Verdad, Bien Y Transcendencia
nico.vg8 de Septiembre de 2013
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TEMA: Los valores de verdad, bien y trascendencia
“En este sentido es posible reconocer, a pesar del cambio de los tiempos y de los progresos del saber, un núcleo de conocimientos filosóficos cuya presencia es constante en la historia del pensamiento. Piénsese, por ejemplo, en los principios de no contradicción, de finalidad, de causalidad, como también en la concepción de la persona como sujeto libre e inteligente y en su capacidad de conocer a Dios, la verdad y el bien; piénsese, además, en algunas normas morales fundamentales que son comúnmente aceptadas. Estos y otros temas indican que, prescindiendo de las corrientes de pensamiento, existe un conjunto de conocimientos en los cuales es posible reconocer una especie de patrimonio espiritual de la humanidad”.
(Juan Pablo II, Fe y razón, nº 4)
Dentro de la escala o jerarquía de valores propuesta en esta asignatura, hemos encontrado en distintos niveles los de verdad, bien y trascendencia o apertura a Dios. Son valores centrales como directrices de la vida de las personas y culturas y son, además, fundamentales dentro de nuestra concepción del ser humano. En su contenido real y objetivo han sido y son la meta de muchas búsquedas y aventuras humanas, como veremos a lo largo del curso. A modo de avance, veamos en qué consiste cada uno de ellos.
A) Verdad
Si nos planteamos si hoy en día sigue siendo actual hablar de la verdad, es porque se duda en muchos ámbitos de su validez y vigencia. Sin embargo, no podemos renunciar a uno de los deseos más profundos que llevamos inscritos en nuestro ser: conocer las cosas, y no de cualquier manera, sino tal como son. Nadie quiere ser engañado, sino todo lo contrario: quiere saber la verdad, y por eso nos molesta que nos mientan. La razón de esto es que el ser humano está hecho para la verdad. Una vez recordado, esto, sin embargo podemos preguntarnos qué es la verdad y si es posible conocerla.
Decía el filósofo Jaime Balmes –S- XVIII- que la verdad es la realidad de las cosas. ¿Es eso así y qué quiere decir con esto?
Hemos de partir reconociendo que la realidad: las cosas, las personas, el universo, etc. existe independientemente de que yo la conozca o no. Yo nunca he estado en Nueva York, pero sé que existe. Mi madre me habla de su abuela y yo creo que existió aunque yo no la haya conocido. Pues bien, porque existe esa realidad, yo puedo acceder a ella: de alguna manera me increpa y yo, a través de mi capacidad de conocerla, la capto y consigo una imagen o una idea de esa realidad. Ese resultado de mi conocimiento será verdad cuando se adecue, coincida o responda a lo que la realidad es. Será falso, en cambio, cuando no se corresponda o adecue.
De esta manera el valor de la verdad –que se asienta en la realidad misma de las cosas- está esperando ser alcanzado o conocido por nosotros, pero no lo creamos nosotros. En este sentido debemos acomodarnos a las cosas aceptándolas tal como son y no al revés. Por eso, la dimensión de la verdad que interpela nuestro conocimiento la llamamos “verdad lógica” -logos significa razón, pensamiento-, mientras que a la fundamentación de ese conocimiento la llamamos “verdad ontológica”, la realidad misma. Ahora podemos aceptar la definición clásica de verdad como la adecuación del entendimiento a la realidad. Apuntemos brevemente que la verdad, precisamente porque es una adecuación con la realidad, no puede ser reducida a consenso, utilidad o coherencia.
Todo sabio, todo científico que estudia la realidad, sea la que sea, es un buscador de la verdad. Y todos tenemos un sentido profundo de buscadores de la verdad, tal como señaló Aristóteles al inicio de su famosa obra Metafísica. “Todo hombre desea por naturaleza saber”.
Otra aproximación que completa lo anterior es reconocer una doble dimensión en la verdad: una teórica y otra práctica. La teórica se refiere al conocimiento intelectual de lo que son las cosas (su esencia); mientras que la práctica alude al comportamiento concreto del hombre como objeto de conocimiento: cómo debo actuar en función de lo que yo soy y estoy llamado a ser. Por eso, conocer la verdad tiene una importancia crucial para nosotros como referente o criterio de acción. Una primera consecuencia de esto es lo que se conoce por veracidad, que es la virtud de comunicar la verdad, de ser fieles a la realidad.
Como apoyo y explicación a lo dicho, ofrecemos el siguiente texto.
“Encuentro con la verdad. La verdad como inspiración
[...] Trato ahora de resaltar algo tan sencillo como el sentido de la verdad. Imagina por un momento que la verdad universal exista: sería una suerte de conformidad de las cosas consigo mismas. Los griegos la llamaron [1] verdad ontológica. Es la primera dimensión: la verdad como realidad.
Imagina además que mi mente es capaz de descubrir esta coherencia interna del universo (lo admiten muy fácilmente los físicos; a Einstein le gustaba mucho hablar de ello). Eso querría decir que la verdad no es una creación de mi intelecto, una suerte de evidencia con la que yo me satisfago a mí mismo en mi ansia de seguridad racional, sino más bien: el universo tiene un sentido, una lógica que puedo descubrir. Es el sentido aristotélico de la verdad: mi mente y la realidad se adecuan. Es la segunda dimensión: la [2] verdad como manifestación, como adecuación de mente y cosmos.
Es ésta una discusión apasionante en la que los científicos gastan mucho tiempo. Ni con mucho están de acuerdo. Estamos ante la noción de finalidad. Si el universo tiene una lógica, entonces hay un proceso. Si hay un proceso, un sentido surge cuando el proceso culmina. Las cosas desembocan en algo: no son puro azar. Te hago notar esto sólo por un momento para que sea plausible nuestra imaginación: la verdad universal es interna al universo mismo (primera dimensión), y yo tengo acceso a ella (segunda dimensión). Mi capacidad de razonar es, si me permites el símil informático, el password que me abre el fichero codificado del cosmos. Pero alguien ha puesto allí el software.
Admitir esto tiene indudables ventajas. El universo y la historia se convierten en algo unitario que puedo entender. El esfuerzo intelectual de la humanidad no sería una serie discontinua de intentos de creación de sentido en un mundo que no lo tiene, sino la historia del descubrimiento del sentido, del universo y de la propia vida, de la historia y libertad humanas: podemos entender a los demás porque ellos buscan lo mismo que nosotros: la lógica del mundo. […]
La tercera dimensión de la verdad es el encuentro con ella. La verdad ocurre en la vida humana, tiene lugar. No es sólo un descubrimiento intelectual, una coherencia lógica. Tiene que ver con la acción. Se trata, por así decir, de la [3] dimensión existencial de la verdad, de su relación con la libertad. Es un aspecto que no suele considerarse, pero es, quizá, el más importante: «La verdad os hará libres», dijo Jesucristo.
La existencia humana es temporal, transcurre en un fluir de vida lleno de sucesos efímeros. El hombre, cuando vive, acumula experiencia. La experiencia es el saber que se va logrando a través de la vida vivida temporalmente. En este ámbito sapiencial de la experiencia es donde tiene lugar el acontecimiento humano por excelencia. Se trata, como te digo, del encuentro con la verdad. […]
La verdad afecta tan profundamente al hombre que le conmueve por completo... La conmoción adquiere un verdadero carácter de conversión interior por la que ... me transformo interiormente, descubro que en mi vida ha faltado esa verdad que he encontrado...
El cambio consiste en recibir la tarea que la verdad me encarga. He de abrir mi vida a una ocupación. El encargo es novedoso, me cambia. Éste es la tercera característica del encuentro: la reorganización de mi vida para dedicarme a cumplir el encargo que me adviene en el encuentro con la verdad. En definitiva, me hago cargo de la verdad, me sitúo ante ella porque ella se sitúa ante mí: me encarga una tarea, una conquista. La verdad merece ser conquistada, y ésa es la tarea que aparece como novedad: hacerse con ella.
Un cuarto carácter del encuentro es que me dota de inspiración: un impulso para ejercer mi libertad tratando de reproducir y expresar la verdad con la que me he encontrado, y hacerla realidad en mi vida. Inspiración es actuar conforme al encargo, a la tarea. […]
B) Bien
“Difícilmente puede hallarse una pregunta de mayor interés: ¿qué es lo bueno? ¿Qué es el bien? Porque todo hombre guarda en lo más hondo de su ser el deseo invencible de ser bueno y de hacer lo bueno. Y si hace el mal es porque le deslumbra la partecilla de bien con la que el mal se reviste. Es una consecuencia natural de ser criaturas de Dios, Bien infinito, que todo lo hace bien y para el bien; que no sólo ha puesto el bien en todas sus obras, sino la aptitud para hacer el bien y así incrementarlo.
Todos gozamos de una especie de instinto para descubrir el bien. Sabemos que "lo bueno es el bien" y que "lo malo es el mal". Sin embargo, en la práctica no pocas veces se nos plantea un problema: ¿es esto bueno?, ¿es bueno que yo haga tal cosa?
La respuesta no es siempre inmediata y cierta; a veces requiere un estudio largo y arduo. Pero siendo tan importante acertar en lo que se juega nuestra propia bondad, nuestro bien, comprendemos que el estudio haya de ser riguroso, científico, de modo que la conclusión se apoye en argumentos sólidos e irrefutables.”
Así nace la disciplina que llamamos Ética (del griego ethos: costumbre o carácter), que implica
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