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El Nuevo Orden Planetario

lavergnerodrigo5 de Diciembre de 2013

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El nuevo orden planetario

Mientras declina el Estado-nación y retroceden los Estados soberanos que constituían la comunidad internacional, toma forma, paulatinamente, un nuevo orden planetario. La creación del nuevo orden, que aún permanece inadvertido al ciudadano común, tiene como corolario la propia descomposición del Estado y es promovida por las fuerzas económicas y sociales emergentes que vienen estructurando el mundo a finales del siglo XX. El nuevo orden planetario, tal como lo analizaremos de inmediato, es ante todo la proyección de nuevos campos de fuerza que no pueden ser comparados ni en naturaleza ni en amplitud con los que modelaron el mundo pasado. Nuevas entidades con vocación o proyección mundial vienen expandiéndose por encima de las fronteras, burlándose de las legislaciones nacionales o apoyándose en los propios aparatos estatales, reorientados para nuevos fines. Sin embargo, la nueva economía mundial y los campos de fuerza que están configurándose no son socialmente neutros. Detrás de los actores económicos y de la maquinaria que los sustenta se perfila una nueva oligarquía planetaria, caracterizada por una visión compartida de sus intereses y el manejo de determinados instrumentos sobre los cuales se asienta su poder. Intentaremos ahora caracterizar a estos nuevos actores, los grupos sociales que se benefician de ellos y los instrumentos que respaldan su poder.

La irrupción de los actores globales constituye, sin duda, uno de los acontecimientos más revolucionarios en la esfera de las relaciones internacionales de finales del siglo XX. Por primera vez en la historia de la humanidad surgen entidades que piensan y actúan en términos globales, es decir, a escala planetaria, fuera de cualquier atadura territorial.

Hasta hace pocos años, no se concebía ni se instrumentaba el poder, político o económico, fuera de un espacio territorial. El territorio constituía la base a partir de la cual tanto los Estados como las empresas asentaban y articulaban sus fuerzas. Y las relaciones internacionales trataban exclusivamente de las relaciones entre Estados, sea bilateral o multilateralmente, inclusive en sus dimensiones económicas.

Con la mundialización del capital, la transnacionalización de las grandes empresas, los progresos en el transporte y las innovaciones en el campo de la informática y las comunicaciones, se está constituyendo en la actualidad un espacio económico único, donde las fronteras físicas y administrativas tienden a disolverse. El proceso de transnacionalización de las grandes empresas, que se inició después de la Segunda Guerra Mundial con la expansión del capital norteamericano y se aceleró, a partir de los setenta, con el desarrollo de las inversiones extranjeras directas, europeas y japonesas, está teniendo como consecuencia la constitución de un espacio único de competencia donde un número cada vez más reducido de grupos gigantescos tratarán de dominar los mercados y, a través de ellos, afirmar su poder económico y social.

Como lo analizamos anteriormente, los factores que propiciaron dicha expansión fueron el agotamiento del modo de crecimiento que había beneficiado al mundo occidental hasta la década de los setenta y la consecuente búsqueda, por parte de las empresas, de una ampliación de las fronteras del consumo y la adopción de modalidades de acumulación basadas en una nueva relación entre el capital y el trabajo. Este proceso fue promovido y respaldado, como lo subrayamos, por las políticas neoliberales diseñadas por ciertos círculos después de la Segunda Guerra Mundial, y que condujeron a una liberalización creciente de los movimientos de mercancías, servicios y capitales, asociada a una privatización sistemática de las economías y a un retroceso orquestado del papel del Estado.

Como resultado de este proceso se está conformando actualmente una economía oligopólica global, sustentada por inmensos grupos industriales y financieros cuasi monopólicos, detentores de tecnologías de punta o protegidas, quienes tienden, a través de alianzas y absorciones, a reforzar su dominación en sus respectivos campos de excelencia. Por lo tanto, se están constituyendo a escala planetaria varios campos de fuerza económicos ampliamente desterritorializados, los cuales se superponen a las relaciones interestatales y entrechocan con estas últimas.

Sería, sin embargo, prematuro anunciar el fin del Estado-nación y su sustitución por un Estado al servicio de las transnacionales, debido a que un número aún significativo de Estados con fuerte identidad nacional intentarán probablemente preservar su espacio de actuación y decisión, manteniendo o adaptando sus mecanismos de control y regulación.

No obstante, el escenario más probable es el del debilitamiento de muchos Estados, obligados a conceder ventajas fiscales, laborales y de otra índole cada vez mayores a los grupos transnacionales, y el de una convergencia creciente entre los intereses de dichos grupos y los de las capas dirigentes de sus Estados matrices, lo cual constituye un reflejo, a su vez, de las prevalecientes relaciones de dominación del mundo industrializado sobre el mundo subdesarrollado. Por lo tanto, el escenario más probable es el alineamiento creciente de los aparatos estatales de los países industrializados con los objetivos y ambiciones de los grupos transnacionales --como ya se puede observar en el caso de Estados Unidos, Japón y Europa occidental-- así como una subordinación cada vez más acentuada de los países subdesarrollados a los intereses de dichos grupos.

Sería un error, sin embargo, limitar la esfera de los actores globales al grupo de las transnacionales. Mientras su presencia y poder se imponen a escala planetaria, en otras áreas emergen nuevas fuerzas con objetivos y características muy distintos.

Por un lado, nuevas organizaciones de carácter no gubernamental, con una visión y objetivos planetarios, conforman hoy lo que calificaríamos de ONG globales. Las características y las ambiciones de dichas ONG son, por supuesto, muy diferentes de las que caracterizan a las transnacionales, pues han surgido como respuesta a los grandes desafíos que enfrenta nuestro mundo a finales del segundo milenio en áreas como el medio ambiente, las emergencias complejas y los derechos humanos, para mencionar apenas las de mayor peso. El poder de las ONG globales deriva de su fuerza como proyección organizada de aspiraciones universales y de su capacidad de movilización de los individuos y de la opinión pública. Aunque disponen de recursos que en algunas son relativamente elevados, lo esencial de su poder radica en la movilización de fuerzas morales y aspiraciones universales que, sin actuar directamente sobre la esfera económica, crean obstáculos a la expansión incontrolada de las transnacionales.

En el extremo opuesto, organizaciones de carácter no gubernamental con proyecciones y ambiciones también planetarias, conforman lo que calificaríamos de redes globales, algunas con propósitos criminales y otras de carácter místico.

Entre las redes globales con propósitos criminales se encuentran las del tráfico de drogas y de armas --muchas veces vinculadas--, las del tráfico de las personas --que incluyen a inmigrantes y otras formas modernas de esclavitud--, y todas aquellas involucradas en tráficos ilícitos, como el de los órganos humanos, por ejemplo. Dichas redes, que se relacionan con el crimen organizado y cuya finalidad es lucrativa, pueden revestir, cuando alcanzan cierto grado de organización y de recursos, la forma de transnacionales virtuales. Muchas mantienen vínculos casi orgánicos con las transnacionales, por el canal de las finanzas, el comercio y la inversión, como lo ilustra la cuestión del lavado de dinero.

Entre las redes globales con propósitos místicos se encuentran, con frecuencia creciente, las sectas religiosas. La proliferación y la expansión de dichas sectas a escala mundial, aunque no constituye un fenómeno nuevo, llama hoy la atención. Si sus propósitos son supuestamente confesionales, la organización y modos de operar de muchas se basan en la manipulación de los espíritus o en la intimidación. Utilizan, por lo tanto, la fuerza del misticismo y de los recursos de sus adeptos, sirviendo a los intereses del círculo de sus dirigentes y hasta desarrollan proyectos con características que rondan la megalomanía y el crimen, como lo ilustró, recientemente, el caso de la secta Verdad Suprema en el Japón.

Finalmente, en la frontera entre la criminalidad y el misticismo se hallan los grupos armados y las organizaciones terroristas internacionales, que derivan su fuerza tanto de la fe en una causa y del rechazo al consumismo occidental y a sus símbolos culturales, como de la revuelta provocada y alimentada por la miseria. Si el propósito de dichos grupos es derribar por la violencia a los que perciben como opresores, y al modelo consumista propagado por las transnacionales y respaldado por la potencia norteamericana, sus métodos se asemejan a los de las redes criminales, con las cuales mantienen vínculos casi orgánicos.

Si la presencia y el peso de todos estos actores sobresale hoy a escala mundial, y marginaliza cada día más el papel del Estado como sujeto y actor de la escena internacional, sin embargo, poco se ha dicho o escrito sobre los nuevos dueños del poder, a los que calificaríamos como la nueva oligarquía planetaria. De hecho, una de las principales cuestiones planteadas por el llamado proceso de globalización, si no la principal y la menos percibida, es la redistribución del poder a escala global, más allá de los Estados y las respectivas sociedades, en lo que actualmente constituye el sistema mundial.

Una lectura socio-política

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