Buenos Aires mítica
valdir27 de Noviembre de 2013
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Universidad Nacional Mayor de San Marcos
(Universidad del Perú, DECANA DE AMÉRICA)
Escuela de Post Grado
Facultad de Letras y Ciencias Humanas
Unidad de Post Grado
Curso: Literatura Latinoamericana II
Apuntes para la presencia de la cautiva, del gaucho y del “otro” en la obra de Esteban Echeverría, José Hernández y Jorge Luís Borges.
Profesor: Antonio González Montes
Ana María Intili
anaintili@yahoo.es
Lima - Perú
2009
“Una de las condiciones indispensables para redactar un libro famoso,
un libro que las generaciones futuras no se resignarán en dejar morir,
puede ser el no proponérselo. El sentido de responsabilidad puede
trabar o detener las operaciones estéticas y un impulso ajeno a las
artes puede ser favorable. Se conjetura que Virgilio escribió
su Eneida por mandato de Augusto; el Capitán Miguel de Cervantes
no buscaba otra cosa que una parodia de las novelas caballerescas;
Shakespeare, que era empresario, componía o adaptaba piezas para sus
cómicos, no para el examen de Coleridge o Lessing. No muy diverso
y menos indescifrable habrá sido el caso del periodista federal
José Hernández. El propósito que lo movió a escribir el Martín Fierro
tiene que haber sido, al comienzo, menos estético que político(...)
La ejecución de la obra seguía el camino previsto, pero gradualmente
se produjo una cosa mágica o por lo menos misteriosa. Fierro se impuso
a Hernández. En el lugar de la víctima quejumbrosa que la fábula requería,
surgió el duro varón que sabemos, prófugo, desertor, cantor,
cuchillero y, para algunos, paladín”.
Jorge Luís Borges, 1962.
En el poema La cautiva de Esteban Echeverría (1986), el guerrero Brian y su esposa María 1 son tomados prisioneros por un malón 2 de indios, quienes ingresan a los fortines, límite entre la población blanca e indígena. Los nativos festejan el hecho, María libera a su esposo malherido, para escapar. La huida es dramática, se internan en el desierto y tienen que convivir con la pampa agreste que pronto cobrará factura: la vida de Brian. La protagonista deberá enterrar a su esposo en el desierto y luego emprende la búsqueda de lo único importante que le queda: su hijo. Finalmente se entera que muere de una manera cruel, degollado por los nativos. Sumida en el dolor más lacerante, fallece. Simbólicamente la pampa guarda sus tumbas.
María da título a la obra, emerge como símbolo de lucha y tenacidad, frente a una geografía 3 indomable para la época. A través del relato, el autor muestra indicios de denuncia de una estructura social violentada por la inversión inusitada del poder y la distribución desigual de las tierras, las que significaron para el amerindio la pérdida de la tranquilidad y equilibrio social dominante. Martínez Estrada (1946) expresa: “El indio se hizo desconfiado, desafecto, y el mestizo heredó, por la madre, esos rasgos en su cuerpo y en su alma. El español le enseñó a ser precavido a no creer en las palabras[…]” (40).
Echeverría señala de manera directa en “Advertencia” contenida en la primera edición: “El principal designio del autor de La cautiva ha sido pintar algunos rasgos de la fisonomía poética del desierto; y, para no reducir su obra a una mera descripción, ha colocado, en las vastas soledades de la pampa, a dos seres ideales, a dos almas unidas por el doble vínculo del amor y el infortunio” 4. La historia de Brian y María representa los esquemas exigidos por el romanticismo. Sin embargo la protagonista cabal del poema es la pampa argentina: “[…]es atractiva de fascinante belleza indómita” (Echeverría citado por Fernández de Yácubsohn, 1980, 69).
A través de su vida el autor es un fiel exponente de la corriente literaria y de la época que le tocó vivir. Nace en Buenos Aires en 1805, siendo niño pierde a sus padres. Viaja a Europa, le aqueja una enfermedad cardiaca que lo lleva a los cuarenta y seis años a un trágico final. La muerte lo sorprende en Uruguay, adonde migra en consecuencia a sus ideas políticas, opuestas a Juan Manuel de Rosas, quien gobernaba con facultades extraordinarias 5. Echeverría forma parte de la generación conocida como “Los Proscritos”, junto con Mitre, Alberdi, Sarmiento, J. M. Gutiérrez, V. F. López, entre otros.
Varios autores 6 le reconocen el mérito de renovar la literatura americana y su obra Elvira o la novia del Plata (1832) lo convierte en iniciador del romanticismo en el Río de la Plata. Para estudiosos como Oviedo (1995, 34.) “Su verdadera obra maestra es El matadero, un testimonio pasional sobre la dictadura rosista”, que lo ubica como iniciador del género (cuento) en Hispanoamérica.
También es considerado precursor de la poesía gauchesca, portadora de los nuevos cánones románticos expresados en un tema nacional. Se le atribuyen dos fuentes de inspiración. La primera autobiográfica pues vive en “Los Talas” 7, frontera 8 entre la civilización y el indio y se convierte en un lugar de privilegio como experiencia vivencial para el poeta. La segunda, proviene de autores románticos; en su “viaje a Francia y en París se interesa por los autores franceses, participa en tertulias literarias y asiste a diversos cursos” (Fernández de Yácubsohn, 1980, 73). Se le reconoce influencias de Lord Byron, Manzoni, Lamartine, Chautebriand y Víctor Hugo, cuyos escritos sintetizan una buena parte de las recibidas del romanticismo. En los epígrafes es evidente el influjo de la literatura medieval, renacentista y barroca cuando cita a Dante, Petrarca y Calderón.
La cautiva es un vasto poema de dos mil ciento cuarenta y dos versos 9, con un corpus que le da sostén y contenido. Por ello es considerado de género lírico-narrativo. En cuanto al habla que utiliza el autor, corresponde a la lengua literaria “culta”. En “Advertencia” el autor anuncia que habrán “locuciones vulgares”, como expresión del habla coloquial, que aligeran el ritmo narrativo. Al mismo tiempo hace énfasis en la relación naturaleza hostil-hombre, como testimonio interactivo entre los personajes principales de la obra.
Muchos textos literarios exigen necesariamente una lectura social, exponente o más aún resultado de ella. Así La cautiva de Echeverría como Martín Fierro y La vuelta del Martín Fierro (en adelante La vuelta…), unidos en el extenso poema épico 10 de José Hernández, están directamente relacionados y son exponentes de esa lectura social. Nacen de un mismo clamor, expresan una denuncia con matices coincidentes.
El argumento es simple, el gaucho 11 Martín Fierro, acompañado de su guitarra canta mientras cuenta su vida. El poema comienza:
“Aquí me pongo a cantar/ al compás de la vigüela,/ que el hombre que lo desvela/ una pena estrordinaria [sic]/ como el ave solitaria/ con el cantar se consuela.// Pido a los santos del cielo/ que ayuden a mi pensamiento,/ les pido en este momento/ que voy a cantar mi historia/ me refresquen la memoria/ y aclaren mi entendimiento” (11).
Vivía tranquilo, hasta que es enviado a la “frontera”, allí inicia su mala suerte porque los gauchos, como los blancos, son víctimas de los malones de indios. Después de dos años huye del fortín para volver a su hogar. No encuentra a su familia y se convierte en gaucho matrero para luego en peleas sucesivas matar a un moreno 12 y a un gaucho. Cuando iba a ser apresado, Cruz, integrante de la partida que de igual modo había sufrido injusticia, sale en su defensa. Se convierten en amigos inseparables, entonces el nuevo aliado comprende que: “Está haciendo algo que en realidad no quiere y es entonces cuando se opera el cambio, cambio que gradualmente se denuncia así: un destino, un destino individual que se debe acatar, el uniforme estorboso, su destino de lobo, no de perro; en fin, el otro, el otro era él. He aquí el juego de espejos a que Borges autor tanto miedo le temía en la vida real” (Quintana Tejera, 2003, 109).
En la segunda parte, La vuelta…, su amigo muere por la “peste”, “se le pasmó la virgüela[…]/ aquel bravo compañero/ en mis brazos espiró” (72-73) y Fierro salva a la cautiva. El capítulo siete inicia anunciando la muerte de Cruz, quien le pide que al volver al pueblo halle a su vástago para contarle cómo murió. Finalmente encuentra a sus hijos y se entera del fatal destino de su mujer. Luego de conversar con ellos da con Picardía, así se llamaba el hijo de Cruz. Termina aconsejándolos y se despide para enfrentar solo su destino.
El gaucho tiene un gran sentimiento de la amistad y Fierro perdía en Cruz a un amigo, sumado a las implicancias como era el deberle la vida. Así desconsolado lo acompaña en su tumba y es cuando escucha un gemido:
“Sin saber qué hacer de mí/ y entregado a mi aflición [sic],/ estando allí una ocasión/ del lado que venía el viento/ oí unos tristes lamentos/ que llamaron mi atención” (74).
No pudo sustraerse de tan lastimero quejido y decide averiguar el origen:
“Quise curiosiar [sic] los llantos/ que llegaban hasta mí;/ al punto me dirigí/ al lugar de ande [sic] venían/ ¡Me horrorisa [sic] todavía/ el cuadro que descubrí!// Era una infeliz mujer/ que estaba de sangre llena” (74).
Provenía de una cautiva quien era azotada por un indio. Hernández aprovecha
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