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Alfabetizacion En Nicaragua

nilssonalopez1 de Julio de 2014

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Nicaragua

A 20 años de la Cruzada de Alfabetización: memoria apasionada en tiempos de cólera y desaliento

En agosto del 2000 se cumplieron 20 años de la Cruzada Nacional de Alfabetización. Miles de jóvenes nicaragüenses miraron hacia atrás en sus años para hacer memoria y memorial de una hazaña que marcó sus vidas

En la Nicaragua de 1980 todos éramos bastante mejores de lo que a trancas y barrancas hemos llegado a ser. En dos décadas se hipotecó la dignidad, se transmutaron los valores y se supo quién es quién, y no para solaz del ánimo ni edificación del prójimo. El filtro de la historia ha colado muchos mosquitos que le incomodaban al sistema y ha dejado pasar los camellos mejor cargados -sobre todo los procedentes de Miami-, con el salvoconducto del made in USA, of course.

Teniendo la certeza de que el ser humano es lo que las circunstancias le dejan ser, le empujan a ser y le sugieren ser, la nostalgia nos atenaza diciéndonos que difícilmente asistiremos en breve a una reedición de las circunstancias que vivimos en 1980, al abrirse una década donde emanó, con naturalidad, lo mejor de muchos nicaragüenses y extranjeros solidarios. Era otra era, cuando vivíamos al margen del mercado y las cosas tenían valor y no precio. Era otra era, antes de que viviéramos en la sección de desechos del mercado y antes de que su apertura nos arrojara encima un huracán de detritos culturales.

La Cruzada Nacional de Alfabetización es hija de esa década. Se desarrolló en un contexto excepcional y fue caldo de cultivo de los mejores apasionamientos. Para repetirla, "hace falta aquel estallido social que la hizo posible", dicen hoy quienes la coordinaron.

En el año 2000 celebramos el vigésimo aniversario de aquella gesta. Algunos se preguntan qué celebramos. Entre ellos, injustificada pero no inesperadamente, el actual Ministro de Educación, Fernando Robleto, quien sentenció que "no hay nada que celebrar." A semejante dislate, replicó uno de sus predecesores, Carlos Tünnermann: "Lo que hay que celebrar es que hubo un momento en el cual la educación fue prioritaria, un momento en el que Nicaragua fue una gran escuela. Celebramos que los brigadistas que participaron en la alfabetización, al terminarla ya no eran las mismas personas."

"Creo -dijo- que la idea de conmemorar este aniversario es para estimular a los jóvenes de ahora mostrándoles que hubo jóvenes como ellos que dejaron los centros nocturnos de diversión, las vacaciones y las discotecas, para irse a vivir con los campesinos y compartir todo con ellos."

Sólo un par de semanas después del 19 de julio de 1979, los sandinistas le propusieron al sacerdote jesuita Fernando Cardenal que organizara la Cruzada Nacional de Alfabetización. Antes del triunfo de la revolución ya estaba previsto que una de las primeras tareas para reconstruir el país sería la reducción del analfabetismo. Fernando puso manos a la obra. De sus años como profesor de filosofía de la educación, le había quedado un enorme aprecio por el enfoque del gran educador brasileño Paulo Freire. Aplicarlo a la Cruzada fue una de las mejores credenciales con que la supo dotar. La Cruzada estuvo inspirada en el método de Freire: al mismo tiempo que las letras, los alfabetizandos aprenden su realidad y su historia. Y así se "concientizan".

¿Por qué optar por una campaña tan masiva? ¿Por qué no avanzar paulatinamente en jornadas de alfabetización nocturnas? ¿Por qué no elegir un modelo más tradicional? El temor a las deserciones multitudinarias aconsejaba desistir de la idea de una gran movilización. Pero aquella era otra era. Y se pensaba de otra forma. Había que hacer algo a la altura de las necesidades y de los ánimos. Fernando Cardenal caviló y concluyó: había que darle un golpe definitivo al analfabetismo, y no hacer sólo algo y por puchitos. El censo de 1971 mostraba un 42% de analfabetismo. Luego se descubrió que era más del 50%. Unas 800 mil personas no sabían leer ni escribir ni hacer las operaciones matemáticas básicas.

El Ejército Popular de Alfabetización (EPA) se constituyó con unos 100 mil brigadistas, 60 mil de ellos y ellas alfabetizadores en la montaña. Tantos jóvenes trocarían un año de estudios por algo grande, masivo, nacional. El EPA se organizó en escuadras, pelotones, columnas y brigadas, para que los muchachos y las muchachas que habían sido espectadores admirados de la lucha contra la dictadura, participaran de otra lucha, "guerrilleros de la alfabetización" tras "barricadas de cuadernos y pizarras".

Los jóvenes querían sacrificarse por los demás. Estaban dispuestos a irse a las montañas. Sus familias les dieron permiso y apoyo, aunque preocupadas por dónde dormían y por lo que comían sus hijos y sus hijas. Pronto, el notable efecto concientizador de aquel proceso les llevó a entender que la dieta insuficiente que sus hijos padecerían por cinco meses era la que los campesinos venían sufriendo por siglos. En el caso de las muchachas hubo que romper con los tabúes que las limitaban a tareas delicadas y les vedaban el acceso a la aventura. En el caso de ellas, las familias tuvieron que desafiar también la estupidez citadina que suponía que los campesinos eran unos energúmenos dispuestos a violarlas al menor descuido, y desafiar el rumor de beatas que aseguraban verlas retornar a todas embarazadas.

Miles de mitos, prejuicios y discriminaciones se desplomaron. "El campesino dejó de ser un ente abstracto para convertirse en una persona cercana, a quien querer", recuerda Fernando Cardenal. Los alfabetizadores fueron adoptados por las familias campesinas. Y compartían con ellas la comida, la ropa, el frío, el piso o los petates. Las brigadistas llamaban papá y mamá a los cabezas de familia en cuyas casas habitaban. La brecha que separaba el campo de la ciudad empezó a estrecharse de forma acelerada.

La experiencia de la Cruzada nos dio una nueva perspectiva de la vida porque los brigadistas nos incorporamos a la cultura rural. Muchos nunca habíamos salido de las ciudades. Conocimos la geografía de Nicaragua y la miseria en que vivían nuestros campesinos. Aprendimos a lazar mulas, ordeñar vacas, rajar leña, sembrar frijoles, hacer tortillas, colocar aparejos, identificar raíces y hojas comestibles, cruzar ríos.

La gran escuela empezaba desde la madrugada. Y hay que reconocer que las brigadistas mostraron más capacidad para aprender y para insertarse que los brigadistas. Y por eso, fueron mejor cotizadas a la hora de distribuirnos por comarcas y lugares. Todos fuimos agricultores, todas rajaron leña y la cargaron, todas encendieron el fogón. Todos fuimos antropólogos y antropólogas, recopilando cientos de canciones y los populares cuentos de Juan Dundo y Pedro Urdemales. . Todos y todas adquirimos un nuevo vocabulario lleno de agrestes metáforas. Todos fuimos el hombre y la mujer ideales que Marx propone en algunas de las páginas de "La ideología alemana": cazadores por la mañana, agricultores y constructores de letrinas por la tarde, alfabetizadores por la noche... Como para producir una mutación cultural. En la Nicaragua rural se estaba incubando el hombre nuevo y la mujer nueva.

Un mundo nuevo, tallado a machetazos y amamantado con chicha bruja, conflictivo y bucólico, surrealista y susurrado, nos fue abierto por singulares personajes. Cada uno de ellos tuvo una cátedra a su cargo. Cátedras muy crudas y bien plantadas, porque no versaban sobre el mundo como debe ser, sino sobre el mundo que era, el existente. Mi cátedra fue en Rancho Alegre, a 213 kilómetros de Managua y a años luz de mis habituales nichos. Formé parte de la que quizás fue la escuadra más joven del ejército alfabetizador.

Cátedra de agricultura y supervivencia. Don Chimino, cobrizo y con mil laberintos en su cabeza, de ojos saltones como pulgas y experto en blandir el machete, dormía en el tapesco para burlar a los matones y no despegarse del maíz recién cosechado. Fue él, ducho en flujos lunares y hembras, quien me reveló que alguna ignorada visita de una mujer en su período menstrual había secado mi frijolar.

Don Chimino, cazador de chanchos de monte a punta de cutacha y domador de chocoyos rebeldes con bocanadas del humo de sus puros, podía pasar varias semanas en la montaña sin que le llevaran comida. Conocía millones de hojas y raíces comestibles, las presiones atmosféricas sin barómetro, los puntos cardinales sin brújula, el volumen de las precipitaciones sin pluviómetro y el momento y duración de las lluvias al puro canto de los gallos, al devaneo de los vientos, según la posición de las arañas y la agitación de cardúmenes de mosquitos.

Cátedra de erotismo y administración de empresas. El avieso y próspero Juan Lazo, célebre por mantener simultáneamente tres relaciones de pareja: con la esposa en la ciudad, con la mujer en la finca, y con la querida en la clandestinidad. Tres sacos de maíz, tres vestidos, tres pelotas de jabón, tres cortinas, tres sartenes, tres anillos, tres artículos que adquirir, tres sudores, tres aflicciones para cada ocasión, multiplicadas por el número de hijos de cada "sucursal".

Juan Lazo vivía en paz con sus mujeres y en permanentes trifulcas con sus vecinos. Los linderos de las tierras no estaban tan definidos y socialmente consagrados como los anchos linderos de su erotismo. Para los lances vecinales se apoyaba en su muy pobre primo Pedro Lazo. A él le alquilaba, para sembrar frijoles, las tierras en litigio,

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