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La ética como pregunta


Enviado por   •  19 de Julio de 2023  •  Monografías  •  5.638 Palabras (23 Páginas)  •  44 Visitas

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Un pragmatismo simplista, una mente inmediatista probablemente rechazaría de entrada esta afirmación por dos razones:

Primero: no tiene sentido agregar, al cúmulo de preguntas que se plantean problemas de sobrevivencia social, una más.

Segundo: Si la ética es una pregunta, lo que en todo caso se requiere, son respuestas, ¿cuál es el sentido de hacerla? Pero es que la ética es pregunta en el sentido más profundo de la realidad humana: lo que conforma al hombre como tal es precisamente la pregunta. No hablamos de la pregunta científica que presupone la respuesta de un objeto distanciado del sujeto, no es la pregunta del cómo; no es la pregunta que busca esas respuestas funcionales que ha entronizado el positivismo - ese positivismo que a decir de Augusto Hortal se practica más por comodidad que por convicción— se trata de la pregunta fundamental, la que instala al hombre en su grandeza, precisamente por saber que ignora.

La ética es una disciplina integradora, y es fácil caer en el error de interpretar esta cualidad integradora como un agente totalizador que dicta las normas de la “convivencia” de las ciencias. La ética, por el contrario, es integradora en tanto otorga sentido al actuar del hombre.

Dicho de otra manera: el ser de la ética es el deber ser, y precisamente el hombre es la concreción misma del deber ser y éste se conforma, se forma en la acción. El deber ser no es un añadido a la persona, sino su constitutivo, el motor de su acción, la concreción de su intencionalidad.

Y una de las formas en que el hombre actúa con una intencionalidad es dentro del ejercicio de la profesión. Tal ejercicio es afirmación de la propia libertad en la construcción personal más allá del área de especialización a la que se aboque. Porque la profesión es proyección en actos de los saberes adquiridos y las habilidades desarrolladas hacia el alcance de un bien específico demandado por la sociedad en que se inserta el profesional. El ejercicio de la profesión es el ejercicio de la libertad mediatizada. Esa libertad mediatizada nuevamente pone de manifiesto el llamado a ser. Somos libres en la medida en que podemos hacer algo frente a lo que “han hecho con nosotros” —asegura Hortal— entendiendo ese “lo que han hecho...” como las circunstancia que nos obliga a una deliberación. Ser profesional es la búsqueda de una respuesta personal hacia la permanencia o transformación de los valores que imperan en un ámbito social determinado.

La propuesta de una ética profesional parte de un hecho incuestionable: hay “algo” en el ejercicio que nos llama a la reflexión de lo que hace o debe de hacer el profesional y qué tipo de bien persigue la profesión en cuestión. Esto nos lleva a una interrogante más compleja: ¿cómo y quién determina la bondad de los actos que conforman tal ejercicio? Más todavía: Si la ética se entiende como la ciencia filosófica que estudia el fin al que debe dirigirse la conducta de los hombres; ¿desde dónde y quién determina ese fin concretamente en el quehacer profesional.

Sea cual sea la respuesta a estas interrogantes, es el deber ser el motor de la ética, un deber que tiende al ser en tanto bueno, sin importar el autor o la escuela que se ocupe de esa ciencia filosófica.

Las características que determinan una tarea profesional están confeccionadas a partir del supuesto de un deber ser: lo que el profesional “debe” ser para denominarse profesional. Es la profesión una actividad diversa a otras acciones humanas, y tales acciones no son mecánicas, sino que involucran la voluntad y al involucrarla llevan a la pregunta sobre el tipo de bondad de la que son objeto.}

De dónde emerge la pregunta por lo bueno

Decir de manera memorística que lo bueno es el objeto de la voluntad, vale como un enunciado, pero muy poco podrá aportarnos si queremos comprender por qué el hombre tiende a lo bueno y de qué manera el hombre configura su propia historia en la búsqueda de esa bondad, es decir en su proyección al ser.

Y el caso es que no podemos hablar, del “hombre” como un género, sino del hombre que somos cada uno. Muchas son las teorías que se ocupan de definir al hombre en cuanto sujeto de la ética.

El presente artículo se basa en la concepción de Bernard Lonergan, para quien el sujeto es —el hombre en cuanto constituido por la conciencia. El hombre que no solamente conoce, sino que conoce cómo conoce. Pues, a fin de cuentas, si la ética, cómo lo señalara Kant, atiende a la pregunta “qué debo hacer”, la respuesta no puede provenir de un enunciado sino de una apropiación de la conciencia que lleve a la acción. Existen además otras razones que señalan por qué el compromiso ético no puede provenir de un enunciado y que son entre otras:

1) Porque esa respuesta emerge de cada hombre en particular.

2) Porque dicha respuesta implica una acción y a esta acción le antecede una serie de procesos internos.

3) Porque si entendemos en su justa enunciación la pregunta como “qué debo hacer” y no como “qué se debe hacer”, descubriremos que podemos actuar movidos por lo que se debe hacer, y actuaremos en el ámbito de la moralidad; podremos, incluso, actuar en el ámbito del derecho, pero entender “qué debo hacer” compete al campo de la ética cuyo análisis es el objeto de este trabajo.

Efectivamente el “qué debo hacer” de Kant, es transformado por Lonergan en algo que antecede a esa pregunta y que me atrevo a enunciar de la siguiente manera:

Si algo “debo hacer” eso supone un proceso interno que me llevará a deliberar aquello que debo hacer; luego, antes de deliberar lo que debo hacer es que he decidido, he deliberado. Aquí entra precisamente la ética de Lonergan, que no se entiende como un conjunto de normas a seguir sino que parte de una propuesta, de un método que nos permita entender qué estamos haciendo cuando deliberamos, al que daremosel nombre de autoapropiación.

Cuando el hombre opta por una acción, siempre considerada como buena, se ponen en marcha una serie de dinamismos que lo llevan a realizarla. Tad Dunne pretende explicar, en primer lugar, una teoría del conocimiento moral a la luz de la filosofía de Lonergan y para ello parte de un hecho cotidiano: la exigencia a la que se enfrenta el hombre ante acciones que requieren de ser juzgadas moralmente.

El hombre vive inserto en una sociedad que comparte una serie de estándares morales y, acudir a ellos no resulta problemático en tanto no se exija una fundamentación de dichos estándares: ¿qué me obliga a actuar de determinada manera? Esta exigencia de fundamentación que es lo que propiamente se denominará como ética, puede ser respondida acudiendo al dictamen de una “ley natural”, o bien a otros sistemas filosóficos que finalmente se convierten en opciones que como tales no responden a la pregunta normativa: ¿por qué, a fin de cuentas, elijo una manera de actuar? Es decir, asumir como válida, ésta o aquella posición filosófica no determina la decisión personal de actuar moralmente.

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