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Ramon Tissera. El Chaco. Capitulo 3

Alejandro BrittoApuntes18 de Marzo de 2021

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3.PRIMEROS POBLADORES

La falta de relevamientos arqueológicos sistemáticos impide toda afirmación fundada en comprobaciones directas sobre los primeros hombres que habitaron el Chaco. Para deducir las suposiciones más probables es preciso recurrir a lo que han demostrado directamente en otras ciencias, como la paleontología, la geología y la paleogeografía.

Los estudios sobre la formación de suelos de la gran plataforma continental sudamericana admiten como conclusión que el piso chaqueño fue de los últimos en ofrecer posibilidades a la biología terrestre. Primero Florentino Ameghino y tiempo después Augusto Tapia concuerdan (con variantes no fundamentales) en que la gran fisura Paraná-Paraguay provocó el hundimiento de la llanura chaco-pampeana y el avance de las aguas oceánicas en el periodo eoceno de la Era Cenozoica. Aunque para las edades geológicas este dislocamiento resulta relativamente tardío en la formación de la corteza terrestre, el tiempo nos separa de él con millones de años. De cualquier manera, el accidente determinó un retraso considerable para las condiciones de habitabilidad animal y humana del piso chaqueño respecto al resto del continente, incluidas las regiones geográficamente próximas. Tapia constató que el mismo estrato pétreo que todavía hoy aflora en varios sectores de la ribera oriental Paraná-Paraguay, se encuentra a 180 metros de profundidad en la costa chaqueña.

El mar interior que configuraba la actual planicie chacopampeana, comenzó remotamente a rellenarse con tierras y pedregullo de sedimentación: "arcillas y arenas alternantes, finamente estratificadas, yesíferas, limoníticas, lacustres y estuariales; ... sin estar ausente la actividad volcánica, tal lo apoya su contenido de cenizas y tolbas". Estos elementos decantados se han precipitado aluvionalmente desde la cordillera y el planalto brasileño, Así los ríos caudales del Gran Chaco (Bermejo, Pilcomayo, Salado, Paraguay, Paraná) se formaron finalmente, tras el rellenamiento de la fosa, como canales de drenaje de las aguas pluviales y de deshielo que por declive buscaban el desagüe forzoso de la cuenca rioplatense. Para algunos estudiosos, el hecho de que los ríos transversales como el Salado, el Bermejo y el Pilcomayo sean tan dificultosos de navegar en toda su extensión y que sus cauces estén expuestos a continuas variantes, demuestra que el del Chaco se encuentra todavía en formación.

Tal habría sido, a grandes rasgos, el lento proceso que de expulsión del océano. Con el cuaternario, de la mandó Antropozoica, cuando ya estaban consolidadas las plataforma andina, patagónica, brasilera y del litoral sudamericano, todavía el suelo chaqueño conformaba una región lacustre alternada con ciénagas y espacios salitrosos. Trascurrirían milenios para el estancamiento de lagunas limpias y médanos revestidos en algunas zonas por la capa de tierras loésicas y de humus próvido a la euforia vegetal. Recién entonces las características ecológicas permitieron la recepción de una doble migración sureña harto extravagante: de la zoología antediluviana y de grupos humanos indefinibles, ambos en busca de tierras nuevas donde sobrevivir: tal como lo comprobó Ameghino: "Conviene señalar la concordancia cronológica de estas emigraciones humanas con las emigraciones de mamíferos de la Patagonia, así como las vías paleogeográficas seguidas por unas y otras, que son las mismas". Simultáneamente con la migración del Sur se habría registrado la concurrencia, en sentido contrario, desde el Norte y el Oeste, de pueblos amazónicos, orinoquenses y andinos. Esta confluencia de colonizaciones indígenas habría sido la primera expresión cosmopolita del viejo Chaco.

Mientras en el Chaco actual se encuentran grandes salares 40 o 50 centímetros de profundidad (lo que da una idea de la aparición tardía de suelos fértiles), en otros sectores de la plataforma continental, como Lagoa Santa en Brasil, Ampajango en la actual provincia de Catamarca y la cueva de Pichimachai en Ayacucho, Perú, se descubrieron vestigios de poblamientos cuya antigüedad oscila entre 10 y 20 mil años.

Megafauna y Cerámica

La relativa superficialidad con que se han encontrado en el subsuelo chaqueño restos fósiles de ejemplares de la fauna gigante, demuestra que las condiciones ambientales fueron aquí favorables para su subsistencia hasta mucho después de la extinción de sus especies en otras latitudes. Pero lo más significativo es que esta megafauna rezagada se presenta asociada con los primeros indicios de poblamiento humano. Los Zamuco, ocupantes protohistóricos del Chaco Boreal noroeste, conservaban la tradición de la tortuga gigante. A esto se agrega el encuentro notable de cacharro con bordes que ostentaban “una interesante decoración grabada a cordel", precisamente cerca del caparazón de un Hoplophorus (de la familia del Gliptodonte), a cinco metros debajo de una elevada barranca del Bermejo[1]. El caso suscita conjeturas razonables. Si se tiene en cuenta que la alfarería involucra un estado muy avanzado de las culturas primarias, y si esta conquista se presenta acompañada de un resabio paleo-zoológico, resulta forzoso admitir que los primeros habitantes del Chaco fueron inmigrantes portadores de artefactos, técnicas y conceptos culturales bien definidos, representativos de otras jurisdicciones, y que ingresaron al territorio con sus adelantos, a medida que éste brindaba condiciones de habitabilidad. Difícil sería entonces, que en el demorado suelo chaquense se haya cumplido el larguísimo proceso que va del troglodita, con sus reacciones simplemente defensivas ante la naturaleza, al hombre creador de elementos para convertir a esa misma naturaleza en su aliada. Pese a la subestimación deplorable que divulgó el positivismo cientificista de fines de siglo, las culturas Guaycurú, Matalá, Vilela, representaban grados específicos de evolución y perfeccionamiento que no admiten parangón con las etapas elementales que habría cumplido el homo-sapiens según las teorías antropológicas en boga.

No hablemos ya del descubrimiento del fuego, pues significaría un disparate mayúsculo subestimar la cocina del chaquense con sus reglas dietéticas, sus condimentos y hasta sus ritos; como que el hervido correspondía a la mujer y el asado al hombre. A más de la cerámica, ya vista, el chaquense conoció ese prodigio técnico de aprovechamiento de la elasticidad de la madera que implica el arco para arrojar dardos a mayor distancia y con mayor precisión que la jabalina burda. (Sabido es que al convertirse el chaquense en el jinete del siglo XVII adopto nuevamente el uso de la lanza por más adecuada a la condición ecuestre). El arte del tejido merece atención particular. Lo practicaban las mujeres con primor, utilizando hilos de lana o textiles, según las culturas. Pero para confeccionar un paño, con o sin telar es menester un cálculo aritmético. La simetría de la urdimbre se complica extremadamente cuando al tejido se introducen guardas o figuras convencionales policromas. Asi se fabricaban prendas y hasta mantas de tamaño considrable. La artesana pose una aptitud bastante amplia de computación, Y esto nos hace sonreír cuando leemos de algunos informantes del siglo pasado que los chaquenses sólo sabían contar hasta el número de sus dedos y que para indicar cantidades mayores decían simplemente "muchos"[2].

Otro aspecto de consideración muy necesaria es la diversidad y los contrastes de las culturas chaquenses entre sí. La diferenciación racial y espiritual se advierte apenas nos adentramos en aquel panorama, completamente distinto al que presentan los grupos sobrevivientes actuales, nivelados y efectivamente igualados por una situación social común de decadencia y marginación.

Culturas ya logradas, aunque en etapas distintas de realización convergieron hacia aquel Chaco antiguo, descubriendo al encontrarse los contrastes de sus idiosincrasias y de las procedencias diversas. Esta presunción no es imaginaria. Las primeras crónicas de la Conquista la confirman. La irrupción española del siglo XVI constituye, desde luego, un acontecimiento de última hora, prácticamente reciente con relación al pasado milenario. Con seguridad puede afirmarse que las desemejanzas raciales y culturales de los habitantes prehistóricos eran más pronunciadas que las que encontró el explorador hispánico, aunque los registros españoles pudieron captar todavía un espectro de pueblos muy distintos, tanto en su configuración física como por hábitos inconfundibles, como los modelos de vivienda y vestuario, los caprichos ornamentales, los utensilios, los estilos bélicos y de paz, los sistemas alimentarios.

El Chaco indígena que describieron los cronistas del siglo XVI ofrece un repertorio múltiple, tan complicado que su descripción exige explicaciones cuidadosas.

Chaquenses Asiáticos

La disparidad de culturas y razas en América prehispánica estaba muy lejos de significar incomunicación entre las mismas. SA equivocaría crasamente el estudioso que (como ha ocurrido) atribuyera esa heterogeneidad a las vallas absolutas contra todo intercambio. La presencia del perro doméstico y de cultivos de maíz, algodón y túberos a más de las semejanzas rituales, demuestran que los movimientos poblacionales y culturales entre las tres Américas eran sumamente asiduos. Hoy sabemos que las grandes civilizaciones prehistóricas, como la Tiaguanacu, la Incásica, la Maya, la Azteca, incluso la que construía edificios comunales de varios pisos junto a los afluentes del rio Colorado en territorio actual norteamericano -sin contar las muy anteriores a la conquista española presentan signos interesantes de continuidad o de relación. Debemos ocuparnos brevemente de las trasferencias intercontinentales, ya demostradas hasta lo exhaustivo por autores actuales y sospechadas con buenas pautas hace varios decenios por observadores talentosos como Adán Quiroga en nuestro país. América no era un continente totalmente aislado. Su descubrimiento por Cristóbal Colón en 1492 representó una novedad solamente para la Europa del siglo XV, en realidad la única solitaria, olvidada de tierras lejanas que, no obstante, habían sido conocidas por los pueblos antiguos del Mediterráneo y del litoral atlántico europeo, tanto en lo que se refiere al Asia como a la misma América. Las dos travesías cumplidas en nuestro tiempo por Thor Heyerdahl en embarcaciones minúsculas, desde la costa peruana a Tahití y desde Gibraltar a las Bahamas, probaron que las distancias oceánicas podían cubrirse con relativa facilidad, sin ser necesarios los adelantos portentosos de la náutica moderna, que sólo agregaba velocidad y comodidad al viaje.

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