Marco Aurelio - Meditaciones
jhonelec20 de Diciembre de 2013
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Marco Aurelio - Meditaciones
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MARCO AURELIO
Meditaciones
LIBRO I
1. Aprendí de mi abuelo Vero: el buen carácter y la serenidad.
2. De la reputación y memoria legadas por mi progenitor: el carácter discreto y viril.
3. De mi madre: el respeto a los dioses, la generosidad y la abstención no sólo de obrar mal,
sino incluso de incurrir en semejante pensamiento; más todavía, la frugalidad en el régimen
de vida y el alejamiento del modo de vivir propio de los ricos.
4. De mi bisabuelo: el no haber frecuentado las escuelas públicas y haberme servido de
buenos maestros en casa, y el haber comprendido que, para tales fines, es preciso gastar con
largueza.
5. De mi preceptor: el no haber sido de la facción de los Verdes ni de los Azules, ni partidario
de los parinularios ni de los escutarios; el soportar las fatigas y tener pocas necesidades; el
trabajo con esfuerzo personal y la abstención de excesivas tareas, y la desfavorable acogida a
la calumnia.
6. De Diogneto: el evitar inútiles ocupaciones; y la desconfianza en lo que cuentan los que
hacen prodigios y hechiceros acerca de encantamientos y conjuración de espíritus, y de otras
prácticas semejantes; y el no dedicarme a la cría de codornices ni sentir pasión por esas cosas;
el soportar la conversación franca y familiarizarme con la filosofía; y el haber escuchado
primero a Baquio, luego a Tandasis y Marciano; haber escrito diálogos en la niñez; y haber
deseado el catre cubierto de piel de animal, y todas las demás prácticas vinculadas a la
formación helénica.
7. De Rústico: el haber concebido la idea de la necesidad de enderezar y cuidar mi carácter; el
no haberme desviado a la emulación sofística, ni escribir tratados teóricos ni recitar
discursillos de exhortación ni hacerme pasar por persona ascética o filántropo con vistosos
alardes; y el haberme apartado de la retórica, de la poética y del refinamiento cortesano. Y el
no pasear con la toga por casa ni hacer otras cosas semejantes. También el escribir las cartas
de modo sencillo, como aquélla que escribió él mismo desde Sinuesa a mi madre; el estar
dispuesto a aceptar con indulgencia la llamada y la reconciliación con los que nos han
ofendido y molestado, tan pronto como quieran retractarse; la lectura con precisión, sin
contentarme con unas consideraciones globales, y el no dar mi asentimiento con prontitud a
los charlatanes; el haber tomado contacto con los Recuerdos de Epicteto, de los que me
entregó una copia suya.
8. De Apolonio: la libertad de criterio y la decisión firme sin vacilaciones ni recursos
fortuitos; no dirigir la mirada a ninguna otra cosa más que a la razón, ni siquiera por poco
tiempo; el ser siempre inalterable, en los agudos dolores, en la pérdida de un hijo, en las
enfermedades prolongadas; el haber visto claramente en un modelo vivo que la misma
persona puede ser muy rigurosa y al mismo tiempo desenfadada; el no mostrar un carácter
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irascible en las explicaciones; el haber visto a un hombre que claramente consideraba como la
más ínfima de sus cualidades la experiencia y la diligencia en transmitir las explicaciones
teóricas; el haber aprendido cómo hay que aceptar los aparentes favores de los amigos, sin
dejarse sobornar por ellos ni rechazarlos sin tacto.
9. De Sexto: la benevolencia, el ejemplo de una casa gobernada patriarcalmente, el proyecto
de vivir conforme a la naturaleza; la dignidad sin afectación; el atender a los amigos con
solicitud; la tolerancia con los ignorantes y con los que opinan sin reflexionar; la armonía con
todos, de manera que su trato era más agradable que cualquier adulación, y le tenían en aquel
preciso momento el máximo respeto; la capacidad de descubrir con método inductivo y
ordenado los principios necesarios para la vida; el no haber dado nunca la impresión de cólera
ni de ninguna otra pasión, antes bien, el ser el menos afectado por las pasiones y a la vez el
que ama más entrañablemente a los hombres; el elogio, sin estridencias; el saber polifacético,
sin alardes.
10. De Alejandro el gramático: la aversión a criticar; el no reprender con injurias a los que
han proferido un barbarismo, solecismo o sonido mal pronunciado, sino proclamar con
destreza el término preciso que debía ser pronunciado, en forma de respuesta, o de ratificación
o de una consideración en común sobre el tema mismo, no sobre la expresión gramatical, o
por medio de cualquier otra sugerencia ocasional y apropiada.
11. De Frontón: el haberme detenido a pensar cómo es la envidia, la astucia y la hipocresía
propia del tirano, y que, en general, los que entre nosotros son llamados «eupátridas», son, en
cierto modo, incapaces de afecto.
12. De Alejandro el platónico: el no decir a alguien muchas veces y sin necesidad o escribirle
por carta: «Estoy ocupado», y no rechazar de este modo sistemáticamente las obligaciones
que imponen las relaciones sociales, pretextando excesivas ocupaciones.
13. De Catulo: el no dar poca importancia a la queja de un amigo, aunque casualmente fuera
infundada, sino intentar consolidar la relación habitual; el elogio cordial a los maestros, como
se recuerda que lo hacían Domicio y Atenódoto; el amor verdadero por los hijos.
14. De «mi hermano» Severo: el amor a la familia, a la verdad y la justicia; el haber conocido,
gracias a él, a Traseas, Helvidio, Catón, Dión, Bruto; el haber concebido la idea de una
constitución basada en la igualdad ante la ley, regida por la equidad y la libertad de expresión
igual para todos, y de una realeza que honra y respeta, por encima de todo, la libertad de sus
súbditos. De él también: la uniformidad y constante aplicación al servicio de la filosofía; la
beneficencia y generosidad constante; el optimismo y la confianza en la amistad de los
amigos; ningún disimulo para con los que merecían su censura; el no requerir que sus amigos
conjeturaran qué quería o qué no quería, pues estaba claro.
15. De Máximo: el dominio de sí mismo y no dejarse arrastrar por nada; el buen ánimo en
todas las circunstancias y especialmente en las enfermedades; la moderación de carácter,
dulce y a la vez grave; la ejecución sin refunfuñar de las tareas propuestas; la confianza de
todos en él, porque sus palabras respondían a sus pensamientos y en sus actuaciones procedía
sin mala fe; el no sorprenderse ni arredrarse; en ningún caso precipitación o lentitud, ni
impotencia, ni abatimiento, ni risa a carcajadas, seguidas de accesos de ira o de recelo. La
beneficencia, el perdón y la sinceridad; el dar la impresión de hombre recto e inflexible más
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bien que corregido; que nadie se creyera menospreciado por él ni sospechara que se
consideraba superior a él; su amabilidad en...
16. De mi padre: la mansedumbre y la firmeza serena en las decisiones profundamente
examinadas. El no vanagloriarse con los honores aparentes; el amor al trabajo y la
perseverancia; el estar dispuesto a escuchar a los que podían hacer una contribución útil a la
comunidad. El distribuir sin vacilaciones a cada uno según su mérito. La experiencia para
distinguir cuando es necesario un esfuerzo sin desmayo, y cuándo hay que relajarse. El saber
poner fin a las relaciones amorosas con los adolescentes. La sociabilidad y el consentir a los
amigos que no asistieran siempre a sus comidas y que no le acompañaran necesariamente en
sus desplazamientos; antes bien, quienes le habían dejado momentáneamente por alguna
necesidad le encontraban siempre igual. El examen minucioso en las deliberaciones y la
tenacidad, sin eludir la indagación, satisfecho con las primeras impresiones. El celo por
conservar los amigos, sin mostrar nunca disgusto ni loco apasionamiento. La autosuficiencia
en todo y la serenidad. La previsión desde lejos y la regulación previa de los detalles más
insignificantes sin escenas trágicas. La represión de las aclamaciones y de toda adulación
dirigida a su persona. El velar constantemente por las necesidades del Imperio. La
administración de los recursos públicos y la tolerancia ante la crítica en cualquiera de estas
materias; ningún temor supersticioso respecto a los dioses ni disposición para captar el favor
de los hombres mediante agasajos o lisonjas al pueblo; por el contrario, sobriedad en todo y
firmeza, ausencia absoluta de gustos vulgares y de deseo innovador. El uso de los bienes que
contribuyen a una vida fácil y la Fortuna se los había deparado en abundancia, sin orgullo y a
la vez sin pretextos, de manera que los acogía con naturalidad, cuando los tenía, pero no
sentía necesidad de ellos, cuando le faltaban. El hecho de que nadie hubiese podido tacharle
de sofista, bufón o pedante; por el contrarío, era tenido por hombre
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