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Michel Foucault: "El Racismo Como Ensamble De Soberanía Y Gestión"

alfio_123 de Septiembre de 2014

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Por J.O.M.

Michel Foucault: “El Racismo como ensamble de Soberanía y Gestión”

“Auctoritas non veritas facit legem”

Hobbes.

Cuando los hombres se reunieron y pactaron la creación de un soberano, lo hacían porque se sentían presionados por la necesidad y el peligro; crearon un artefacto que los protegiera del abuso del otro, para poder dormir tranquilos, –en el fondo para poder vivir. Pero al otorgarle a este soberano plena autoridad, pleno derecho (al ceder los propios), también permitieron que este dispusiera de la vida de aquellos, a lo cuales debía de resguardar.

El viejo derecho soberano, –nos dice Foucault–, terminará cediendo ante la ineficacia e improductividad (económica de los sujetos), para dar paso a un nuevo derecho, unas nuevas tecnologías, y unas nuevas discursividades que tendrá como principal horizonte la maximización, tanto de los cuerpos (dóciles) como de la población (en su conjunto), además de la reducción de cualquier improvisto que amenace con interrumpir el constante flujo de producción.

Pero antes de adentrarnos en los presupuestos y consecuencias, del nuevo (bío)poder, de esta nueva tecnología y saberes, es preciso detenernos en lo que está entendiendo el pensador francés por el viejo poder soberano y sus características.

Foucault, ya en la historia de la sexualidad I, nos dice que el derecho soberano, ejerce su poder de manera negativa, es decir, de manera indirecta, y podía afectar la vida de los súbditos, haciendo morir o dejando(los) vivir. Como casos ejemplares del ejercicio pleno de este derecho (más centrado sobre la posibilidad de dar muerte) encontramos a la mayoría de los estados/naciones del siglo XVII y parte del XVIII, en los cuales se prodigaba el poder del soberano en base a un derecho de la “espada”. Éste ya clásico poder soberano, se podía distinguir del poder ejercido por una gubernamentalidad, en que el primero ejercía un poder totalmente centrado y estable y que tenía como horizonte la disciplina de los cuerpos; y la aplicación esencialmente de ese poder se encontraba, en el hecho hacer morir por parte del soberano. “El soberano no ejerce su derecho sobre la vida sino poniendo en acción su derecho de matar, o reteniéndolo; no indica su poder sobre la vida sino en virtud de la muerte que puede exigir.” Podemos decir entonces que, este derecho ejercido por el soberano sólo afectaba a la vida, en la medida en que éste podía ejercer la muerte de sus súbditos y que a su vez tenía un radio de acción más limitado, respecto del nuevo derecho pues, si bien pretendía el control de la vida, ésta se llevaba a cabo de manera muy costosa, ineficiente y por lo demás descuidada (en relación con el universo de producción social).

Hasta aquel momento, el poder estaba ejecutándose a nivel del detalle, del caso a caso, mediante el disciplinamiento y el castigo, dando paso a cuerpos dóciles, domesticados para los talleres y el ejército.

Fórmase entonces una política de las coerciones que constituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos. El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone.

No obstante, esta tecnología del poder resultaba a la larga poco económica y de limitado alcance. Frente a este escenario se desarrolla casi paralelamente, un polo (del poder sobre la vida) complementario al anterior, rubricado por el autor como biopolítica de la población. Tenemos de esta manera por un lado, una anatomopolítica, y por el otro una biopolítica que vendrá, no a suprimir ni anular a la anterior, sino más bien extenderla, atravesarla, complementarla y maximizar sus alcances y potenciar sus atribuciones.

Como se puede apreciar este nuevo tipo de derecho o más bien de poder, ya no se centrará en la disciplina de los cuerpos en tanto que individuos (sujetos por ende a la vigilancia y al castigo) sino que esta se destinará hacia la multiplicidad de los hombres y a los “procesos de conjunto que son propios de la vida, como el nacimiento, la muerte, la producción, la enfermedad, etc.”

Se sigue de este modo, que este nuevo poder (que complementará al anterior) no tendrá como horizonte el maximizar las capacidades de los cuerpos individuales meramente, sino que la de la regulación de todos los procesos y fases del desarrollo del hombre/especie, absteniéndose eso sí, de los elementos aleatorios que siempre pueden afectar o influir a la población. El estudio entonces de este nuevo campo de saber/poder sobre la población se ejercerá principalmente sobre las constantes que se puedan establecer respecto del comportamiento de esta. “No se trata en modo alguno, de tomar al individuo en el nivel del detalle sino, al contrario, de actuar mediante mecanismos globales de tal manera que se obtengan estados globales de equilibrio y regularidad…”

Tenemos entonces, que dentro de este nuevo poder o tecnología, la vida se tornará el eje central de todo el accionar mismo de este poder. Tanto así, que el mismo Foucault nos asegura que esas dos tecnologías (tanto la disciplinar como la de los mecanismo regularizadores) no sólo no se oponen, sino que además se logran articular perfectamente, al punto de maximizar no sólo al hombre/especie sino también a la dimensión geográfica, espacial; a lo que Foucault ejemplificará con la ciudad obrera, en la cual se ven ambas tecnologías funcionando a la par, donde por un lado se logra disciplinar al individuo basándose en una anatomopolítica del cuerpo, (que lo compondrá y re-construirá desde los más mínimos gestos hasta las más efectivas y estilizadas posturas que requerirá la economía política) y por el otro, se logra el completo manejo de la población a través, no solo del Estado como figura paradigmática, sino que también de las instituciones, especialmente de aquellas dedicadas a la “dirección de consciencias”, como lo son la pastoral, o también de instancias formales de rehabilitación sostenida por principios doctrinarios de moralidad. Es así entonces, como desde ahora vemos funcionar simultánea y complementariamente estas dos tecnologías que podríamos decir confluyen ambos en la normalización, en sus dos sentidos la del cuerpo/individuo y la del hombre/especie.

Este nuevo poder, que el autor también denomina de regulación, tiene como máxima, “el hacer vivir, y el dejar morir”; de esta forma se configura una nueva disposición de los saberes y ante todo de las nuevas prácticas del saber/poder. Por ejemplo el hecho de que se ponga especial énfasis a los procesos globales y generalizados que afectan a toda la población, la natalidad, la morbilidad, las diversas incapacidades (biológicas) los efectos del medio ; en fin todo aquello que pueda influir o perjudicar al flujo constante de la circulación y la producción en la sociedad.

Esta Biopolítica, que como vemos, se preocupará ya no tanto del individuo –en su singularidad- sino que del conjunto global de ellos, de la población y sus fluctuaciones propias, esto, bajo la intención de controlar, gestionar, calcular y potenciar una cierta regularidad, una cierta normalidad en la cual se introduzcan nuevas particiones en la sociedad, a la vez que se introduce al poder a los niveles capilares de esta. “…en síntesis, de tomar en cuenta la vida, los procesos biológicos del hombre/especie y asegurar en ellos no una disciplina sino una regularización.”

Foucault nos enuncia, a modo de ejemplo significativo de la relación que hay entre el poder disciplinario y el biopolítico, los casos de la sexualidad y el de la medicina. En ambos están presentes (aunque en distintos estratos y grados) las instancias de disciplinamiento del cuerpo, que apuntan más que nada al control y domesticación de los instintos sexuales (en espacial de los niños), y por otro lado, un poder atento a los influjos que puedan causar en la población (como en el aumento o el decaimiento de las tasas de natalidad o enfermedad). Y el elemento común que cruzará de un ámbito al otro, es la norma; ya aquí podemos encontrar una instancia de amarre, entre el control sobre el cuerpo y sobre la población, haciendo inmanente por ello, a todo el proceso de la vida misma. Se dejará la “muerte” –por lo menos como elemento crucial para ejercer el poder. Ya veremos el porqué de esto.

Pero no todo en esta tecnología es el “hacer” vivir, pues parte necesaria dentro de la economía del poder, es la instancia de la muerte. Es entonces en este punto en donde el pensador francés, hará jugar estos dos polos del poder, a saber, el poder de vida y el poder de muerte, en lo que él denomina el racismo, y en particular el racismo de Estado. Con este término, Foucault está designando la atribución elemental de este biopoder; por el cual pasa, no sólo el viejo derecho soberano (el de dar muerte) sino que también el poder normalizador. Es gracias a este racismo, por lo cual cobra sentido la extensión casi absoluta, de esta Biopolítica que incorpora estas dos tecnologías del poder

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