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Paz E Interculturalidad


Enviado por   •  19 de Abril de 2013  •  1.958 Palabras (8 Páginas)  •  475 Visitas

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MI REINO ES EL DESIERTO Y EL DESIERTO ES TAMBIÉN MI OBRA.

Reflexion a partir del texto Paz e Interculturalidad de Raimon Panikkar.

“Mi reino es el desierto y el desierto es también mi obra. A dondequiera que vaya, todo se convierte en desierto a mí alrededor. Lo llevo conmigo. Soy de un fuego destructor. ¿Cómo podría tener otro destino que una perpetua soledad?”

Michael Ende, La Historia Interminable.

Cuando los dioses no se entienden los hombres luchan.

El hombre, desde el principio de su existencia como ser autoconsciente (no quiero limitar la complejidad humana a la razón, tal y como se entiende clásicamente el término) ha buscado explicarse a sí mismo. Esta explicación ha adoptado también desde un principio una forma mítica. El mythos ha sido y sigue siendo el horizonte y el habitad de los grupos humanos que lo comparten. Podemos conquistar nuevos habitad exteriores, transformarlos y “domesticarlos” pero esto es posible porque nuestro horizonte intangible, nuestro mythos, siempre está con nosotros. Es imposible escapar de él, el mito da sentido a nuestro mundo interior y exterior, nos explica quienes somos y como nos relacionamos con lo distinto a nosotros. Cuando los seres humanos llegan a una nueva “tierra” inevitablemente la modelan de acuerdo a su mito. Es la mitificación del nuevo territorio lo que lo hace habitable.

Pero, ¿si esta nueva tierra ya esta ocupada por otros mitos? Si como ya ha ocurrido miles de veces en 6000 años de historia, a muy diversas escalas, la nueva tierra ya está ocupada por otros grupos humanos que han mitiformado (si se me permite inventar una palabra para referirme al proceso de modelar un habitad de acuerdo a la mitología del grupo humano que la habita) el territorio ¿Pueden convivir pacíficamente, las dríades, los elfos, los ángeles y Quetzalcóatl? ¿Es inevitable que las visiones mitológicas luchen entre si por la supremacía e incluso por el exclusivo dominio? En otras palabras, siempre que hay contacto cultural amplio y prolongado ¿debe ser este conflictivo e incluso llegar a la guerra? Y si no es así ¿cuál es la alternativa?

En busca del santo grial de la concordia.

Desde tiempos inmemoriales el bien más preciado de una sociedad ha sido la paz. Esta palabra resume el culmen de las aspiraciones de la sociedad humana y una de sus grandes preguntas ¿Qué es la paz? ¿es posible? Y si es posible ¿cúal es el camino para alcanzarla?

La mayoría de las culturas están de acuerdo en que la paz es posible y deseable. Sin embargo los caminos para llegar a ella en la mayoría de los casos sólo tienen en común una cosa: Mi paz está garantizada siempre y cuando el universo mitológico que da sentido a mi realidad no se vea amenazado. Y para alejar o suprimir cualquier amenaza paradójicamente es valida cualquier violencia, conquista, supresión, dominación y si es necesario aniquilación (miremos en el espejo de la guerra entre Roma y Cartago). Lo curioso es que esta búsqueda de la paz para mi cultura pase por avasallar las otras culturas y garantizar la supremacía y la hegemonía de la mía. Sin embargo, a pesar de que en el camino a la paz no podemos decir que se realizaran en 60 siglos avances espectaculares, si no es en la sofisticación y sutileza de los medios de guerra, si es instructivo repasar someramente los intentos que se han realizado por desterrar la guerra como medio pacificador.

Examinaremos o haremos mención de tres medios reflexionando desde nuestro punto de vista por que son insuficientes.

Primero: El medio legal, aquí incluyo las leyes, contratos escritos y no escritos, acuerdos y cualquier otra normativa vinculante. Estas se apoyan en la ética y la conveniencia. Se podrían justificar como una adaptación evolutiva si se quiere con miras a evitar el extermino de la especie por cualquier diferencia. También podrían considerarse postulados de la razón práctica o como expresión una iluminación divina. En cualquiera de los casos, la historia demuestra que una paz construida sobre el fundamento de la obligación moral no es más que un armisticio ¿Por qué? Cualquier normativa aunque nazca del sentimiento de incluir y respetar los derechos de todos, nace y se enuncia desde el propio universo mitológico de la cultura que lo emite. Puede ser algo tan hermoso como “amaos unos a otros”, pero si no hay una comprensión del otro este enunciado se queda en la superficie. No se erradican las fuentes de la confrontación si no se penetra más allá del discurso del otro, más allá del conocimiento del pensamiento ajeno, es necesario comprender y amar al que es distinto. Aun más, una mera normativa no me lleva a la dimisión en mi encuentro con el otro. Mientras la entienda como misión hacia el otro, no será más que una forma refinada de colonialismo. Así pues, la legislación, aunque refleje un principio noble, no es suficiente porque queda en la superficie. Puede incluso cambiar las ideas, pero no roza el universo mitológico del otro, pues sin saberlo y de buena fe, quiero que el otro acepte mi mito, que se someta a él. En otras palabras, el mero mandato o contrato, endurece y reafirma unas fronteras mitológicas en detrimento de otras, es un proceso de expansión, y todo proceso expansivo de este tipo es de por si agresión del otro.

Segundo: El medio lógico, entendido como diálogo dialéctico, en el cual uno de los interlocutores es con-vencido por el argumento (logos) del otro. Es un proceso similar y no está separado en la práctica del anterior, sino que forma parte de este. Sin embargo, aunque uno de los interlocutores quede convencido, este convencimiento racional sigue sin tocar su horizonte de sentido, su mito. Por tanto es también insuficiente.

Tercero: El medio cosmopolita, entendido como aquel que tolera, ignora o incluso acoge algunas manifestaciones superficiales de otras culturas. La multiculturalidad de algunas sociedades y culturas, “civilizadas” y “desarrolladas” que toleran, ignoran o acogen con curiosidad otras culturas “pintorescas” y “exóticas”, incluso alardeando de su tolerancia. Recordemos que al final ignorar al otro no es más que otra forma refinada de desprecio. Esconde en sí un síndrome

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