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Verdad, Bien Y Transcendencia


Enviado por   •  8 de Septiembre de 2013  •  4.395 Palabras (18 Páginas)  •  560 Visitas

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TEMA: Los valores de verdad, bien y trascendencia

“En este sentido es posible reconocer, a pesar del cambio de los tiempos y de los progresos del saber, un núcleo de conocimientos filosóficos cuya presencia es constante en la historia del pensamiento. Piénsese, por ejemplo, en los principios de no contradicción, de finalidad, de causalidad, como también en la concepción de la persona como sujeto libre e inteligente y en su capacidad de conocer a Dios, la verdad y el bien; piénsese, además, en algunas normas morales fundamentales que son comúnmente aceptadas. Estos y otros temas indican que, prescindiendo de las corrientes de pensamiento, existe un conjunto de conocimientos en los cuales es posible reconocer una especie de patrimonio espiritual de la humanidad”.

(Juan Pablo II, Fe y razón, nº 4)

Dentro de la escala o jerarquía de valores propuesta en esta asignatura, hemos encontrado en distintos niveles los de verdad, bien y trascendencia o apertura a Dios. Son valores centrales como directrices de la vida de las personas y culturas y son, además, fundamentales dentro de nuestra concepción del ser humano. En su contenido real y objetivo han sido y son la meta de muchas búsquedas y aventuras humanas, como veremos a lo largo del curso. A modo de avance, veamos en qué consiste cada uno de ellos.

A) Verdad

Si nos planteamos si hoy en día sigue siendo actual hablar de la verdad, es porque se duda en muchos ámbitos de su validez y vigencia. Sin embargo, no podemos renunciar a uno de los deseos más profundos que llevamos inscritos en nuestro ser: conocer las cosas, y no de cualquier manera, sino tal como son. Nadie quiere ser engañado, sino todo lo contrario: quiere saber la verdad, y por eso nos molesta que nos mientan. La razón de esto es que el ser humano está hecho para la verdad. Una vez recordado, esto, sin embargo podemos preguntarnos qué es la verdad y si es posible conocerla.

Decía el filósofo Jaime Balmes –S- XVIII- que la verdad es la realidad de las cosas. ¿Es eso así y qué quiere decir con esto?

Hemos de partir reconociendo que la realidad: las cosas, las personas, el universo, etc. existe independientemente de que yo la conozca o no. Yo nunca he estado en Nueva York, pero sé que existe. Mi madre me habla de su abuela y yo creo que existió aunque yo no la haya conocido. Pues bien, porque existe esa realidad, yo puedo acceder a ella: de alguna manera me increpa y yo, a través de mi capacidad de conocerla, la capto y consigo una imagen o una idea de esa realidad. Ese resultado de mi conocimiento será verdad cuando se adecue, coincida o responda a lo que la realidad es. Será falso, en cambio, cuando no se corresponda o adecue.

De esta manera el valor de la verdad –que se asienta en la realidad misma de las cosas- está esperando ser alcanzado o conocido por nosotros, pero no lo creamos nosotros. En este sentido debemos acomodarnos a las cosas aceptándolas tal como son y no al revés. Por eso, la dimensión de la verdad que interpela nuestro conocimiento la llamamos “verdad lógica” -logos significa razón, pensamiento-, mientras que a la fundamentación de ese conocimiento la llamamos “verdad ontológica”, la realidad misma. Ahora podemos aceptar la definición clásica de verdad como la adecuación del entendimiento a la realidad. Apuntemos brevemente que la verdad, precisamente porque es una adecuación con la realidad, no puede ser reducida a consenso, utilidad o coherencia.

Todo sabio, todo científico que estudia la realidad, sea la que sea, es un buscador de la verdad. Y todos tenemos un sentido profundo de buscadores de la verdad, tal como señaló Aristóteles al inicio de su famosa obra Metafísica. “Todo hombre desea por naturaleza saber”.

Otra aproximación que completa lo anterior es reconocer una doble dimensión en la verdad: una teórica y otra práctica. La teórica se refiere al conocimiento intelectual de lo que son las cosas (su esencia); mientras que la práctica alude al comportamiento concreto del hombre como objeto de conocimiento: cómo debo actuar en función de lo que yo soy y estoy llamado a ser. Por eso, conocer la verdad tiene una importancia crucial para nosotros como referente o criterio de acción. Una primera consecuencia de esto es lo que se conoce por veracidad, que es la virtud de comunicar la verdad, de ser fieles a la realidad.

Como apoyo y explicación a lo dicho, ofrecemos el siguiente texto.

“Encuentro con la verdad. La verdad como inspiración

[...] Trato ahora de resaltar algo tan sencillo como el sentido de la verdad. Imagina por un momento que la verdad universal exista: sería una suerte de conformidad de las cosas consigo mismas. Los griegos la llamaron [1] verdad ontológica. Es la primera dimensión: la verdad como realidad.

Imagina además que mi mente es capaz de descubrir esta coherencia interna del universo (lo admiten muy fácilmente los físicos; a Einstein le gustaba mucho hablar de ello). Eso querría decir que la verdad no es una creación de mi intelecto, una suerte de evidencia con la que yo me satisfago a mí mismo en mi ansia de seguridad racional, sino más bien: el universo tiene un sentido, una lógica que puedo descubrir. Es el sentido aristotélico de la verdad: mi mente y la realidad se adecuan. Es la segunda dimensión: la [2] verdad como manifestación, como adecuación de mente y cosmos.

Es ésta una discusión apasionante en la que los científicos gastan mucho tiempo. Ni con mucho están de acuerdo. Estamos ante la noción de finalidad. Si el universo tiene una lógica, entonces hay un proceso. Si hay un proceso, un sentido surge cuando el proceso culmina. Las cosas desembocan en algo: no son puro azar. Te hago notar esto sólo por un momento para que sea plausible nuestra imaginación: la verdad universal es interna al universo mismo (primera dimensión), y yo tengo acceso a ella (segunda dimensión). Mi capacidad de razonar es, si me permites el símil informático, el password que me abre el fichero codificado del cosmos. Pero alguien ha puesto allí el software.

Admitir esto tiene indudables ventajas. El universo y la historia se convierten en algo unitario que puedo entender. El esfuerzo intelectual de la humanidad no sería una serie discontinua de intentos de creación de sentido en un mundo que no lo tiene, sino la historia del descubrimiento del sentido, del universo y de la propia vida, de la historia y libertad humanas: podemos entender a los demás porque ellos buscan lo mismo que

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