¿Qué quieren realmente las imágenes?

Alex Onoa

¿Qué quieren realmente las imágenes?

La imagen emerge. Cohabita en los vericuetos rutinarios de la existencia humana. Palpita en las relaciones diarias. Nos pone de cara a nuestra cotidianidad y desde allí nos pide no ser verbalizada. Cualquier posibilidad de saber qué es lo que hacen las imágenes o qué entrañan las imágenes parece disolverse ante la irrupción de un nuevo cuestionamiento que plantea qué es lo que quieren. Para desarrollar su reflexión W. J. T. Mitchell (2014), autor del texto reseñado, se plantea una serie de interrogantes. Por ejemplo, se pregunta ¿qué nos impulsa, en la cotidianidad, a reaccionar ante las imágenes? ¿Por qué las revestimos de vitalismo y vemos en ellas la capacidad de exigir, persuadir o seducir? Esto le lleva a plantearse, finalmente, ¿qué quieren las imágenes? Su punto de partida es la imagen como poseedora de vida y preñada de deseos.

Impulsado por una constante preocupación, Mitchell explora los territorios de la imagen y señala que los estudios actuales sacrifican su carácter vital al diseccionarla para desentrañar sus significados. Las imágenes llevan a cuestas el peso de una personalidad: han sido estampadas. Están atravesadas por la elección singular de formas, colores, trazos, localizaciones, etcétera. En su existencia virtual o material las imágenes nos interpelan, nos confrontan. Por ello, el autor se opone a los manejos interpretativos y retóricos a los que se ha sometido. Estos, manifiesta, han reducido a la imagen –ahora subalterna– al lenguaje escrito. En consecuencia, la imagen ha sido ultrajada por la letra.

Históricamente nos hemos negado la posibilidad de ver en la imagen un organismo capaz de sentir, anhelar, reaccionar y desear. Por lo que, los territorios de la imagen reclaman no ser abordados por la explicación textual. Esto abre la problemática de si es posible significar una imagen sin reducirla al discurso verbal. La oscilación entre preguntar a la imagen y colonizarla a través de la palabra solo puede ser resuelta si pensamos en la vida y los deseos que posee. Si se elige colonizar, se cae en un dilema laberíntico de quien se pierde al buscar significados en la imagen.

En esta línea, la analogía de las imágenes como cuerpos vivientes y sensibles es más que una comparación caprichosa que hace Mitchell. Sin embargo, el vitalismo con el que el autor impregna al concepto de imagen-como-organismo no trata de eludir los principios biológicos de un cuerpo viviente, sino que busca que se vea, lógicamente, a la imagen–organismo como una propuesta metafórica, una figura retórica, una imagen de imágenes, una metaimagen. La propuesta de Mitchell se orienta en que las imágenes son capaces de explicarse a sí mismas. Rechaza la subalternidad a la que se ha llevado a la imagen con referencia al lenguaje escrito. Esto ha impedido que se vea la capacidad de la imagen para articularse como un lenguaje per se. La imagen como subalterno es esterilidad sin sangre.

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