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Por Que No Quiero Ser Positivista

klingsor15 de Diciembre de 2014

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Por qué no quiero ser positivista

Reflexiones sobre la Filosofía

Axel Arturo Barceló Aspeitia

Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM México

2006

I. ¿Por qué no quiero ser positivista? No me pregunto por qué no soy positivista porque la verdad es que, por lo menos para mí, ya es demasiado tarde: Soy positivista. No sé cómo sucedió. Creí haber hecho todo lo recomendable para evitar mi condición: desde mi juventud leí a Wittgenstein y a Heidegger (¡ambos en su alemán original!), por no hablar de Deleuze, Derrida y los pensadores débiles italianos. Pertenezco a una generación, tal vez la primera, que nació en la condición postmoderna, la crisis de la razón y el fin de los metarelatos.

Sin embargo, pese a todo me levante un día y reconocí frente a la espejo la imagen del positivista. Si hace unos años me hubieran preguntado qué es la filosofía, sin dudar hubiera respondido que una rama de la crítica literatura o un estilo literario sin más (Es más, mi primera plática en un encuentro estudiantil defendí con vehemencia y, creo yo, buenos argumentos, esta tesis).

Hoy en día, sin embargo, mi repuesta sería que la filosofía es una ciencia. Y hoy, al igual que entonces, creo tener razón. Es más, si alguno de ustedes ah recibido recientemente un correo electrónico mío, habrán encontrado después de mi firma la siguiente cita de Bertrand Russell:

"I wish to propose for the reader's favourable consideration a doctrine, which

may, I fear, appear wildly paradoxical and subversive. The doctrine in

question is this: that it is undesirable to believe in a proposition when there

is no ground whatever for supposing it true.

Bertrand Russell "Skeptical Essays" (1928)2

Encontré esta cita en un pequeño texto del psicólogo Nicholas Humphrey, del London School of Economics. Cuando, a finales del año pasado, la página inglesa de internet www.Edge.com le preguntó al Dr. Humphrey cuál era su ‘idea peligrosa’, “An idea you think about (not necessarily one you originated) that is dangerous not because it is asumed to be false, but because it might be true?” (Brockman 2006), él respondió que la de Russell, pese a haber sido escrita hace 80 años, seguía siendo “as dangerous as they come”

(Humphrey 2006).

Cuando leí este pasaje, me sorprendió mucho que Humphrey, o cualquiera, considerara ‘peligrosa’ la idea de que la justificación debe anteceder a la creencia. Sin embargo, ahora me doy cuenta que el dictum Russeliano – que solo debe creerse lo que pude justificarse –, el primer dogma del positivismo, no sólo es una idea peligrosa, sino que

tal vez sea también equivocada.

En su acérrima crítica al filósofo norteamericano Peter Singer, Christopher Miles

Coope recientemente describió esta especie de soberbia filosófica del filósofo positivista de

la siguiente manera:

…readers are commonly put on the spot: either they must be able to justify

their beliefs to the satisfaction of the enquiring philosopher, or they must be

prepared to abandon them. This might sound somehow ‘rational’. However,

it seems to me an unreasonable challenge – though the fact that it is made

(and so often repeated) is interesting.(Coope 2003, 599-600)

II. Hace algunos años, se me invitó a participar en un interesante experimento de

acercamiento entre las diferentes tradiciones filosóficas que se practican en mi universidad.

El objetivo era reunir a un manojo de jóvenes filósofos a presentar y discutir su concepción

de la filosofía – a Pensar la Filosofía (Di Castro y Hurtado 2004), como terminaría titulado

el volumen que recogió nuestras reflexiones de esos días. En mi contribución al debate, 3

sostuve que el objetivo central de la filosofía es ofrecer nuevas posibilidad: abrir nuestro

campo de opciones a nuevas oportunidades que tal vez no se habían vislumbrado. Que, tal y

como lo habían puesto George e Ira Gershwin en su Porgy and Bess en la voz del diablo –

y, en este sentido, hay algo de diabólico en el quehacer filosófico –,: “it ain’t necessarily

so”, es decir, las cosas no tienen que sen como son, que hay otras maneras de ser, actuar,

hacer, pensar y saber.

También dije que la mejor manera de lograr esto era a través del análisis conceptual,

es decir, a través de lo que conocemos como filosofía analítica, y que este análisis

filosófico se ponía en escena en una continua personificación del mito de Perseo y Medusa,

es decir, en la contraposición entre dos tipos de filósofos: los filósofos teóricos – cuya

ambición teórica, es decir, de visión, los hacía victimas fáciles del poder petrificador de

Medusa – y los filósofos críticos, cuya capacidad reflexiva les permite vencer a la Medusa.

…la reflexión es el arma secreta de Perseo. Contra la vista [teoría], la

reflexión. El mito de Perseo y Medusa es el mito del poder de la reflexión

crítica. [¶] Identifico a la filosofía crítica con la figura de Perseo, porque

quiero llamar la atención al hecho de que criticar una teoría no es hacer más

teoría. Criticar no es simplemente ofrecer una teoría alternativa, sino

reflexionar sobre la misma teoría a criticar. En particular, el trabajo crítico

sobre una teoría filosófica es el trabajo de exploración de sus conceptos para

buscar los puntos donde la conexión necesaria propuesta en la teoría se

rompe. El trabajo crítico en la filosofía es la sustitución de conexiones

necesarias por posibles. [nota] De ahí que también al trabajo crítico se le

haya llamado de “debilitamiento” de la filosofía… (Barceló 2004, 25)

Ahora me doy cuenta que mi visión de la filosofía en aquellos años era muy

estrecha. Es decir, no creo que lo que haya dicho haya estado equivocado, pero sí que daba

una imagen reducida del quehacer filosófico en nuestros días. Una imagen del quehacer

filosófico que hoy en día llamaríamos cognitivista, dónde teorías se defienden y atacan,

pero aún dentro del paradigma del quehacer filosófico como la construcción de

conocimiento verdadero y justificado, es decir, aún bajo el paradigma positivista de la 4

filosofía como una ciencia. Ahora me doy cuenta que, aunque el mito de Medea y Perseo,

especialmente en su interpretación de Italo Clavino (1989) como el encuentro entre la

pesadez y la ligereza, aún sirve para identificar dos paradigmas radicalmente distintos de

hacer filosofía, la caracterización que hice de las tradiciones teóricas y crítica aún no

lograba escapar los límites del modelo positivista.

En otras palabras, si bien sigo creyendo que el papel de la filosofía es el de buscar

nuevas posibilidades – y esto es algo que, afortunadamente, logró un consenso dentro de

aquel encuentro –, ya no creo que el modelo positivista dé cuenta completa de la manera en

que la filosofía actual logra este objetivo. Es decir, ya no creo que la única – ni siquiera la

mejor – manera de encontrar nuevas posibilidades es criticando teorías. También es posible,

creo ahora, simplemente imaginarlas.

1

III. Estudios contemporáneos de la creatividad (Boden 1994, 1990, Dartnall 1994)

coinciden en señalar dos momentos importantes dentro del surgimiento de ideas novedosas:

un momento imaginativo, de generación de hipótesis, y un segundo momento crítico de

verificación de las mismas. La misma idea se encuentra detrás de la vieja dualidad entre

contextos de descubrimiento y de justificación y la idea Popperiana de conjeturas y

refutaciones (Popper 1983). Es comúnmente reconocido que una es tan necesaria como al

otra y que nada se gana de un espíritu completamente crítico ni de uno absolutamente

imaginativo. El filósofo sin embargo, parece haberse olvidado de la íntima

1

. Y también creo que he hallado la razón por la cual mi análisis de aquel entonces había

ignorado toda una dimensión del fenómeno filosófico: el haber centrado mi estudio en la

noción de posibilidad y no haber puesto suficiente atención en la noción de novedad

involucrada en la búsqueda de nuevas posibilidades.5

interdependencia de ambas dimensiones y ha formado, no dos momentos creativos, sino

dos bandos en disputa, cada uno tan ciego como el otro.

Estas dos tendencias filosóficas se pueden entender desde varias ángulos.

Políticamente, corresponden a dos miedos fundamentales a la base del pensamiento

moderno: Por un lado, el miedo a la anarquía caótica y, pro el otro, el miedo al

totalitarismo. Es decir, por un lado, el miedo a una falta de orden social, frente al miedo de

un exceso de orden y control. Ontológicamente, esta dualidad se presenta entre el miedo al

caos y el miedo al determinismo. En la lógica y la filosofía del pensamiento, podemos

distinguir a aquellos que temen es al relativismo y el ‘todo se vale’, y los que temen al

control y la uniformidad de pensamiento, los que temen que todos piensen como se les de la

gana y los que temen que todos piensen igual: pensadores del orden y pensadores de la

diferencia. En epistemología,

...

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