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¿Qué Es La Ilustración?

candylicius27 de Noviembre de 2012

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¿Qué es la Ilustración?*

Emmanuel Kant

La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad.

La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin

la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la

falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de

ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia

razón!: he aquí el lema de la ilustración.

La pereza y la cobardía son causa de que una gran parte de los hombres

continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza

los liberó de ajena tutela (naturaliter majorennes); también lo son

de que se haga tan fácil para otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo no

estar emancipado! Tengo a mi disposición un libro que me presta su inteligencia,

un cura de almas que me ofrece su conciencia, un médico que me

prescribe las dietas, etc., etc., así que no necesito molestarme. Si puedo pagar

no me hace falta pensar: ya habrá otros que tomen a su cargo, en mi nombre,

tan fastidiosa tarea. Los tutores, que tan bondadosamente se han arrogado

este oficio, cuidan muy bien que la gran mayoría de los hombres (y no digamos

que todo el sexo bello) considere el paso de la emancipación, además

de muy difícil, en extremo peligroso. Después de entontecer sus animales

domésticos y procurar cuidadosamente que no se salgan del camino trillado

donde los metieron, les muestran los peligros que les amenazarían caso de

aventurarse a salir de él. Pero estos peligros no son tan graves pues, con unas

cuantas caídas, aprenderán a caminar solitos; ahora que, lecciones de esa naturaleza,

espantan y le curan a cualquiera las ganas de nuevos ensayos.

Es, pues, difícil para cada hombre en particular lograr salir de esa incapacidad,

convertida casi en segunda naturaleza. Le ha cobrado afición y se

siente realmente incapaz de servirse de su propia razón, porque nunca se le

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permitió intentar la aventura. Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos

de un uso, o más bien abuso, racional de sus dotes naturales, hacen veces de

ligaduras que le sujetan a ese estado. Quien se desprendiera de ellas apenas

si se atrevería a dar un salto inseguro para salvar una pequeña zanja, pues

no está acostumbrado a los movimientos desembarazados. Por esta razón,

pocos son los que, con propio esfuerzo de su espíritu, han logrado superar

esa incapacidad y proseguir, sin embargo, con paso firme.

Pero ya es más difícil que el público se ilustre por sí mismo y hasta, si

se le deja en libertad, casi inevitable. Porque siempre se encontrarán algunos

que piensen por propia cuenta, hasta entre los establecidos tutores del gran

montón, quienes, después de haber arrojado de sí el yugo de la tutela, difundirán

el espíritu de una estimación racional del propio valer de cada hombre

y de su vocación a pensar por sí mismo. Pero aquí ocurre algo particular:

el público, que aquellos personajes uncieron con este yugo, le unce a ellos

mismos cuando son incitados al efecto por algunos de los tutores incapaces

por completo de toda ilustración; que así resulta de perjudicial inculcar prejuicios,

porque acaban vengándose en aquellos que fueron sus sembradores

o sus cultivadores. Por esta sola razón el público sólo poco a poco llega a

ilustrarse. Mediante una revolución acaso se logre derrocar el despotismo

personal y acabar con la opresión económica o política, pero nunca se consigue

la verdadera reforma de la manera de pensar; sino que, nuevos prejuicios,

en lugar de los antiguos, servirán de riendas para conducir al gran

tropel.

Para esta ilustración no se requiere más que una cosa, libertad; y la más

inocente entre todas las que llevan ese nombre, a saber: libertad de hacer uso

público de su razón íntegramente. Mas oigo exclamar por todas partes:

¡Nada de razones! El oficial dice: ¡no razones, y haz la instrucción! El funcionario

de Hacienda: ¡nada de razonamientos!, ¡a pagar! El reverendo: ¡no

razones y cree! (sólo un señor en el mundo dice: razonad todo lo que queráis

y sobre lo que queráis pero ¡obedeced!) Aquí nos encontramos por doquier

con una limitación de la libertad. Pero ¿qué limitación es obstáculo a la ilustración?

Contesto: el uso público de su razón debe estar permitido a todo el

mundo y esto es lo único que puede traer ilustración a los hombres; su uso

privado se podrá limitar a menudo ceñidamente, sin que por ello se retrase

en gran medida la marcha de la ilustración. Entiendo por uso público aquel

que, en calidad de maestro, se puede hacer de la propia razón ante el gran

público del mundo de lectores. Por uso privado entiendo el que ese mismo

personaje puede hacer en su calidad de funcionario. Ahora bien; existen muchas

empresas de interés público en las que es necesario cierto automatismo,

por cuya virtud algunos miembros de la comunidad tienen que comportarse

pasivamente para, mediante una unanimidad artificial, poder ser dirigidos

por el Gobierno hacia los fines públicos o, por lo menos, impedidos en su

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perturbación. En este caso no cabe razonar, sino que hay que obedecer. Pero

en la medida en que esta parte de la máquina se considera como miembro

de un ser común total y hasta de la sociedad cosmopolita de los hombres,

por lo tanto, en calidad de maestro que se dirige a un público por escrito haciendo

uso de su razón, puede razonar sin que por ello padezcan los negocios

en los que corresponde, en parte, la consideración de miembro pasivo.

Por eso, sería muy perturbador que un oficial que recibe una orden de sus

superiores se pusiera a argumentar en el cuartel sobre la pertinencia o utilidad

de la orden: tiene que obedecer. Pero no se le puede prohibir con justicia

que, en calidad de entendido, haga observaciones sobre las fallas que descubre

en el servicio militar y las exponga al juicio de sus lectores. El ciudadano

no se puede negar a contribuir con los impuestos que le corresponden;

y hasta una crítica indiscreta de esos impuestos, cuando tiene que pagarlos,

puede ser castigada por escandalosa (pues podría provocar la resistencia general).

Pero ese mismo sujeto actúa sin perjuicio de su deber de ciudadano

si, en calidad de experto, expresa públicamente su pensamiento sobre la inadecuación

o injusticia de las gabelas. Del mismo modo, el clérigo está obligado

a enseñar la doctrina con arreglo al credo de la Iglesia a que sirve, pues

fue aceptado con esa condición. Pero como doctor tiene la plena libertad y

hasta el deber de comunicar al público sus ideas bien probadas e intencionadas

acerca de las deficiencias que encuentra en aquel credo, así como el

de dar a conocer sus propuestas de reforma de la religión y de la Iglesia.

Nada hay en esto que pueda pesar sobre su conciencia. Porque lo que enseña

en función de su cargo, en calidad de ministro de la Iglesia, lo presenta como

algo a cuyo respecto no goza de libertad para exponer lo que bien le parezca,

pues ha sido colocado para enseñar según las prescripciones y en el nombre

de otro. Dirá: nuestra Iglesia enseña esto o lo otro; estos son los argumentos

de que se sirve. Deduce, en la ocasión, todas las ventajas prácticas para su

feligresía de principios que, si bien él no suscribiría con entera convicción,

puede obligarse a predicar porque no es imposible del todo que contengan

oculta la verdad o que, en el peor de los casos, nada impliquen que contradiga

a la religión interior. Pues de creer que no es éste el caso, entonces sí

que no podría ejercer el cargo con arreglo a su conciencia; tendrá que renunciar.

Por lo tanto, el uso que se razón hace un clérigo ante su feligresía, constituye

un uso privado; porque se trata siempre de un ejercicio doméstico,

aunque la audiencia sea muy grande; y, en este respecto, no es, como sacerdote,

libre, ni debe serlo, puesto que ministra un mandato ajeno. Pero en calidad

de doctor que se dirige por medio de sus escritos al público

propiamente dicho, es decir, al mundo, como clérigo, por consiguiente, que

hace un uso público de su razón, disfruta de una libertad ilimitada para servirse

de su propia razón y hablar en nombre propio. Porque pensar que los

tutores espirituales del pueblo tengan que ser, a su vez, pupilos, representa

un absurdo que aboca

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