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Historias


Enviado por   •  10 de Febrero de 2015  •  2.295 Palabras (10 Páginas)  •  234 Visitas

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 de valor entre la economía colonial y la metropolitana.

4. La cuestión colonial vista desde la política

43Parece claro que, económicamente, las “Indias” eran efectivamente colonias. Veamos qué ocurre si cambiamos la perspectiva.

La conquista y sus derechos

44¿Cuáles son los derechos que tenía la Monarquía Hispana en Nápoles? Son los resultantes delegitimidad dinástica -derecho por el cual los descendientes de Alfonso el Magnánimo reivindican su dominium sobre el reino de Nápoles y sobre sus súbditos. Estos, además, como es público y notorio, pertenecen desde “tiempo inmemorial” al orbe cristiano. Pero, además, tienen sus propios derechos y sus propias costumbres que el soberano (y sus representantes) deben respetar escrupulosamente; en Sicilia, por ejemplo, su Parlamento (lejana herencia normanda, posteriormente hispanizada) era el custodio de esas leyes y costumbres y todos los especialistas de historia siciliana moderna (A. Marongiu, A. Baviera Albanese, etc.), no dudan en afirmar que condiciona “l’autorità regia” representada por el “vicerè; otro tanto dice G. Galasso para el caso napolitano. En Aragón, según lo relata Fernández Albaladejo, un proverbio afirmaba “antes de Reyes hubo Leyes” y las cortes aragonesas no dudaron en recordárselo una y otra vez a quienes representaban a la Real Persona. Cuando el duque de Alburquerque, es recibido comovicerè en Palermo el 5 de diciembre de 1627, lo rodeaban el duque de Terranova, el príncipe de Roccafiorita, el de Pantelleria y otros nobles sicilianos. Alburquerque se convierte en ese momento en la primera cabeza del reino, pero no puede olvidar que en estos reinos de la “monarquía compuesta”, él es sólo un primus inter pares.45Es obvio que no era esa la situación en América durante el primer siglo de dominación europea. Los pobladores autóctonos habían sido vencidos en una dura guerra de conquista y, por otra parte –y esto en era un detalle en marco de las concepciones políticas imperantes en el siglo XVI-no eran cristianos y había que convertirlos. No es mi intención internarme en las (movedizas) arenas de la discusión que todo esto suscitó, pero las diferencias jurídicas entre los derechos de un señor indígena novohispano y de un noble napolitano en el siglo XVI, son demasiado evidentes como para extendernos demasiado sobre el asunto. La conquista militar de pueblos no cristianos (y lejanos o “exóticos”), otorga unos derechos que son absolutamente incompatibles con los resultantes de la compleja estructuración jurídica que surge en el marco de la sucesión dinástica sobre pueblos cristianos (y europeos). De estas diferencias provienen las imposiciones que eran perfectamente “lógicas” en América y hubieran desatado una rebelión napolitana o aragonesa.46Desde ya que estas imposiciones, como hemos dicho unas páginas atrás, no podían hacerse efectivas sin un proceso de negociación; nadie es tan ingenuo como para suponer eso. Pero, se negociaba, como se diría hoy, “bajo presión” y todos sabían que había una diferencia enorme en el peso de ambas partes negociantes. No era ésta una discusión entre iguales. Y los señores étnicos debían ser muy cuidadosos en estas negociaciones. Las disímiles historias de don Francisco Verdugo Quetzalmamalitzin Huetzin, señor de Teotihuacan y de don Carlos Ometochin, señor de Texcoco, que nos cuentan Carmen Bernand y Serge Gruzinski, son sintomáticas en este sentido; podemos ver a través de ellas la búsqueda difícil (y trágica en el caso de don Carlos, que termina siendo ajusticiado en la hoguera) de una salida en la estrecha vía que se abría para los líderes étnicos en ese delgado sendero que transitaba entre el respeto a sus costumbres y sus tradiciones religiosas y las exigencias de los europeos. Las palabras de don Carlos Ometochin –que probablemente sellaron su aciago destino- resuenan con claridad “¿Quién son estos que nos deshacen y perturban e viven sobre nosotros y los tenemos a cuestas y nos sojuzgan?”.47Porque detrás de todo esto están las matanzas que, sin caer para nada en la “leyenda negra”, es inadmisible olvidar. La de Cholula, pedagógicamente ideada por la habilidad política de Hernán Cortés. O la realmente absurda llevada a cabo por el violento Pedro de Alvarado, cuando Cortés lo había dejado por un tiempo al mando de la situación. Este irrumpe en una fiesta religiosa mexica dedicada a Huitzilopochtli –que había sido permitida por el propio Alvarado- arranca violentamente las joyas y ricas vestiduras de los jóvenes oficiantes, a quienes “desnudos, en cueros, con solamente una manta de algodón a las carnes, sin tener en las manos sino rosas y plumas, con que bailaban, los metieron todos a cuchillo.” Las límpidas palabras del padre Durán nos eximen de toda hipérbole al recordar el hecho que se conoce como Matanza del Templo Mayor. ¿Debemos recordar también los hechos similares ocurridos con los guaraníes en la primera época de Asunción del Paraguay, por ejemplo, cuando se levantó en líder Arecayá? ¿O las realizadas contra los muiscas en la conquista de la Nueva Granada? ¿O como relata un cronista como Cristóbal de Molina el accionar de los europeos en Cajamarca y el Cuzco? : "nunca entendieron sino en recoger oro y plata y hacerse todos ricos; todo lo que a cada uno le venía a la voluntad de tomar de la tierra lo tomaba, sin pensar que en ello hacía mal, ni si dañaba o destruía, porque era harto más lo que se destruía que lo que ellos gozaban y poseían". Hay que decir que, en materia de vesanias resultado de la conquista militar, on n’a que l’embarras du choix! Es bajo esta presión que deben negociar en los primeros tiempos los líderes indígenas. Y lo deben hacer, además, en medio de una de las catástrofes demográficas –causada, sobre todo, por los brotes epidémicos- más terribles de la historia escrita de la humanidad.

La situación a fines del XVIII

48Pero, vayamos ahora a fines del siglo XVIII. Es evidente que las cosas han cambiado, en América y en el mundo. Y entramos así en la famosa discusión en la que terciaría Ricardo Levene con su librito Las indias no son colonias. El libro en cuestión, publicado en 1951, pero con el antecedente de un artículo de 1947 y de una surrealista reunión en la Academia Argentina de la Historia en octubre de 1948, en la cual Levene propuso que los historiadores dejasen de utilizar la palabra colonias en sus trabajos, ante el asombro de un historiador de medianas luces, pero sensato, como Emilio Ravignani, quien se animó a decir que “considera la expresión ‘época colonial’ correcta y que

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