bucólicas y sus Geórgicas, pone a mano a la Eneida: había de dedicarle los once años que le quedaban de vida (30 a 19 a.C.). Es la creación que le erigió en poeta nacional —romanus Vergilius— y en el poeta de los siglos en que el Occidente desconocía a Grecia y en que Roma era toda la Antigüedad. El elegíaco Propercio, allegado también al círculo imperial, da cuenta de la expectativa:

Atrás, autores romanos, atrás, griegos: una obra nace, más grande que la Ilíada.

Ninguno más impaciente por sus progresos que el propio Emperador, a la sazón en España; conocedor de que el poeta suele redactar el plan en prosa y versificarlo luego libremente por partes, pide le envíe "el primer bosquejo o una frase cualquiera". A su vuelta, oye de labio de Virgilio, eximio lector, los cantos II, IV y VI —la toma de Troya, Dido, el descenso a los infiernos— justamente los predilectos de la posteridad. Se apasiona por la Eneida porque encuentra en ella el árbol genealógico de la advenediza Roma, emparentada mediante su propia dinastía con el pasado de Grecia y del mundo helénico. No es que Virgilio sea poeta cortesano, que por dinero contante envía su bella mercancía a los señores de Siracusa o de Cirene. Virgilio ve en Augusto el térmio de las discordias, la paz y el ocio divino; por eso, con exaltación casi religiosa traza su maravillosa imagen del emperador y del imperio. Ovidio y Tito Livio ya ven como el Poeta les ha enseñado y como el Emperador quería que viesen. Tan logrado es este "retrato oficial", que ha llevado a considerar a su autor como el "propagandista", el "vate asalariado" del Imperio. No: la representación grandiosa del Imperio como coronación de la historia antigua es obra suya; en la Eneida, no en la realidad, los hechos se alinean en una trayectoria que culmina en el advenimiento mesiánico de Augusto César.

No solo por su alcance político es la Eneida el libro romano por excelencia; lo es también porque cumple los esfuerzos y ambiciones presentes desde el nacimiento mismo de la literatura romana. Cada hecho decisivo de la poesía nacional —la Odisea de Livio Andronico, la Guerra púnica de Nevio, los Anales de Ennio— es un paso que apresura la aparición de la Eneida. La figura inicial de la literatura latina es el liberto semigriego Livio Andrónico, que traslada en verso nativo parte de la obra de Homero y de los trágicos, coordenadas de sensibilidad que situarán la obra de Virgilio. La obra seria de Nevio, primero de estos poetas nacido en el suelo romano, es también épica y trágica. Pero la epopeya es nacional y esencialmente contemporánea. En forma continua, a la manera de los anales, narraba la historia primitiva de Roma como introducción al relato extenso de la primera guerra púnica; pero se apartaba de la sequedad de los anales al señalar el origen de la enemistad entre Cartago y Roma en los amores de sus antepasados Dido y Eneas —el gran episodio de la Eneida que hacía llorar a San Agustín. También Ennio, campeón del helenismo, que encamina definitivamente la literatura romana dentro de la imitación griega, cultiva infatigable la tragedia ática y narra la historia de Roma en una larguísima epopeya cuyo título —los Anales— da idea de su estructura; pero, si no en cuanto al plan, los Anales representan el antecedente más importante de la Eneida en cuanto a la imitación de los poemas homéricos. En la visión que les servía de prólogo, Ennio se daba no por discípulo, sino por reencarnación de Homero: homéricos son los símiles que animan el relato, homérica la intervención humana de los dioses que mueven la acción. Además de adaptar pasajes aislados, Ennio se empeñó en imitar dentro de lo posible —y aun más allá—, con la recia habla latina, el delicado artificio de la lengua que solo para el verso habían labrado durante generaciones los aedos  griegos; y, hecho más importante todavía, los Anales rompen con la tradición itálica para adoptar el verso hexámetro, amplio y flexible, de la métrica griega. En su momento, el hexámetro de Ennio, vasallaje deliberado al prestigio del arte griego, fue frente al verso saturnio nacional lo que en tiempos de Boscán y Garcilaso el endecasílabo italiano frente a los metros humildes del Cancionero. Virgilio sin el hexámetro es más inconcebible todavía que Herrera sin el endecasílabo.

La Iliada y la Odisea, modelos de la Eneida, afirman la filiación enniana del poeta, opuesta a la escuela de los innovadores —Calvo, Cinna, Cátulo— que en los últimos años de la República sigue el ejemplo de la epopeya alejandrina, breve y novelesca. Y si bien el concepto romano de la imitación literaria, semejante al del Renacimiento, autorizaba la variación personal sobre el tema conocido de todos —ostentar un verso de Homero o de Calímaco confiere ciudadanía poética—, no faltó en vida del mismo Virgilio la investigación policial de sus fuentes. "¿Por qué no intentan ellos cometer los mismos hurtos? —cuentan que decía el poeta ante tales censores.— Verían que es más fácil hurtar la clava a Hércules que un verso a Homero". A todo el arte de versión poética de Virgilio se podría extender la fina observación de un crítico antiguo, Aulo Gelio, a propósito de la Égloga III: Virgilio no traduce enteros los pasajes que vierte; omite lo idiomático, el sabor peculiar del modelo, y le sustituye materia propia, que está lejos de serle inferior. Un ejemplo: los juegos fúnebres en honor de Patroclo forman en la Ilíada un episodio independiente, a modo de grato descanso entre las cumbres poéticas del canto que le precede y del que sigue; la presentación es directa, prolija, llena de menudos incidentes, de exhortaciones y altercados. Los juegos en honor de Anquises, entreacto entre la estancia en Cartago y el mágico descenso a los infiernos, narrados en forma más ceñida y rápida, culminan en un deporte romano, el ludus trofianus, de probable origen ritual, dramáticamente interrumpido por el incendio de las naves, que enlaza estrechamente el Canto con la acción central del poema. La diferencia es fundamental y emana de que la epopeya homérica fue escrita para darse a conocer por medio de la recitación, en tanto que la Eneida supone un público de lectores. Las características de la antigua epopeya, que tanto ofendían a los preceptistas del Renacimiento —estructura lineal, minuciosidad en la descripción, largos y frecuentes discursos con grave daño de la "verosimilitud", repeticiones y recapitulaciones, epíteto fijo, sintaxis de coordinación,— resaltan de las necesidades especiales de la poesía oral; Homero las comparte con toda la épica recitada, como la canción de gesta medieval, por ejemplo. La Eneida debe satisfacer las exigencias muy otras de la lectura: de ahí su economía, en que nada se dice ociosamente, de ahí el enlace estricto de las partes, la acción muy centralizada, el enfoque muy reducido— con excepción del Canto IV, la epopeya es únicamente el libro de Eneas; —de ahí la sintaxis articulada, muy distinta de la de prosa, pero que tiene tras sí el desarrollo de la prosa grecorromana; de ahí la pobreza intencional de epítetos compuestos, para los cuales menos que ninguna se presta la lengua latina.

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