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Vitalismo

708631 de Mayo de 2013

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Vitalismo (filosofía)

El vitalismo es la doctrina filosófica caracterizada por una afirmación y exaltación de la vida en toda su magnitud y con todas sus consecuencias. A los filósofos que coinciden en calificar a la vida como la realidad principal, interesados en conocerla y comprenderla, se les agrupa bajo el rubro de vitalistas, pero entre ellos no hay uniformidad doctrinal debido principalmente a las diferencias en la manera de concebir la vida.

Aún cuando cada filósofo vitalista tiene su propio concepto acerca de la vida, son dos los que predominan: el biológico y el biográfico. El primero concibe a la vida en su dimensión natural, esto incluye la obediencia y respeto hacia las leyes naturales, así como su aplicación práctica con el fin de obtener una mayor vitalidad que beneficie al ser humano en su existencia. El segundo la considera como la existencia humana en cuanto es vivida.

Origen

El vitalismo surgió de la mano de una serie de pensadores que se caracterizan por una especie de irracionalismo, como reacción a los varios movimientos revolucionarios socialistas de la segunda mitad del siglo XIX.

Principales referentes del vitalism

Wilhelm Dilthey (1833-1911)

Filósofo alemán para quien la vida es el existir humano que se vive; es un vivir histórico, en cuanto que la historicidad es lo esencial del vivir humano. La posición de Dilthey se entiende mejor si se tiene en cuenta estas dos circunstancias:

• La razón ilustrada tenía el carácter de atemporal, general y abstracta; además, al fundarse en las ciencias naturales, sólo conocía lo repetitivo y constante. Dilthey no está de acuerdo; él centra el interés en lo concreto, lo único e individual; por tanto, lo que más le interesa es la crítica de la razón histórica y no de la razón teórica.

• Dilthey se encuentra con tres oposiciones con las que discrepa: 1. entre naturaleza y cultura; 2. entre génesis y estructura; 3. entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu (conocidas actualmente bajo el término de ciencias humanas).

En la posición historicista la oposición entre naturaleza y cultura no es aceptable porque el hombre no es un ser que se enfrenta con la naturaleza, y ésta, a su vez, se nos da a través de la cultura.

Tampoco está de acuerdo con la oposición entre génesis y estructura, porque el mejor conocimiento de un fenómeno no se obtiene acercándose al proceso del desarrollo para lograr explicaciones objetivas, sino más bien mediante la comprensión psicológica y subjetiva de sus aspectos genéticos.

Como consecuencia de estas dos oposiciones, las ciencias se dividen en ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu. La filosofía de los siglos XVII y XVII se dedicó a justificar la existencia de las ciencias del primer grupo. Ahora, dice Dilthey, la tarea de la filosofía es fundamentar las ciencias del espíritu.

Entre las ciencias del espíritu la principal es la historia, como lo era la física en las ciencias de la naturaleza.

El conocimiento que ofrece la física consiste en explicaciones causales y matemáticas de hechos que previamente se aislaron mediante el método experimental. En la ciencia típica de la vida, o sea, en la historia, el auxiliar principal no es la matemática, sino la psicología. Es mediante ésta que el hombre se comprende a sí mismo; en otras palabras, no es lo explicativo, sino lo descriptivo lo que nos hace comprender la vida.

Para iniciar el problema del conocimiento, es decir, de la creencia en la realidad exterior, hay que partir, siguiendo el ejemplo cartesiano, de una base firme; a ésta. Dilthey la llama "el principio fenoménico". Según este principio, sólo en el acto de conciencia se da el enfrentamiento entre el yo y el objeto.

Penetrando en el contenido del principio fenoménico advertimos que todo lo que está presente para un sujeto se halla bajo la condición de ser un hecho de su conciencia. Toda cosa exterior se nos da únicamente como enlace de hechos o fenómenos de la conciencia. El espacio y las cosas que flotan en el espacio sólo existen para mí en la medida en que todo esto es un hecho de mi conciencia.

La estructura de la experiencia en que surge el mundo exterior consta de dos elementos: una impulsión y una resistencia, es decir, la conciencia de un movimiento volitivo y la conciencia de la resistencia con que éste tropieza. El hombre es un sistema de impulsos que marchan de la necesidad hacia la satisfacción.

Para confirmar lo anterior, Dilthey lo ejemplifica así: cuando un niño trata de obrar satisfaciendo sus impulsos, al ver entorpecida su intención adquiere la conciencia del impedimento y de desagrado. En esta forma, poco a poco va aumentando para él la realidad del mundo exterior.

Fragmento:

Así como las lenguas, las religiones, los Estados permiten reconocer, mediante el método comparativo, ciertos tipos, líneas evolutivas y reglas de transformación, de igual modo puede mostrarse también lo mismo en las ideas del mundo. Estos tipos cruzan la singularidad condicionada históricamente de las formas particulares. Están siempre condicionados por la peculiaridad de la esfera en que surgen. Pero el querer deducirlos de ella era un grave error del método constructivo. Sólo el método histórico comparativo puede aproximarse a la exposición de dichos tipos, de sus variaciones, evoluciones y cruces. La investigación tiene que mantener, por tanto, frente a sus resultados, permanentemente abierta, toda posibilidad de perfeccionamiento. Toda exposición es sólo provisional. Nunca es más que un instrumento para la visión histórica más profunda. Y siempre se une al método comparativo histórico la preparación del mismo mediante la consideración sistemática y la interpretación de lo histórico desde ella. También esta interpretación psicológica e histórico-sistemática de lo histórico está expuesta a los errores del pensamiento constructivo, que propendería a establecer una relación sencilla en cada esfera de la ordenación, por decirlo así, un afán de cultura que domina en él.

Resumo lo averiguado hasta aquí en un principio capital, que la consideración histórica comparada confirma en todos sus puntos. Las ideas del mundo no son productos del pensamiento. No surgen de la mera voluntad del conocer. La comprensión de la realidad es un momento importante en su formación, pero sólo uno de ellos. Brotan de la conducta vital, de la experiencia de la vida, de la estructura de nuestra totalidad psíquica. La elevación de la vida a la conciencia en el conocimiento de la realidad, la estimación de la vida y la actividad volitiva es el lento y difícil trabajo que ha realizado la humanidad en la evolución de las concepciones de la vida.

Este principio de la teoría de las ideas del mundo recibe su confirmación cuando tenemos a la vista el curso de la historia en su conjunto, y mediante este curso se confirma a la vez una importante consecuencia de nuestro principio, que nos retrotrae al punto de partida del presente estudio. El desarrollo de las visiones del mundo está determinado por la imagen del mundo, de la valoración de la vida, de la orientación de la voluntad, que resulta del mencionado carácter gradual de la evolución psíquica. Tanto la religión como la filosofía buscan firmeza, eficacia, dominio, validez universal. Pero la humanidad no ha avanzado un solo paso por este camino. La lucha de las ideas del mundo entre sí no ha llegado a una decisión en ningún punto capital. La historia realiza una selección entre ellas, pero sus grandes tipos quedan en pie unos junto a otros, independientes, indemostrables e indestructibles. No pueden deber su origen a ninguna demostración, y ninguna demostración puede disolverlos. Los estadios particulares y las formas especiales de un tipo pueden refutarse, pero su raíz en la vida perdura y sigue actuando y crea siempre nuevas formas.

Wilhelm Dilthey, Teoría de las concepciones del mundo.

Friedrich Nietzsche (1844-1900)

Para este filósofo alemán, la vida tiene un sentido biológico-cultural, es decir, la vida es impulso natural y es vivencia. En su tercera etapa filosófica, denominada "zaratústrica", después de objetar la manera tradicional de entender la vida y la voluntad, propone su especial visión de la vida y sus teorías sobre la voluntad de poder y del superhombre.

La actividad crítica de Nietzsche se puede resumir en tres puntos: crítica a la moral, crítica a la metafísica, y crítica a las ciencias positivas.

En su crítica a la moral, Nietzsche se refiere a la moral occidental de naturaleza judeocristiana con la que difiere por dos razones. Por una parte, dicha moral contiene un conjunto muy amplio de normas y leyes con las cuales se impide la exuberancia de la vida, se inhiben los impulsos vitales y el desarrollo. Por otra parte, la base filosófica de esta moral postula la existencia de un mundo inteligible, un plano de existencia ultra-terrenal del que no tenemos certeza, por lo que se trata de una "moral de ultramundos", es decir una "moral antinatural".

La crítica de la metafísica tradicional se basa también en el hecho de que, de un modo u otro, nos conduce a mundos irreales. En efecto, dicha metafísica, de naturaleza platónica, nos habla de la separación entre el ser aparente (o fenoménico), que es el único que podemos percibir, y el ser real (o nouménico) que no es posible percibir. La metafísica tradicional, influenciada por el cristianismo, generalmente da un mayor valor a esa parte del ser que está fuera de nuestro alcance, por lo que desvaloriza la otra parte y desvaloriza a la vida misma.

La

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