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La filosofía como forma de vida


Enviado por   •  23 de Agosto de 2015  •  Documentos de Investigación  •  8.988 Palabras (36 Páginas)  •  95 Visitas

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La filosofía como forma de vida.

La filosofía no solo posibilita al ser humano a conocer todo lo que le rodea mediante la reflexión y explicación de las situaciones y circunstancias de su existencia, es también una guía, una forma de vida. Al acercar al hombre a la comprensión de su mundo le permite que sea consciente de sus pensamientos y sus acciones. La conciencia adquirida lo incita a la construcción de las diferentes actividades que realiza y que refleja la trascendencia de su existencia. La filosofía no se aplica, se hace, se practica. Hacer filosofía no es cuestión de edad, sino de capacidad para reflexionar escrupulosa y valientemente sobre lo que a uno le parece importante, ejemplo de ello, como lo describe Lipman (1998:30), en Sócrates, para quien la filosofía no era una adquisición, ni una profesión, sino una forma de vida. Lo que él nos enseña no es a saber filosofía sino a practicarla. La filosofía se reconoce en él como algo que cualquiera de nosotros puede imitar.

Giordano Bruno, filósofo italiano renacentista (siglo XVI), es también un ejemplo de la filosofía como practica: el Tribunal de la Santa Inquisición lo condeno a diez años de prisión y, posteriormente, a morir en la hoguera por defender y, sobre todo, por vivir con base a sus propuestas filosóficas.

No existe una época en la que el ser humano no haya llevado a cabo algún tipo de reflexión, ya que su naturaleza lo obliga a ello. Aunque la filosofía aparece como disciplina académica hasta el periodo de la antigua Grecia, el hombre siempre tuvo la preocupación de conocerse y de percibir y de entender su entorno, en esta captación y percepción donde la filosofía debe plasmarse para construir un mundo que posibilite un desarrollo amplio y concreto de la humanidad.

Originalmente publicado en lengua francesa en 1995, el libro que ahora reseñamos merece el interés de un extenso nú- mero de practicantes de la filosofía. La razón es que Fierre Hadot, profesor honorario del College de France, ofrece una refrescante imagen de la filosofía antigua. Su tesis principal puede ser resumida así: en la antigüedad greco-latina, la filosofía era fundamentalmente un modo de vida, una opción existencial, un cierto deseo de ser y de vivir de un cierto modo. No es, desde luego, una tesis novedosa; se puede encontrar en mayor o menor grado en múltiples historias de la filosofía y en algunos estudios específicos. Lo original reside en el énfasis que P. Hadot otorga a esa tesis, al grado de permitirle desarrollar una imagen inusual de la filosofía en la antigüedad y, con ello, proponer un nuevo equilibrio en la manera que se tiene de leería, especialmente en la enseñanza que ofrecemos a los futuros filósofos. Tal como la estudiamos, la historia de la filosofía es una sucesión de esfuerzos intelectuales destinados a elaborar, cada uno por su cuenta, un sistema, es decir, una construcción conceptual ordenada y abstracta acerca de la realidad (aun si se circunscribe, como sucede recientemente, al fragmento considerado más relevante de esa realidad: el lenguaje). P. Hadot afirma que es un anacronismo imponer a los filósofos antiguos las mismas premisas y los mismos fmes que subyacen a esa concepción. Lo que, a juicio suyo, caracteriza al conjunto de la filosofía antigua. Es haber colocado ese esfuerzo conceptual bajo una orientación existencial, es decir, al interior de un arte de vivir, dentro de un determinado estilo de vida. Las filosofías antiguas no carecen de un aspecto sistemático, pero hacen de él una suerte de preámbulo, el antecedente necesario de la sabiduría. Con ello no se pretende desde- ñar los aspectos sistémicos y lógicos que esas filosofías contienen, los cuales normalmente han atraído la atención de los comentaristas. Pero Hadot sostiene que aún esos edificios conceptuales adquieren su verdadero sentido cuando están situados en el proyecto de vida al que pertenecen y al que buscan fundamentar. En el plano epistemológico, ellos no son discursos desinteresados cuyo fin era ofrecer una representación neutral del mundo, sino doctrinas interesadas en fundamentar un determinado modo de vivir en premisas presumiblemente objetivas, de tal modo que la opción vital se unifique con la estructura básica de la realidad. Este cambio de perspectiva basta para hacer de ¿Qué es la filosofía antigua? un libro singular. Ante todo, ello le permite desarrollar una serie de temas que usualmente permanecen en la penumbra o son definitivamente eclipsados por nuestros afanes sistémicos. Permítasenos mostrar algunos ejemplos. El primero es, ¿qué significaba exactamente «practicar la filosofía»? En la antigüedad, sostiene nuestro libro, filosofar no era ni escribir libros auto consistente, ni enseñar profesionalmente una disciplina específica, sino elegir una orientación en la vida. El candidato a filósofo no elegía una corriente, a la manera en que hoy decide ser «platónico». 224 RIFP/14(1999) CRITICA DE LIBROS «kantiano», o «marxista». Para él, la elección de una escuela era simultáneamente la decisión de iniciar una profunda conversión espiritual. Suponía, primeramente, elegir la amistad de un filósofo que no sería sólo su maestro, sino un verdadero guía espiritual; suponía, además, incorporarse a una comunidad de individuos estrechamente unidos por la amistad, aceptando su modo de vida, ajustando su propia conducta a los dogmas colectivos. De ahí la clase de relación espiritual que se establecía entre el filósofo y sus discípulos, inasimilable a la situación moderna. No son sólo las concepciones de lo que es una escuela, o la enseñanza, las que resultan alteradas, sino también el contenido y la forma del discurso filosófico. Ante todo, porque el propósito esencial del filó- sofo no era erigir un monumento de ideas, sino proveer al discípulo de aquellos principios que habrían de servir a éste de guía en la acción práctica. Ésta es la orientación que determina muchas obras antiguas. El filósofo no buscaba escribir obras abstractas para un público anónimo; en muchos casos, él redactaba obras para uno o varios discípulos que requerían apoyo especial y que constituían un público predeterminado, al cual debía dirigírseles ciertas palabras, porque no se dice lo mismo a un principiante, que a alguien que casi ha alcanzado la perfección. Una obra filosófica antigua es entonces el producto de una «escuela de filosofía», en el sentido más concreto del término, en la cual el maestro forma a sus discípulos tratando de conducirios hacia su autotransformación. En segundo lugar, Hadot puede valorar de otro modo el marcado carácter oral de la filosofía antigua. Porque tal relación espiritual entre filósofo y discípulo sólo tiene sentido si es una relación de individuo a individuo. En esta formación individual, la palabra hablada es crucial: sólo ella permite al alumno descubrir, por medio del diálogo, en el laberinto de preguntas y respuestas, la verdad que hace suya activamente, de otro modo que si leyera una tesis muerta, expresada en papel para su consumo inmediato; sólo la palabra hablada permite al filósofo adaptar sus ense- ñanzas al estado espiritual del discípulo. El discurso filosófico no esculpe estatuas inmóviles, había escrito Plutarco. Platón mismo, en la carta número Vn, expresa esa convicción. No es pues extraño que un cierto número de obras antiguas estén vinculadas a la tradición oral, sea porque reproducen como un eco las detenciones, vacilaciones y repeticiones propias del discurso verbal, sea porqiie ellas resultan transcripciones de enseñanzas orales, o sea, en el límite, porque muchos filósofos hayan considerado innecesario confiar a la escritura el contenido de sus enseñanzas. La perspectiva adoptada permite entonces a P. Hadot situar al filósofo en un contexto más acorde con lo que sabemos de los hábitos orales y memorísticos de la antigüedad, con la circulación restringida del libro y con los propósitos que animaban a los antiguos a difundir su pensamiento mediante textos. En tercer lugar, el libro de P. Hadot permite reconsiderar la imagen que nos formamos del filósofo antiguo. En efecto, éste no se concibe tanto como el constructor de imponentes sistemas acerca de la realidad, sino como aquél capaz de aportar un especial cuidado de sí mismo, de su alma y del alma de los otros. No es un pensador solipsista situado en la cumbre de la abstracción. Para él, el cuidado de sí mismo no excluye el cuidado de los otros, porque practicar la virtud en la soledad ya es, de suyo, no ser virtuoso. Se percibe entonces el papel relevante que Sócrates ha podido jugar en la formación de la imagen del filósofo. A diferencia de los sofistas, para Sócrates, filosofar no es RIFP/14 (1999) 225 CRÍTICA DE LIBROS adquirir, un saber, o un saber hacer, sino practicar una forma de cuestionarse a sí mismo, porque se tiene el sentimiento de que no ser aquel que se debería ser. La Sofía no era tanto una tecné, cuanto una orientación al autoconocimiento. De acuerdo con Sócrates, el filósofo no requiere poseer la sabiduría (¿cuántos podrían aspirar a ello?), pero a diferencia de los insensatos, él está consciente de su no saber, y de la necesidad indeclinable de aspirar a esa sabiduría. Se comprende quizá mejor un aspecto de la definición griega de filosofía: es el amor (incesante) de la sabiduría (inalcanzable). Filosofar no consistía en escribir libros o en enseñar principios, sino en ser. Por eso mismo, podían recibir el título de filósofo muchos que no construían ningún edificio sistemático. Cualquiera que vivía de acuerdo a los dogmas de una escuela merecía el nombre de filósofo, lo mismo que aquel que mediante su enseñanza, verbal o escrita, ofi^ecía a los demás una guía en ese ejercicio espiritual. No todas las escuelas de la antigüedad otorgaban la misma importancia a la noción de la fílosofi'a como modo de vida. En cierto modo, los extremos serían, por una parte la escuela peripatética, que habría conservado de Aristóteles el amor al conocimiento por el conocimiento mismo, y por la otra, los filósofos cínicos, para los cuales la filosofía es indiscernible de la existencia, lo que da origen a un profundo antiintelectualismo (que no impidió que muchos cínicos, incluido Diógenes, fueran tenaces escritores). La tesis de P. Hadot es que, aun incluyendo estos extremos, la noción de filosofía como arte de la existencia, estaba constantemente presente. Lo estaba en la Academia y en el Liceo, pero su importancia habría de acentuarse en las escuelas helenísticas: estoicos, epicúreos y escépticos, a medida que se hizo más intensa la orientación a privilegiar los aspectos prácticos de la filosofía. Por sobre sus diferencias, todas estas escuelas concuerdan en afirmar que, antes de su conversión filosófica, el individuo vive un estado de desdichada intranquilidad, y consumido por sus pasiones y sus preocupaciones, no vive una vida auténtica. La filosofía se convierte en una terapéutica del alma. Para mostrar esa constante, ¿Qué es la filosofía antigua? ofi-ece una breve historia, desde Platón a las doctrinas de la época imperial, bajo el aspecto novedoso que hemos venido se- ñ^jando. Siguiendo un postulado estoico, P. Hadot propone entonces que en la antigüedad habría que distinguir entre filosofía, que es la práctica de vivir como filósofo, y discurso filosófico, que es el sistema de argumentos y razones que trata de fundamentar ese estilo de vida. Ambos son inconmensurables, puesto que vivir filosóficamente está al alcance de aquellos que no elaboran ninguna trama de conceptos, pero son inseparables, porque una vida filosófica, una opción existencial debe echar mano de un discurso que aspira, tanto como le sea posible, a justificarse mediante una racionalidad rigurosa. Naturalmente, el primer objetivo predomina sobre el segundo, por eso el discurso filosófico adopta con frecuencia, en su forma y en su contenido, el estilo persuasivo, exhortatorio, verbal y paratáctico, que ponía al alcance de todos los aspirantes a vivir filosóficamente, mediante la memoria, los principios de doctrina. Comprender la filosofía antigua es entonces insertarla en las concepciones de lo que era la escuela y la enseñanza, en las condiciones particulares de la vida filosó- fica, en los géneros literarios, las reglas retóricas, los imperativos dogmáticos y los modos tradicionales de razonamiento que entonces imperaban. Reconocerlo es en cierto modo también mirarnos a nosotros mismos. Porque es nuestra propia concepción la que, en un anacronismo, nos ha conducido a no ver en la filosofía antigua más que lo que nosotros mismos perseguimos: un discurso sistemático, abstracto y argumentativo que se expresa en libros que tienen su fin en sí mismos y que ofrecen, a un público extenso y anó- nimo, un castillo de conceptos destinados a explicar una parcela de la realidad. Es sobre todo la enseñanza de la filosofía y una cierta concepción de su historia, la que ha tenido la tendencia a insistir únicamente en el aspecto teórico, abstracto y conceptual de la disciplina. ¿Qué es la filosofía antigua? es resultado de una larga exploración de Fierre Hadot. Escrito en un impulso continuo, el libro contrasta con otros títulos compuestos de ensayos reunidos que merecen mencionarse en el contexto de su primer libro (hasta donde alcanzamos a saber) traducido en lengua castellana: Exercises spírítuels et philosophie antigüe (1981), La citadelle intérieure. Introduction aux Pensées de Maro Aurele (1992), Philosophy as a way of Ufe (1995), Píotin ou la simplicité du regard (1997) y Eludes de philosophie ancienne (1998). En todos ellos se encuentran senderos poco frecuentados en la historia de la filosofía: los ejercicios espirituales de la antigüedad, la imagen del filósofo, los procesos antiguos de enseñanza y otros. Todos ellos son libros animados por la convicción de que la filosofía antigua es, en esencia, un itinerario espiritual. Probablemente, en el futuro, los especialistas nos ayudarán a corregir el blanco, asignando un justo papel al proyecto existencial al lado i^e los sistemas conceptuales. Pero por, ahora, Pierre Hadot nos ha traído una pregunta que, a pesar de todo, nos formulamos muy poco: ¿qué es la filosofía?, y por medio de ella nos ofrece un pequeño antídoto contra nuestro dogmatismo.

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