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DEMOCRACIA Y MILITARISMO EN LAS SOCIEDADES LATINOAMERICANAS

MONDIMOR12 de Noviembre de 2014

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“DEMOCRACIA Y MILITARISMO EN LAS SOCIEDADES LATINOAMERICANAS”

LIC.MIGUEL ANGEL JIMENEZ

1) Elaborar un balance general de lo que han sido los procesos de democracia y militarismo, atendiendo causas socio-políticas de las sociedades latinoamericanas.

Es bien sabido que la construcción de la democracia se plasma en la política, por lo que para lograr comprender y elaborar un balance general de lo que han sido los procesos de democracia y militarización en Latinoamérica, me parece fundamental remitirse inicialmente a un repaso crítico de la historia de los acontecimientos más relevantes que permitan distinguir aquellos modelos políticos y económicos que enrumbaron los caminos de una Latinoamérica en la que unos pocos se apropiaron del derecho de interpretar y decidir el destino de todos.

En el siglo XIX se implantó definitivamente el liberalismo como doctrina ideológica y como sistema político en el mundo Occidental. Sobre el principio filosófico común de la defensa de la libertad y los derechos del individuo, hubo distintas maneras de entender el movimiento y puede decirse que el liberalismo tuvo distintas vertientes, siendo diferente, además según el país, pero de manera general mantenían los mismos principios políticos. Al consolidarse el poder liberal, la mayor tarea que se planteaban los líderes latinoamericanos, era ocuparse del rezago económico, que era concebido como un “retraso de los conservadores”. De esta forma los países latinoamericanos fueron desarrollando un programa reformista basado en una economía de dependencia, ya que abrirse a Europa y Estados Unidos significó convertirse en naciones proveedoras de materias primas para la industria de las potencias, muchas veces compitiendo unos países con otros por sus productos. El sistema político y económico se sustentó sobre un modelo “Agroexportador”, que se ejerció mediante la explotación de un país poderoso sobre uno pobre, cediéndole su territorio para la explotación productiva, un ejemplo, de esto lo fue el enclave bananero en países centroamericanos.

Esto nos plantea el hecho de que ese crecimiento no se dio de manera uniforme en las distintas regiones; en unas regiones fue mayor que en otras. Por otro lado, la tenencia de la tierra se basó en el latifundio. Se conformaron grandes haciendas que, al aumentar, ejercían presión sobre los pequeños campesinos y llevaba a muchos pequeños propietarios a perder sus tierras en manos de los hacendados. También se incrementó la explotación obrera y los estados experimentaban una pérdida de soberanía de sus países.

Este modelo liberal de economía produjo un rápido desarrollo económico y grandes transformaciones sociales. Sin embargo no se consideró la posibilidad de que todas esas medidas provocarían impactos sociales. Los reformistas se enfocaron en que el desarrollo económico daría bienestar, independencia y educación a las mayorías, sólo después de conseguir todo eso podría establecerse una democracia confiable. Tomaron cada vez más fuerza las “dictaduras liberales”, ya que el programa liberal consiguió, a corto plazo y de

manera autocrática, contener todo el poderío de la Iglesia y de los conservadores. Los regímenes liberales no permitían la organización de alternativas y se reprimían las que surgieran. El caudillismo descansaba su poder en aparatos militares represivos, los cuales fueron modernizados técnicamente en el curso de medio siglo. Ese Estado-nación de inspiración liberal, no democrático, funcionaba con una expresión de poder de una élite oligárquica que configuraba dictaduras. Tal y como lo señala Edelberto Torres (2007), las raíces de la democracia y la dictadura tienen en estas latitudes variantes de su patrón original, que no pueden ser comprendidos si no son considerados como dimensiones históricamente contingentes.

Durante este período, se dan dos hechos importantes: la hegemonía de los Estados Unidos como socio comercial, en gran parte de los países latinoamericanos y la crisis mundial de 1929. Al respecto Hartlyn y Valenzuela (1990-2000) señalan que la tendencia a un incremento de la autoridad ejecutiva en el período que siguió a la Depresión de 1929 fue un proceso mundial que afectó a las democracias además de a los gobiernos autoritarios.

Posterior a la segunda guerra mundial, la capacidad estatal fue estimulada por los programas internacionales de ayuda, las asambleas electorales quedaron relegadas a un papel secundario y aumentó el poder de los gobernantes, quienes formulaban las reglas a su antojo. En medio de ese presidencialismo, inestabilidad política y conflictos institucionales se originaron movimientos políticos que intentaban derrocar los regímenes autoritarios mediante golpes de Estado o agrupándose en partidos de corte populista, reformista o izquierdista, los cuales presentaban otras opciones ideológicas.

Las posiciones de vanguardia aumentaban enarbolando fuertes críticas contra el modelo hegemónico político y económico, proponiendo alternativas. Se produjeron, en muchos países movimientos sociales que expresaron la evolución de los movimientos antiimperialistas, reacciones políticas contra las dictaduras y la arraigada influencia estadounidense. Esos movimientos tuvieron conformaciones diversas, según las características internas de cada país, pero existían denominadores comunes: participación de los intelectuales de la clase media en el liderazgo y la articulación programática, involucramiento de las organizaciones sociales que iban surgiendo, de los obreros y de los campesinos desplazados por el avance de la privatización y mercantilización de la tierra.

De esta forma surgen los partidos y sistemas de partidos, los cuales, en palabras de Hartlyn y Valenzuela (1990-2000), desempeñan un papel de suma importancia en las democracias constitucionales en relación tanto con la competencia como con la participación. Son los encargados de organizar los embates electorales al autoritarismo. Son también los vínculos entre las élites políticas y la ciudadanía y movilizan la participación, expresan las reivindicaciones

y agrupan los intereses políticos. (p.29). Los sistemas de partidos son importantísimos para la evolución de la democracia política en América Latina, como también lo han sido la celebración de elecciones competitivas regulares, libres, limpias y abiertas.

En concordancia con Hartlyn y Valenzuela (1990-2000), las elecciones de esta clase son una condición necesaria, aunque no suficiente, para que haya democracia. Las elecciones por sí solas no bastan para asegurar la democracia debido a su naturaleza esporádica y a la necesidad de que los ciudadanos puedan expresar libremente preferencias políticas concretas utilizando otros medios. La construcción de la ciudadanía y de la participación democrática también depende de que se cree y enriquezca una densa red de asociaciones y organizaciones y de oportunidades para la participación voluntaria en asuntos de la comunidad y de la nación.

A la luz de las afirmaciones anteriores, estos autores coinciden en que las elecciones auténticamente competitivas a menudo han sido problemáticas en América Latina. Principalmente como consecuencia directa de golpes militares o de la prolongación ilegal de mandatos presidenciales, las elecciones no siempre se han celebrado con regularidad. Incluso cuando se han celebrado, las elecciones no siempre han sido plenamente libres.

En América Latina, en especial en el periodo de la Guerra Fría, los autores destacan la relación entre la militarización de la política (acceso de los militares a la esfera política formal o incremento de su influencia en la toma de decisión) y la reproducción de estructuras económico-sociales dependientes. Esto se vincula a que el proceso de integración del capitalismo posterior a 1945 incidió profundamente y de modo progresivo en el sector político militar del mundo occidental por medio de un sistema de tratados y acuerdos militares y porque el crecimiento de la economía capitalista líder (la estadounidense) estaba basado en el complejo industrial-militar.

Tal y como lo documentan Hartlyn y Valenzuela (1990-2000), a finales del siglo pasado y comienzos del presente las fuerzas armadas eran emblemas de progreso tecnológico y modernidad. Como símbolos de su soberanía nacional los ejércitos llegaron a ser permanentes y fueron dotados de una oficialidad profesional que formaba parte de una modernización de cara al exterior vinculada de modo inseparable al crecimiento hacia afuera de las economías nacionales. (P.284).

De esta forma se llevó a cabo una modernización dependiente no sólo comprando armas a otros países, sino adoptando sus modelos de organización y formación, e incluso las doctrinas militares de los países avanzados. Mirando ese desarrollo histórico de la militarización en América Latina y pasando desde la

creación de los ejércitos, profesionalización y llegando a la etapa en la cual se da una internacionalización de las fuerzas armadas en el marco de la hegemonía de los Estados unidos, es relevante observar que desde la visión de seguridad hemisférica estadounidense, el papel de América Latina y de las Fuerzas Armadas en el contexto de Guerra Fría era muy claro.

Los Estados Unidos se enfocaba en garantizar su relación con América Latina mediante una línea de cooperación mutua de todas las naciones de la región en apoyo a sus intereses, procurando la protección de vías de comunicación vitales; la provisión, desarrollo, operación y protección de aquellas bases que pudieran ser requeridas para el uso de Estados Unidos. Era vital asegurar

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