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Su Belleza


Enviado por   •  29 de Mayo de 2015  •  2.193 Palabras (9 Páginas)  •  135 Visitas

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Pero su belleza era como la de Helena de Troya, con la palabra

‘desastre’ escrito en cada línea.

Sus ojos han comenzado a lagrimear a causa de la fijeza con la cual mira la hoja en blanco de su cuaderno. De un maldito cuaderno que jamás había necesitado, no hasta que ella apareció.

La tarde en la que entró a su consultorio lucía como un cliché. Pantalones oscuros y rasgados, botas militares, playera blanca con un estampado que anunciaba su rencor contra el mundo y unas pulseras que seguramente ocultaban los cortes que ella misma se hacía. Había tratado muchos casos de estos, en todos ellos sus pacientes dejaron atrás sus temores, sentimientos de odio, traumas de la infancia, cualquier cosa con la que cargaran. Así que cuando la chica cerró la puerta de golpe para pasar a tirarse sobre el diván de color azul, no le importó que le dejase con la mano extendida, ya que no pensaba que tendría que tratarla por mucho tiempo. Unas sesiones semanales y ella podía ser una chica normal para después encontrar un novio con el cual liarse.

Pero todo dio un giro en sus pensamientos al momento en que hizo una pregunta de rutina, una que usualmente era respondida con “no lo sé”, “mis padres me obligan a venir”, “mi madre cree en esta basura”, o en ocasiones silencio. Él lo dijo. ¿Por qué estás aquí? Y ella no vaciló cuando respondió. Porque en mi mente encuentro muchas maneras de asesinar a quienes me rodean.

Le tomó un segundo recomponerse. Y para cuando lo hizo, ella se arrancaba las pulseras de los antebrazos. Unos antebrazos pulcros como la porcelana, ningún corte en ellos.

Del resto de la hora no sacó nada. Ella comenzó a divagar sobre los estereotipos y como lo había atrapado en uno al notar como la observaba con asombro.

“Que luzca como una niña mimada en época de rebeldía, o alguien que ha pasado por mucho, no significa que lo sea, Vulturi.” Y con esas palabras le dejó a solas, recapacitando sobre como posiblemente había arruinado una consulta y un paciente. No esperaba volver a verle. Por eso cuando apareció tres días después con una amplia sonrisa en sus labios y su cuerpo recargado en el umbral de su puerta, soltó un suspiro de alivio. Esta vez pensaba hacer las cosas bien.

Trató de que en esa reunión le dijera cosas sobre su familia. Resultó ser que tenía una familia común y corriente. Con la dosis exacta de alteración para que no se tratara de algo monótono. Ella tenía una gran alegría para ciertos ámbitos, una real. No había un pasado escambroso. Nada. En la tercera cita se desvió a sus amigos, la escuela, novio. Amigos, ella tenía los necesarios, esa pareja no existía pero había pretendientes, la escuela era normal, buenas calificaciones, los maestros la apreciaban por ser educada y disciplinada. Tampoco había nada ahí. Escarbó todo lo que pudo hasta llegar a la sexta visita, al final de esta Alec incluso pensó en hablar con su madre acerca de porque la enviaba ahí, quizá ella solo estaba fingiendo, podría ser una broma, o un pretexto para hacer algo diferente en sus tardes o por la curiosidad morbosa de ver a un psiquiatra.

Le pidió a su secretaria que le pidiera a la madre de la chica que pasara con ella la siguiente ocasión.

“Ella viene sola. Por su propia voluntad. El primer día dijo que algo está realmente mal con ella y lo necesita.” Esas fueron las palabras de la rubia mujer.

Renesmee asistía porque ella decía que era lo necesario y él no podía averiguar o comprender porque lo creía así. Solo hasta ese momento reflexionó sobre su primera respuesta, sus primeras palabras hacia su persona. Porque en mi mente encuentro muchas maneras de asesinar a quienes me rodean. Puede que estuviese diciendo la verdad.

-¿Nada que le aflija hoy sobre mí, señor? –inquirió la cobriza, al tiempo que enarcaba sus cobrizas cejas, claramente reclamando su atención. Alec levantó la cabeza en su dirección. No estaba seguro de que responderle, así que hizo un truco tan viejo y obvio como el mismo cielo.

-¿Qué tal tus sueños de anoche? ¿Quién murió en ellos?

Cambió el tema.

Ella sonrió como Cheshire.

Le había atrapado. De nuevo. Como hacía en cada encuentro.

Y quizá a él le gustaba caer en su juego.

-La chica que trabaja para ti. ¿Jane, se llama?

-¿Acaso no te agrada?

-Nunca dije eso –su ceño se arrugó, como si la hubiese herido al errar. Y él en verdad se sintió mal por no acertar-. La mayoría de las personas que asesino en mi mente suelen ser las mismas que me agradan, algunas veces son desconocidos, aunque no faltan esas personas insoportables. Te lo había dicho ya hace tiempo.

-Lo lamento –musitó, sorprendiéndose y arrepintiéndose en cuanto la disculpa salió de sus labios. ¿Por qué lamentaba no recordar a quienes degollaba, daba tiros, apuñalaba o descuartizaba? O mejor aún, ¿Por qué no podía mantenerse centrado solo en sus problemas y alejado del largo de sus piernas?-. Creo que hemos terminada por hoy –sentenció, cerrando el cuaderno gris y colocándolo lejos, para que ella no confirmara el hecho de que no había escrito ninguna de sus historias esta vez.

Renesmee se puso de pie y sacudió sus hombros. Un acto sencillo, común e inofensivo, que reveló un poco de su blanco sostén cuando su blusa resbaló a causa del movimiento. Las puntas de los zapatos de Alec fueron lo más interesante para él a partir de ese momento. Solo tenía que mantenerse así en lo que ella abandonaba la sala.

Contó y esperó, pero la puerta no se escuchó.

Terminó por alzar los ojos, topándose con ella a escasos centímetros de distancia.

¿En qué momento se había vuelto tan silenciosa?

-Renesmee –se quejó él, sus ojos intercalando entre la salida y ella. Sus rizos rojizos se movieron al ritmo negativo de su cabeza.

-¿Entiende que usted se ha vuelto la razón por la que los sueños siguen siendo sueños, y los pensamientos, solo eso?

-Pero si no hemos progresado en nada aquí. Eres tan reacia a decirme el porqué de todo esto, que eso no puede ser más que una mentira.

-No puedo decir algo que no conozco, no puedo mentirte, ¿Comprendes eso? –su diestra se estiró, deslizándose lentamente sobre los cabellos castaños de Alec.

-Me cuesta creer que te entiendas a ti misma –las palabras salieron con más desprecio del que se creía capaz, que los ojos de ella se llenaron de furia por unas milésimas, antes de que esos orbes chocolates tomaran la

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