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Virtudes romanas familiares y políticas


Enviado por   •  25 de Junio de 2013  •  Informes  •  1.589 Palabras (7 Páginas)  •  870 Visitas

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Virtudes romanas familiares y políticas

El origen de las virtudes romanas está en la formación de su comunidad primitiva. Roma, al igual que las ciudades-estado griegas, sufrió el sinecismo (unión política), por el que se fusionaron tres tribus primero, y luego hasta treinta y cinco, en forma de ciudad–estado (civitas), constituyendo una “federación” de tribus campesinas (agricultores y pastores), cuya principal idea era, por ende, mantener sus posesiones, ya que fuera del campo romano se encontraba un mundo hostil, que debía ser subyugado y vigilado.

Entonces, el romano se asumiría como campesino y soldado. Sus virtudes marcarían su vida política, familiar y religiosa. Primero, el romano, no como suma de tribus sino como suma de familias, conformaría el populus romanus, es decir, la suma de miembros libres de la civitas. En la comunidad primitiva, el poder público era ejercido por el rey, a cuya facultad de mando se llamó imperium. Esta noción originaria de Roma, se refiere a la autoridad soberana de un estado, y que hoy llamamos indistintamente, soberanía o voluntad popular. Sin embargo, el imperium tiene un origen mágico religioso. Nace de los auspicia, actos mediante los que el rey interpretaba los mandatos y designios de los dioses, y del que ni los cónsules, triunviros ni los emperadores romanos prescindirían.

Es en el seno de la familia romana, la unidad social más importante, donde las virtudes (valores) de la romanidad se harían más patentes, y de ahí emanaba a la vida y al comportamiento públicos. La familia romana era un grupo cerrado, rígido, tradicional, autosuficiente y político. A su cabeza estaba el pater familias, quien ejercía un poder ilimitado e indivisible (patria potestas) sobre su cónyuge, sus hijos, sus esclavos y sus clientes —criados libres—, sobre su ganado y sobre sus propiedades muebles e inmuebles. Era, además, el jefe espiritual que dirigía la liturgia de los espíritus de los antepasados y de los dioses familiares.

La familia romana era un sistema social cerrado, ya que era una institución que no admitía ambigüedades. El ejercicio de la patria potestad implicaba facultades discrecionales sobre las vidas de los miembros y la economía familiar: todos debían ser miembros de una familia y seguir las reglas, las mujeres al casarse dejaban de pertenecer a su familia para entrar en otra, con la muerte del padre los hijos pasaban a ser libres.

La familia era, además, un sistema rígido, porque en ella se vertían los principios y valores que serían la base de la fe religiosa y la actividad política. En primer lugar, el pater familias debía preservar el orden doméstico, y para ello debía ejercer la autoridad, la madurez de juicio y practicar la integridad. Estas virtudes se complementarían con la circunspección y el autodominio, que definían el carácter solemne de los actos (gravitas). La gravitas no era una noción abstracta; se adquiería mediante el trabajo y la tenacidad. De esta forma, el padre tenía la facultad para honrar a sus antepasados, y por ende, trasmitía las costumbres de los mayores: verdadera base de la sociedad y punto de partida del quehacer ciudadano. Estas costumbres mayores eran lo que hoy llamamos la moral, e implicaban la educación en el seno familiar de la humildad y veneración entre los jóvenes y los mayores; los primeros deberían complementar sus costumbres con la obediencia, el respeto y la pureza. El propósito fundamental era reivindicar la autosuficiencia, al entender a la familia como unidad de producción y de consumo: Nihil hic emitur, omnia domi gignuntur: «Nada se compra, todo se produce en casa».

La religiosidad normaría jerárquicamente el actuar del hombre romano. La religiosidad no era algo místico en la generalidad del pueblo romano, sino únicamente en algunos pensadores que tomaron esta actitud. Era simplemente una actitud de corrección y reverencia constantes hacia las fuerzas ocultas, resabio de la magia tribal.

Dentro de las virtudes familiares destacaba la gravitas que acompañada del sentido común definirían el temperamento social del romano y serían la guía de su proceder ciudadano. La gravitas era, en este caso, el entrañable sentido de responsabilidad, la inmensa formalidad con que el romano asumía su existencia. La suma de derechos y deberes de un miembro familiar hacía del individuo un hombre gravis: una forma de responsabilidad individual de atender correctamente todo aquello que era de su competencia, y por ende implicaba un conservadurismo en lo familiar, en lo público y en lo social; de ahí la seriedad con la que el romano irrumpía en la vida pública (cargos públicos) y en la vida económica (negocios). Por su parte, el sentido común y la sencillez se reflejaban en el actuar del hombre romano: construcciones públicas, organización militar, escritura

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