Vínculos Y Enlaces Entre Educación Y Democracia. La Filosofía Social De J. Dewey Como Filosofía Educativa
anasalme31 de Octubre de 2013
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Vínculos y enlaces entre educación y democracia.
La filosofía social de John Dewey como filosofía educativa.
Ana María Salmerón Castro
Introducción
John Dewey publicó en uno de sus últimos libros: El hombre y sus problemas, un pequeño ensayo en donde daba cuenta, de manera particularmente explícita, de una convicción que cruzó toda su producción teórica. Hablo de su convicción respecto de que no hay más filosofía que la filosofía de la educación.
Lo que sostenía el pensador norteamericano, dicho de otro modo, es que la filosofía no puede ser tal si no es, fundamental y primariamente, filosofía de la educación.
En buena parte de sus escritos tal convicción puede percibirse de manera más o menos latente, pero se enuncia manifiestamente y con la mayor claridad en “La relación entre ciencia y filosofía como base de la educación”, donde Dewey expresa:
La filosofía de la educación no es un pariente pobre de la filosofía general, aunque a menudo así la traten hasta los filósofos. Es, en definitiva, el aspecto más significativo de la filosofía…No es excesivo decir que la educación es el medio principal por el cual se obtiene la unidad del conocimiento con los valores que operan de hecho en la conducta real .
A pesar de que tal convicción ha sido reconocida por diversos estudiosos del pensamiento deweyano , no podríamos sostener que la filosofía contemporánea estaría demasiado bien dispuesta a firmar con Dewey ese enunciado. En todo caso, tal vez, lo que conviene es reconocer que hay, tras él, una gran originalidad y que despierta, al menos entre los educadores, una enorme simpatía.
Pero la intención de este ensayo se encuentra muy lejos de cualquier pretensión de discutir, poner a prueba o corroborar la premisa de Dewey que otorga prioridad epistemológica a la crítica educativa en relación con la filosofía en general. No es ese el propósito que, de manera primordial, se hace este capítulo, sino uno cuyo alcance es, sin duda, menos ambicioso. Se trata de realizar un examen sobre el impacto que dicha convicción respecto del lugar de la crítica educativa tiene sobre el marco del desarrollo del pensamiento social y político de Dewey. Pienso que hacer ese examen permite entender con mayor profundidad el sentido general del pensamiento deweyano y ofrece claves para situar, de manera más precisa, la dirección que sus sugerencias educativas han de ofrecer en la orientación de las tareas de la conformación social democrática y de la formación para la democracia.
Mi tesis es que la filosofía social de John Dewey y sus convicciones en relación con la democracia, no son sino formulaciones hechas al amparo de postulados educativos. Y que, en tanto que lo son, el valor prominente de su pensamiento es, antes que nada, de carácter pedagógico. Insistiré en que, aun las tesis que solemos identificar con sus teorías sociales y su pensamiento político, tienen su origen de cara a un discurso educativo.
Aspiro, a la par, a delinear –aunque sea sólo superficialmente- la manera en que el relieve educativo con que Dewey orienta su obra, consigue generar claves y resignificaciones sustantivas para observar e intentar resolver los grandes problemas de la transformación social que pueden ser tan valiosos como los que han producido los filósofos políticos de los últimos tiempos. Todo ello, pienso, da lugar a sostener, junto con Dewey, un nuevo lugar para el pensamiento pedagógico en la arena de la filosofía social y política. Muchas de las ideas de Dewey sobre la democracia valen hoy, intentaré subrayar a lo largo de este capítulo, no sólo por su poder explicativo en el plano pedagógico y por el lugar que el filósofo otorgara a la educación en las definiciones sustantivas de la ingeniería social y de los proyectos de agencia pública; sino también –hay que decirlo- por su propio poder transformador de la trama general del pensamiento y la acción de la vida política.
La noción deweyana de democracia.
Más allá del significado formal, de la democracia en su sentido estrictamente procedimental , casi cualquier sujeto que piense en la idea básica de ese régimen político, o en el ideal que se le asocia, tiende a preñar su significado con caracteres puntuales, con rasgos exclusivos, con notaciones específicas. John Dewey no ha sido la excepción; su discurso sobre la democracia se encuentra repleto de valoraciones particulares y agregados únicos. Cada rasgo específico que concede a la idea de la democracia da cuenta de pretensiones, doctrinas y métodos que no pueden establecerse como caracteres incuestionables de una definición de democracia, sin apellidos.
En uno de los textos más fecundos y conocidos de John Dewey, Democracia y Educación, que se publicó en el año de 1916, el autor ofrece a la democracia una particular serie de características y rasgos de identidad que, de cara al propósito de este ensayo, conviene examinar a la luz del lugar en que los sitúa en la trama general de su discurso educativo.
Las dos primeras y más destacadas propiedades de la naturaleza democrática de la vida asociada, de acuerdo con Dewey, son: por un lado, la de la concreción de un conjunto muy amplio de intereses compartidos y libremente elegidos por parte de todos los miembros del grupo social. Por el otro, la posesión general de lo que llama un “espíritu social”. Se refiere a la indispensabilidad de sostener contactos libres e intercambios amplios con sujetos y grupos que amparen formas distintas de vida, diferentes costumbres y maneras diversas de interpretación del mundo.
Estas cualidades esenciales de la forma del ser democrático suponen que, por una parte, los intereses que se compartan serán reconocidos por los miembros de la sociedad y ello conformará el mejor mecanismo posible para la eficiencia del control social. Por la otra, la interacción libre y plural con otros grupos repercutirá necesariamente en cambios en los hábitos sociales y en continuos y crecientes reajustes acordes con esos cambios.
Los dos puntos seleccionados por los cuales medir el valor de una forma de vida social son la extensión en que los intereses de un grupo son compartidos por todos sus miembros y la plenitud y libertad con que aquél actúa con los demás grupos…una sociedad indeseable es aquella que pone barreras interna y externamente al libre intercambio y comunicación de la experiencia .
Ahora bien, la insistencia de Dewey, en la indispensabilidad de un conjunto amplio de intereses compartidos y de experiencias comunes que orienten la norma y conduzcan la dirección de la vida democrática por la vía del control social que sostienen grupos relativamente cohesionados, no ha sido, necesariamente, bien admitida en el marco de los ideales del liberalismo conservador de Occidente. La premisa misma de control social a que, en ese contexto, acude Dewey y la importancia que le atribuye en la consolidación del espacio público a partir del afianzamiento de las redes sociales, se acopla mal con los principios básicos de la teoría liberal clásica más conservadora que se fecundó en la trama de las revoluciones burguesas y del desarrollo del capitalismo. Los principios liberales clásicos, recordemos, impiden no sólo concebir a los individuos, primariamente, como miembros de una comunidad, sino que al colocarlos como sujetos libres y titulares de derechos originarios, instala un freno a cualquier intervención externa en la regulación de la conducta .
No se trata, desde luego, de que la teoría de Dewey se sitúe en contra de la prioridad moral de la libertad individual o de los inalienables derechos de todas las personas frente a los intereses de la comunidad. En estricta justicia la postura deweyana es determinantemente contraria a ese efecto de la vida comunitaria. Es sólo que su comprensión de la constitución de la individualidad no se permite desligar los nexos entre el individuo y su grupo social de referencia. El yo deweyano es lo que es porque y gracias al medio social en que vive y actúa. Cada persona es lo que es en razón de las acciones y relaciones que, tal como ocurren en el intercambio cotidiano con los otros, otorgan forma, sentido y significado a su ser. En palabras del propio Dewey, la idea se expresa así:
Un ser cuyas actividades están asociadas con las de otros tiene un ambiente social. Lo que hace y lo que puede hacer depende de las expectativas, exigencias, aprobaciones y condenas de los demás. Un ser conexionado con otros no puede realizar sus propias actividades sin tener en cuenta las actividades de ellos. Pues éstas son las condiciones indispensables para la realización de sus tendencias .
La importancia que asigna Dewey a los intereses compartidos en el control social no constituye un obstáculo a la libertad de los miembros de la comunidad, sino una condición natural de la vida asociada.
Otros pensadores liberales de las últimas décadas del siglo pasado han manifestado ideas cuyo espíritu podría compatibilizarse con esta idea de Dewey. John Rawls, por ejemplo, si bien no identifica a los intereses compartidos como una condición natural de las relaciones sociales; de hecho asume que la diversidad de los intereses no es una condición pasajera, “una mera situación histórica que pronto podrá terminar; es una característica permanente de la cultura pública democrática” sí concibe algún tipo de acuerdo colectivo en el marco de una de las condiciones sine qua non de la “concepción pública de la justicia”. La noción rawlsiana de dicha “concepción” –cuya manifestación constituye una circunstancia indispensable para la realización de la “sociedad bien ordenada”-
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