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Manual Práctico De Levitación


Enviado por   •  5 de Febrero de 2014  •  1.328 Palabras (6 Páginas)  •  252 Visitas

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MANUAL PRÁCTICO DE LA LEVITACIÓN

Por José Eduardo Agualusa

No me gustan las fiestas. Detesto la conversación insulsa, el humo, la alegría artificial de los borrachos. Me irritan más aún los platos de plástico. Los tenedores de plástico. Los vasos de plástico. Me sirven conejo asado en un plato de plástico, me obligan a comer con un tenedor de plástico, con el plato en las rodillas porque no hay sitio en la mesa e inevitablemente se rompe el tenedor. La carne salta y me cae en los pantalones. Derramo el vino. Lo mismo ocurre con el odioso conejo. Hago un esfuerzo enorme para que nadie se fije en mí, pero siempre hay una mujer que, en un momento dado, me tira del brazo, ¿bailamos? Y allá voy, hecho polvo, aturdido por la estridencia de los perfumes y el volumen de la música. Terminada la canción, un tanto humillado porque, lo confieso, soy muy patoso, me sirvo un güisqui con mucho hielo, pero después alguien me sacude, ¿cómo andamos, chaval, estás de malas?, y yo, que no, tratando de sonreír, tratando de reír a carcajadas, como el resto de la chusma, ¿de malas? ¿por qué iba a estar de malas?, me llama el deber de la alegría, grito, allá voy, allá voy, y regreso a la pista y finjo bailar, finjo pasármelo bien, girando a la derecha, girando a la izquierda, hasta que se olviden de mí. Aquella noche, casi me habían olvidado cuando me fijé en un sujeto alto, todo vestido de blanco, como um lirio, melena blanca suelta hasta los hombros, que rondaba, sombrío, los canapés de bacalao. El hombre parecía estar allí por equivocación. De repente me pareció tan desamparado como yo. Podía ser yo, excepto por la ropa, ya que evito el blanco. El blanco no es muy apropiado para mi negocio. Y menos aún los colores chillones. Obedezco al lugar común: visto de negro. Me acerqué al hombre, con la solidariedad del naúfrago, y extendí la mano.

-Soy Fulano- dije. – Vendo ataúdes.

La mano del hombre (entre la mía) era suave y pálida. Sus ojos tenían un brillo oscuro, vago, como un lago de noche, iluminado por la luz de la luna. La mayoría de las gente no puede ocultar el choque, o la risa, depende de las circunstancias, cuando oyen la palabra ataúdes. Algunos vacilan: ¿laúdes? No, corrijo, ataúdes. El sujeto, sin embargo, permaneció imperturbable..

-Ningún nombre es verdadero -, me respondió con un marcado acento de Pernambuco. – Pero puede llamarme Emanuel Subtil.

- ¿Y a qué se dedica?

- Soy profesor…

- ¿Ah sí? ¿Y de qué?

Emanuel Subtil sacudió su melena con un movimiento distraído:

- Doy clases de levitación.

- ¡¿Levitación?!

- ¿Levitación, sabe?, fenómeno psíquico, anímico, mediúnico, en el que una persona o una cosa se levanta por sí sola sin un motivo visible, debido solamente al esfuerzo mental. La mente mueve fluidos ectoplásmicos capaces de vencer la fuerza de la gravedad. Yo enseño técnicas de levitación. Sin alambres ni trucos sucios.

- ¡Interesante! ¡Muy interesante! -, respondí, tratando de ganar tiempo para pensar. -¿Y tiene muchos alumnos?

El hombre sonrió con gravedad. Lo cierto es que no, dijo, hoy en día hay poca gente interesada en levitar. Son malos tiempos. El triunfo del materialismo ha llegado a corromper todo. Escasean las vocaciones para las obras del espíritu. Las vocaciones y la fuerza mental – sugerí tímidamente. Sí, confirmó Emanuel Subtil, sacudiendo otra vez su magnífica melena blanca, y la fuerza mental. La gente prefiere vivir con los pies firmemente en la tierra. ¿Y él levitava?, quisé saber yo. Es decir, ¿practicaba con frecuencia ese arte olvidado? Emanuel Subtil sonrió absorto:

-No hay día en que no practique. Levitar, señor mío, es el ejercicio más completo. Cinco minutos de suspensión, por la mañana temprano, al amanecer, estimula todos los órganos vitales y regenera el alma.

A veces hasta levitaba sin darse cuenta. Me contó que San José de Copertino,

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