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PEDRO DE ALVARADO, TONATIUH O EL "HIJO DEL SOL".


Enviado por   •  8 de Agosto de 2011  •  2.136 Palabras (9 Páginas)  •  1.856 Visitas

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El título “Tonatio Castilán o un tal Dios Sol” llama la atención y pide, por no decir exige, una investigación, aunque sea somera, acerca del significado de la palabra Tonatio, que sería una castellanización del vocablo náhuatl Tonatiuh que significa “El sol”, similar a “Toantiuh” que en la mitología azteca era la deidad de las tempestades, el que protegía a los navegantes y era el Sol personificado, al que se rendía culto diariamente al aparecer en el cielo. En el capítulo 6 se descubre cómo y por qué se le da este nombre a Pedro de Alvarado, y todo porque la bailarina Gota de Rocío pidió una noche de amor con Tonatio, quien resultó ser el Pedrillo. Pero,

Pedro de Alvarado,... así llamado Tonatio, “Hijo del Dios Sol” por los mayas-quichés y por los aztecas y los tlaxcaltecas, por los lacandones y los nicaraos, dado su arrojo y valentía; sus rubias trenzas, su rubia barba, barba que colgaba rubia de la quijada áurea, como hecha de oro (valdría decir) cual corona ornante de una cabeza regia, áurea también; sus ojos oceánicamente azules y esa prestancia de príncipe, a pie o encabalgado” (p. 11-12),

era sólo un mortal con prestancia de dios, e ímpetu también. Así, el comienzo de la historia es de un hombre que se sabe a punto de morir, aplastado por una avalancha. Y en ese minuto antes de morir, su vida entera se revela para que el lector conozca su peripecia y sienta por él piedad, amor, desaprobación, rabia, lo que sea, porque Pedro, a pesar de sus ínfulas de macho universal, gran falo y centro del mundo, se sabía sólo un hombre, con más defectos que virtudes y, eso sí, una gran potencia sexual.

En algunos momentos se presenta a un hombre capaz de amar verdaderamente. Puede resultar enternecedor que su último pensamiento sea para su primera esposa: “Cuánto mejor habría sido, Señor, que la hora funesta le hubiese llegado siendo el esposo de doña Luisa y no el de la ambiciosa doña Beatriz, pensó” (p. 11), especialmente al descubrir con la lectura, que doña Luisa era una princesa tlaxcalteca, hija de Xicoténcatl, llamada Tecuiloatzin, ofrecida por su padre a Cortés como prueba de una verdadera alianza, y cedida por éste a Pedro, su lugarteniente. La descripción de doña Luisa, indica el gran respeto que llegó a sentir por ella el Tonatio: “con la misma decisión y la misma valentía, doña Luisa” (p. 105), a parte de estar ésta tan bien dotada para el amor como él: “no sólo su imponderable belleza física y esas destrezas en el tálamo hacen de doña Luisa una esposa admirable a los ojos encendidos del Tonatio” (p. 100)

Pedro era el segundo de Cortés, su “más destacado capitán” (p. 11), y su actuación en la Conquista de México ha sido recogida por los anales de la historia como una de las más cruentas. El mismo narrador cuenta:

“Para nada recuerda doña Luisa los denuestos y diatribas de la frailada; las inacabables denuncias del Padre Las Casas,... la desintegración de tribus completas a cañonazos limpios; la matanza de Nahualá, la de Ixtahuacán, la de Zunil, la de Chuarrancho. Para nada, las torturas que se complacía él mismo en aplicar a sus prisioneros, una de las cuales aún hoy es llamada la tortura de Alvarado” (p. 196).

Y es precisamente porque en él se conjuga ternura y violencia, que se presenta un hombre cada vez más mortal, más humano y más real. ¡Qué lejos está el Tonatio de ser un dios! cuando él mismo llega a preguntarse el porqué de tanta sangre derramada, cuando para él el fin último de la vida era hacer el amor: “Esa paradoja del querer-que-mata no la alcanza a comprender Pedro de Alvarado” (p. 185), y más adelante: “Si pudiera darse una conquista pacífica, sin muerte ni exterminio. Si pudiera darse una conquista sin guerra y sólo a través de la copulación” (p. 185) Y se descubre un Pedro de Alvarado soñador de utopías y más aún, un Pedrillo capaz de admirar las bellezas culturales, y no sólo las beldades indígenas, con el mismo asombro, del que habla Alejo Carpentier, que dio origen a lo Real Maravilloso Americano, donde lo insólito es común y donde lo insólito es maravilloso:

“Sabe que está pisando un territorio sagrado. De aquí partieron los primeros mayas cuando decidieron alojarse en la planicie, no sin dejar ciudades de asombro como las llamadas ruinas de Zaculeo que, con ánimo de arqueólogo experimentado, revisa minuciosamente” (p. 188),

y, más adelante: “Bien valía haber afrontado a los mexicas o aztecas de Soconusco, haberse fracturado una pierna, haberse quedado cojo de por vida, para ver estas maravillas, se dicen enternecidos los esposos” (p. 188). Pero, especialmente, éste es un personaje capaz de granjearse la antipatía de varios de sus contemporáneos y congéneres, especialmente en cuanto a religión y a política se refiere: “¿Mal gobernador porque traté de ayudar la labor evangelizadora, procurando la consolidación del monoteísmo y proponiendo la identidad del Sol con el Dios cristiano?” (p. 193) Y lo más importante, en determinado momento Pedro de Alvarado se dio cuenta de “que él no será un conquistador como Cortés, destructor de Tenochtitlán. (...) quiere ser (...) un conquistador distinto” (pág. 190), quería pasar a la historia de otra manera, pero al igual que Cortés se sabía parte de la historia, y quizá algunas de sus acciones fueron pensadas para pasar a la misma:

“Por doquier fomentó la siembra y el cultivo extensivo del maíz, los frijoles y las calabazas, alimentos básicos de la población. Hizo traer semillas de Europa para aprovechar <el aparejo que en esta tierra hay de todo género de agricultura>. De la isla Española, Cuba, Jamaica y Puerto rico, inició la importación de yeguas y padrotes para fomentar la cría caballar. Inició, igual, la cría vacuna y la ovina y la porcina. Organizó la explotación de las minas e hizo explorar no pocas nuevas, de las cuales halló muchas y buenas de plata y oro fino y otras de zinc y cobre y plomo. Abrió caminos de recuas hasta las regiones más apartadas del territorio y creó medidas de vigilancia y policía para que los lugareños los mantuviesen aplanados por azadones, desmontados y libres de charcas y sartenejas...

(...)

También trajo la imprenta - recuerda - y fundó las escuelas de primera enseñanza, sin que sea suya la culpa de la reticencia de los indios por aprender a leer y a escribir en lengua de Castilla. Hizo acuñar monedas para eliminar el trueque y el acostumbrado tráfico de los granos de sal como instrumento de cambio. (...)” (págs. 194 - 195)

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