Sueños De Un Mago
adroz26 de Junio de 2012
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SUEÑOS DE UN MÄGO
Aquella tarde no parecía distinta a otras tardes aletargadas bajo el murmullo de
las voces anónimas y soterradas que inundaban la taberna cuyo nombre Rosa
de los Vientos auguraba rumbos abiertos a la aventura de lo imposible. De
pronto, una melodía sutil acarició mis oídos provocando el recuerdo de historias
pasadas y vividas en tiempos clandestinos cubiertos por el emocionante riesgo
de quienes se saben vulnerables tan solo por lo intangible. Eran los días
corsarios en los que transitábamos por el mar de la arena triste al socaire de
tonadas filibusteras teñidas por el amor a lo prohibido. Fue entonces cuando le
conocí, poco importan las especiales circunstancias en las que se produjo
nuestro encuentro, pero de inmediato supe que seríamos camaradas unidos por
pasiones comunes, pues en verdad, él era el hombre al que gustaba inventar sus
propios sueños sin lamentos ni tabúes que impidieran hacer de su cuerpo delito.
Parecía mi amigo envuelto por la tristeza de un amor perdido en la niebla de la
indecisión y puedo sostener que acaso se me antojó en él una dualidad invisible
en ojos extraños, pero cercana en aquellos que le intentábamos conocer un
poco más. Sin duda, yo no podía ayudarle a elegir el beso o camino apropiados
en su transitar hacia una sierra frondosa en la que solo parecían llover penas.
Pero, no obstante, si que acerté a sugerirle que sin él lo dejado atrás se
convertiría en silencio. Por eso escribo estas líneas, para dedicarle a mi amigo, a
mi querido amigo, que hoy vuelva a ser él mismo, que no dude, que no se deje
doblegar por el cansancio, por lo absurdo, por lo banal y que no espere en
soledad las glorias que para él reserva el príncipe de la dulce pena, un noble
cuya melancolía derrama generosidad abundante para aquellos que saben
interpretar el alma de las cosas. Precisamente, almas y sentimientos francos son
los que colecciona mi leal camarada, aquel que siempre supo discernir luz de
oscuridad mientras entregaba un beso prometido a la dama de sus sueños a la
vez que contemplaba la estrella fugaz que posiblemente portaba el espíritu
inquebrantable de los que comprenden la única verdad de lo relevante. Alzo mi
cerveza para brindar por él y saboreó con paladar acostumbrado a lo exquisito
la música emanada desde aquel piano afinado por un oso que impide mi olvido
más propio de un jazz cuajado de incomprensibles equívocos, aunque
aplaudidos por mentes arrogadas de estúpida prepotencia. Quiero que ese
olvido no me duela, mientras desafío a la puta muerte segadora de tanto
talento. Todavía me imagino a mi compañero llorando por aquella mujer de
ingle inquieta mientras preguntaba a la luna el porqué de tanto llanto con un
talón firmado por la parca sin posibilidad de ser cobrado. Para ella, Selene
iluminó el firmamento. Apiádate de mí, dijo mi aliado en el intento de seguir
abriéndome su corazón con narraciones extraordinarias propias del abrumador
Poe. Me miras, dije yo, y me confías tus secretos en forma de canciones y
poemas. Desnúdese pues la vida y decoremos nuestros sueños, aunque
tengamos que vender una y mil patrias si es preciso. Elaboremos arpegios que
luego se romperán y demos los buenos días a nuestros amores más sinceros,
pues cuando llegue nuestra hora las canciones canallas nos pasarán factura por
tanto sortilegio invocado ante las llamas de la exploración más ignota. Recuerda
frater, que de tu boca aprendí palabras que me enseñaron que vivir no es solo
respirar y que apechugar es en ocasiones un signo de responsabilidad
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