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SIN LAGRIMAS


Enviado por   •  10 de Octubre de 2014  •  639 Palabras (3 Páginas)  •  187 Visitas

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Prefacio

En febrero de 1979, hubo una tormenta de nieve en Connecticut. Esto constituye un acontecimiento bastante común, que los residentes nunca han llegado a disfrutar, aunque sí a soportar. De alguna manera, han encontrado la forma de seguir adelante. Dentro de este "seguir adelante" me encontraba yo, de pie en el andén de la estación de ferrocarril de Port Chester, estado de Nueva York. Aun cuando no es tan elegante o conocida como la estación de Greenwich, tenía la ventaja de estar situada más cerca de mi casa. Además, ahí hay un tren vacío todas las mañanas a las 7:42. Tras una parada en Rye, donde se llena a plena capacidad, sigue sin más escalas hasta la Grand Central Station, con el estruendo que solía imitar los viejos programas matutinos de la radio. Después de catorce años de constante viajar, aprendí que esta ruta era la mejor de todas. No era muy moderna, pero si se podía ir sentado y el horario era confiable. Llegaba a mi oficina a las 8:45, después de caminar hasta Park Avenue desde la estación. Ese día sabía que la caminata iba a ser fría y hasta peligrosa. El simple hecho de pasar frente al edificio de Union Carbide (hoy propiedad de Manufacturers Hanover) era en sí una prueba de resistencia. En el tren empecé a preguntarme si este habría de ser mi destino para toda la vida. A mi alrededor veía las caras conocidas de los últimos dos mil quinientos viajes, todas ellas cada año con mayores síntomas de resignación. No hay nada más emocionante que trabajar en Manhattan; trasladarse desde Greenwich cada mañana es tal vez lo mejor que a uno le puede ocurrir; pero implica una cierta monotonía que llega a afectar. Si, por alguna razón, no se puede conseguir algún diario y los pasajeros tienen que entretenerse mirándose unos a otros, eso puede resultar en una verdadera tragedia. Sólo los turistas y los que viajan esporádicamente hablan en voz alta.

Mis pensamientos se concentraron en Vero Beach, Florida. Mi esposa Shirley se encontraba allá en aquel momento, pero yo tenía que estar en Nueva York para participar en la reunión mensual de la dirección general de la compañía. Pasarían varios días hasta que pudiera escaparme a disfrutar de un fin de semana con la familia. Luego tendría que trasladarme a Bruselas para de nuevo participar en una semana de sesiones sobre la organización interna de la ITT.

Siempre pensé que no ser invitado a esas reuniones era peor que asistir a ellas. Al llegar a la oficina, recibí una llamada telefónica del editor de una popular revista de economía. Me dijo que acababa de leer mi libro La Calidad no Cuesta y le había parecido maravilloso. Iban a publicar una reseña sobre él en la revista y querían que escogiera algunas citas tomadas de la obra y que, además, les enviara una fotografía. Hice los arreglos necesarios para atender la solicitud. Ahí se me presentaba una buena oportunidad;

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