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Sartre Sueña Con Napoleón


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2013  •  1.983 Palabras (8 Páginas)  •  241 Visitas

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Es el Hospital de Broussais en abril del 1980 cuando había un anciano moribundo en un catre. Este hombre hablaba sobre el existencialismo y toda esa cháchara. El nombre de este tipo era Jean-Paul Sartre y según los médicos estaba a punto de morir.

Lejos de morir en los brazos felices de su mujer, Simone de Beauvoir, ella estaba ensimismada en su mundo a causa de los engaños que había recibido por parte de su pareja.

Era ya de mediodía, una paramédica se le acerca y le ofrece de comer, él se niega, pero la médica le insiste diciéndole que sino le deberían inyectar unas vitaminas. Rendido ante la fuerza de voluntad de aquella mujer, Sartre se entregó como cual bebé acaba berrinche y empieza a jugar con la comida al descubrir que le gusta.

Una vez la puerta cerrada y la habitación vacía exceptuando un libro y la pluma que Simone había dejado allí y el sonido de pi-pi-pi, Sartre dispone a descansar en paz en un sueño profundo.

Como anonadado en la estratósfera, en algo etérico según su planteamiento, Sartre se descubre profanado de su cuerpo y echo una esencia de consistencia inmaterial flotando en el cosmos.

“¿Acaso estoy en el lugar al que van los muertos? ¡¿Acaso morí?!” se plantea para sí mismo, pero sólo oye el eco de su sigiloso movimiento por el espacio.

Dejándose llevar por el más allá siente que una fuerza, la presencia de una cosa, va avanzando a pasos agigantados hacia su persona. Toma fuerza de su conciencia y queda alerta por si algo llegase a suceder. Da vueltas en el lugar hasta descubrir que frente suyo hay una masa de energía igual de uniforme que la de él. La masa de energía rompe las barreras protectoras de su mente y se mete en lo más profundo de su ser. Hicieron contacto. Sartre lo rechaza, pero deja que siga emanando energía a su ser.

Aquella masa pensaba, tenía un razonamiento, igual que él; llegó a considerarlo una persona, pero imposible, carecía de cuerpo.

Quien empezó a tomar uso de la palabra y a que su voz retumbase por todo derredor, fue aquella masa que se presentó como Platón.

Platón- Buenas, buenas recién llegado, Jean-Paul Sartre. ¿Qué devenir te trajo por aquí?

Sartre- Verá usted, creo que acabo de morir.

Platón- ¿Cree? ¿Acaso lo obvio no es tan obvio y lo no tan obvio es obvio?

Sartre- No lo sé, pero hace frío.

Platón- Eso se debe a que usted gasta su energía, déjese llevar por la corriente.

Sartre- ¿Estamos en la corriente cósmica a la cual van las almas, algo así como lo que creen los orientales?

Platón- Algo así pero lo denominaremos Hades. Y no me refiero a los jugos de leche de soja, me refiero a donde vienen las almas luego de un arduo período de trabajo en la tierra, una vez remasterizadas volverán a la tierra como designio de los Dioses a cumplir con el deber de su esencia.

Sartre- Discúlpeme señor Platón, pero los dioses no existen, así que por ende no tenemos quién nos ordene, ni una ley superior. Nosotros elegimos por nuestro propio camino cómo obrar ante distintas situaciones de la vida.

Platón- ¡Por las barbas de Zeus!, ya he tratado con otros existencialistas de su camada y le aseguro que no cambié de opinión.

Sartre- No pido que cambie de opinión pido que entienda. ¿Estamos como usted dijo en “Fedón” con las ideas?

Platón- No, pero llegaremos.

Sartre- ¿Qué se lo garantiza?

Platón- La fe.

Sartre- La fe no te va a salvar cuando estés solo en un desierto y necesites agua.

Platón- ¿Quién sabe?

Sartre- Buen punto.

Mirando a su alrededor, Sartre, deslumbró más masas de energía que corrían a su alrededor. Algunas más rápidas que otras, otras asustadas, otras en paz. Había tantas

clases de energías que formando una sola en conjunto se armaría un gran ying y yang. Y dudó de que no fuese a ser eso.

Platón- No le tema al devenir, no ha sido mala persona, ha pensado y actuado en correlación con su naturaleza. Le acaba de pasar lo más lindo que puede pasarle, desprenderse de la prisión de su cuerpo para ser totalmente libre. Mire a aquellos miserables miedosos, que sufren ante el futuro. ¿Acaso creen que alguien los salvará por haber sido unos vulgos?

Sartre- No deben de esperar que alguien los salve, deben esperar tener una segunda oportunidad para rehacer lo que han hecho mal. Son libres ante las elecciones que efectuaron, si obraron de mala fe, terminarán perseguidos por sí mismos y por a quienes hayan lastimado. ¿No lo cree así?

Platón- No, existe la justicia divina, terminarán mal esos vulgos. Son incapaces de escapar a su naturaleza de monstruos.

Sartre- Uno es monstruo porque decide serlo. Pero eso es obrar sin moral. Uno sabe lo que es mejor por la conciencia de los valores que le inculcan a uno de pequeño y va aprendiendo de a poco.

Platón- Jajajaja, uno no aprende, recuerda lo que ha visto en el mundo de las ideas.

Sartre- Usted piensa eso, pero es erróneo, el hombre no es un ser individual.

Platón- No, muy bien dicho. Pero aún así, no se deja llevar por el resto de la humanidad. Se centra en obrar bien para cuando vuelva a la vida, tener su alma limpia. El alma vive más allá del cuerpo, pero también es anterior a este.

Sartre- Lo que usted dice me suena a un ciclo, que no tiene fin. Y además es individualista.

Platón- Pero usted es egoísta, pretende que los demás actúen a modo conforme a lo que usted quiere. Según una moral que ya está determinada, pero si ya está determinada, deviene del mundo de las ideas, ¿no lo cree?

Sartre- Yo egoísta no soy, egoísta es aquel que dice “yo actúo de tal manera porque no todos obran igual que yo”. Ese es el caso de un miserable, pretende que otros le saquen

las

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