Un nuevo ideal, una nueva vida
HugoMarroqEnsayo11 de Mayo de 2023
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UN NUEVO IDEAL, UNA NUEVA VIDA
Dr. Alfonso López Quintás
Son numerosas las personas que sienten la necesidad de instaurar una civilización nueva, la civilización del amor, frente a la caduca civilización del egoísmo y la insolidaridad. Configurar una forma de humanismo plenamente ajustado al ser del hombre, a su vocación y misión, es un quehacer nobilísimo en el que se hallan comprometidos, hoy día, muchas personas en diversos lugares del mundo.
Nada más urgente que abordar esta tarea, porque la humanidad actual se halla en una situación de encrucijada: tiene medios sobrados para destruir las bases de todo humanismo que merezca tal nombre y dispone de posibilidades suficientes para instaurar un verdadero humanismo, un modo de convivencia en el que valga la pena vivir y morir.
La realización de esta magna tarea no es fácil; exige toda una conversión espiritual; un cambio de ideales. Y nada es más difícil para el hombre de hoy que dejar de lado el ideal perseguido durante los cuatro últimos siglos. Para cambiar este ideal se requiere una comprensión profunda de la situación en que nos hallamos, del pasado que la hizo posible y del futuro que se desea proyectar. Si queremos ser creativos respecto al futuro, debemos asumir las posibilidades fecundas que nos ofrece el pasado y liberamos de toda herencia que perturbe nuestra acción configuradora de un futuro digno del hombre. Esta labor selectiva sólo pueden realizarla personas que estén bien preparadas y tengan ánimo para ejercer la noble función de guías. No se puede dejar al azar la formación de guías o -líderes-. Es una labor muy delicada y compleja que requiere una gran dedicación y esfuerzo. Para adquirir esa formación debemos colaborar estrechamente todos: investigadores y docentes, jóvenes y mayores. Los mayores estamos en grave deuda con los jóvenes. Les hemos transmitido un tipo de sociedad que a los más sensibles les causa desazón. No responde a la nostalgia que sienten por una vida de alta calidad espiritual. Ojalá que no les fallemos y sepamos ayudarles a descubrir el horizonte de un humanismo auténtico, un modo de concebir y vivir la vida que lleve al hombre a pleno logro.
Con el ánimo de colaborar a esta labor formativa, quisiera analizar ante ustedes dos puntos de la mayor importancia: 1° El ideal que perseguimos en la vida decide el sentido de ésta. Si cambiamos el ideal, lo cambiamos todo. 2° Si queremos instaurar una nueva civilización digna del hombre, hemos de orientarnos hacia el ideal de la creatividad, la unidad, la solidaridad. Realizado este giro, nuestra conducta, nuestra actitud ante la vida, nuestra idea de la realidad y nuestros sentimientos experimentan un cambio muy positivo. Es toda una conversión la que se opera. Analicemos estas cuestiones y veremos que se abre ante nosotros un horizonte insospechadamente prometedor.
QUÉ ES UN IDEAL Y POR QUÉ HAY QUE CAMBIARLO
Un ideal es una meta a conseguir en el futuro, y esta meta está ya en el presente impulsando nuestra existencia. ¿Hacia dónde nos impulsa? Puede llevamos hacia la creatividad y la unidad. En tal caso nos dota de pleno sentido. Puede, por el contrario, lanzarnos hacia el dominio y el egoísmo. Con ellos nos priva de sentido y nos despeña al absurdo. Figúrense que un padre dice a su hijo: -Debes esforzarte en trabajar para hacer una buena carrera, para ganar mucho dinero y disfrutar de una posición relevante en la sociedad...» Este hombre tiene buena voluntad respecto al porvenir de su hijo, pero lo está orientando hacia el viejo y caduco ideal de dominar para poseer y poseer para disfrutar. Imagínense, por otra parte, que un padre o un educador aconseja a un joven de esta forma: -Debes esforzarte en tu preparación a fin de ser eficaz el día de mañana en tu actividad profesional, colaborar al bienestar y felicidad de los demás y configurar una sociedad mejor, más solidaria y más justa. Este padre o educador muestra con tal consejo que ha realizado ya el giro hacia el nuevo ideal de la unidad y la creatividad.
Este giro debemos realizarlo todos porque nuestra tendencia no nos suele inclinar a adoptar actitudes de apertura y generosidad. Llevamos a la espalda cuatro siglos de Edad Moderna, afanosa de incrementar a ultranza el dominio sobre la naturaleza.
Este afán reportó grandes éxitos a la sociedad, pero acabó sumiéndola en el mayor desvalimiento espiritual. Pocos pensadores han percibido esta menesterosidad con mayor viveza que Romano Guardini, el gran guía de la juventud alemana de los años veinte, en el clima adusto de la posguerra. Cuántas veces nos advertía en clase que el hombre moderno aumentó al máximo el poder sobre la realidad, pero no se cuidó de adquirir poder sobre ese poder. Esta falta de una ética del poder pone en grave peligro la convivencia humana. Por esta profunda razón, la labor intelectual y pedagógica de Guardini se dirigió a disponer los espíritus para que diesen el salto a una nueva actitud. Veo en el horizonte -anunciaba- un nuevo tipo de hombre que no rechazará la técnica, sino que la hará más espiritual, más profundamente humana; que no intentará dominar la naturaleza para ponerla a su servicio, sino que dialogará con ella[1]. A más de medio siglo de distancia, esta premonición esperanzada de Guardini está lejos de haberse cumplido. No ha surgido todavía la nueva época que él veía llegar, pues la humanidad se resiste a abandonar el viejo ideal del dominio, a pesar de que ya no puede creer en él. Esta incoherencia provoca verdaderas devastaciones espirituales[2].
ESTAMOS EN UNA SOCIEDAD DESCONCERTADA Y MANIPULADORA
Cuando se orienta la vida hacia un ideal en el que no se tiene esperanza, se produce un cortocircuito en el espíritu y se provoca una radical inseguridad. El hombre que se siente inseguro pero no cambia el ideal de la posesión por el de la creatividad cae en la ilusión de pensar que, si aumenta el dominio sobre cosas y personas, puede adquirir la seguridad de que carece. Esta falsa ilusión inspira la tendencia manipuladora de la sociedad contemporánea, porque la manipulación de los espíritus permite conseguir un dominio rápido, contundente, masivo y fácil sobre personas y pueblos.
Cuando se inicia a buen paso la tarea de instaurar un nuevo humanismo, conviene hacerse cargo muy reflexivamente de que debemos luchar contra una circunstancia muy adversa: nos movemos en una sociedad desconcertada y manipuladora. La sociedad actual carece de norte hacia donde orientarnos con el fin de hacer fecunda nuestra vida, pero no por ello se muestra discreta y nos deja libertad para hacemos luz por nuestra cuenta. Quiere troquelar nuestro modo de vivir, de pensar, sentir y querer con objeto de tenemos a su merced.
Este troquelamiento destruye de raíz nuestra libertad. ¿Cómo es posible que los afanosos de poder convenzan a las gentes de que son más libres que nunca al tiempo que las despojan de la única auténtica forma de libertad, la libertad para ser creativo en la vida? El procedimiento es tan sencillo como siniestro. Se halaga la tendencia que tenemos a considerar lo agradable como el ideal de la vida y a procuramos gratificaciones inmediatas. Se nos concede todo tipo de libertades para entregamos a experiencias de vértigo o fascinación. Se fomenta nuestro afán de poseer y tener y la apetencia de impresiones halagadoras, de experiencias embriagantes y evasivas.
Esta entrega al vértigo nos da en principio una impresión de autenticidad porque produce exaltación, sentimiento que a menudo confundimos con entusiasmo y felicidad, pero en realidad nos quita la libertad para ser creativos. Nada más importante que conocer de cerca el proceso de vértigo y éxtasis para sopesar todas sus consecuencias.
EXPERIENCIAS DE VÉRTIGO Y ÉXTASIS
En la espléndida película de Dreyer Dies írae, una joven y un joven, unidos por un amor imposible, se acercan a un lago y saltan a un pequeño bote. -¿A dónde vamos a ir?, pregunta el joven. Su amada responde con infinita tristeza: -Adonde nos lleve la corriente. En este lago apacible no había corrientes capaces de arrastrar una barca. La joven alude, obviamente, a la situación espiritual de vértigo en la que ambos habían perdido todo control. -¿A dónde vamos? Adonde nos lleve la corriente. He aquí la fascinación del vértigo.
Si adopto en la vida una actitud egoísta, tiendo a polarizar todo cuanto me rodea en torno a mi yo y reducirlo a medio para mis fines. Cuando encuentro una realidad que me atrae poderosamente porque me promete gratificaciones inmediatas, me siento llevado por una especie de fuerza de gravitación a dominar tal realidad para ponerla a mi servicio. Dominar lo que me encandila me seduce, me arrastra y fascina.
Esta fascinación conmueve mi ánimo, lo sacude, lo exalta porque parece abrirlo a experiencias de gran riqueza. Nada hay que conmueva tanto la sensibilidad del hombre egoísta como verse a un paso de dominar aquello que enardece sus instintos.
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