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Cuentos De Honduras


Enviado por   •  17 de Junio de 2014  •  2.101 Palabras (9 Páginas)  •  1.074 Visitas

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Cuentos y Leyendas de Honduras

El relato de cuentos y leyendas es una de las tradiciones que aún vive y sigue transmitiéndose de generación en generación en Honduras.

Para muchos, los cuentos y leyendas que a lo largo de los años sus antepasados han venido relatando son ciertos, debido a que gran parte de la población hondureña es muy supersticiosa, creen en brujería, brujos, encantos, maleficios, maldiciones, fantasmas o seres del mas allá.

Para otros en cambio, éstas historias son solamente mentiras o como decimos los Catrachos, “perras o pasadas” que la gente se inventa para salir bien librados de alguna mala experiencia o cree que son alucinaciones producidas por los efectos de alguna sustancia, bebida o estado mental de algunas personas.

Entre las muchos cuentos y leyendas que a diario se repiten en Honduras destacan las de terror que describen misteriosos seres, criaturas fantásticas o entes diabólicos que rondan a los humanos en distintos escenarios y situaciones, pero también existen cuentos y leyendas de sucesos extraños, lugares embrujados, personas endemoniadas, etc.

Primeras décadas del siglo XX

La generación de 1924 que forma el Grupo Literario Renovación en 1926, que en su momento fue dirigido por Arturo Mejía Nieto, son los primeros que consolidan y modernizan el cuento en Honduras. “El cuento hondureño a partir de los años veintes desarrollará dos vertientes o corrientes literarias que marcarán en forma definitiva su desarrollo futuro: El criollismo, con sus variantes: Costumbrismo y regionalismo; la otra vertiente será el cosmopolitismo” (Salinas, 1991). El regionalismo refleja la estructura social agraria que predomina en el país; así, los narradores reflejarán la vida del campo y sus particularidades; los personajes serán campesinos que tienen mucho amor por su tierra, situados frente a injustas condiciones de vida. Manuel Salinas plantea que: “El gusto por el colorido de la tierra, por el folclore y las tradiciones, por la descripción de costumbres y formas de vida y por el habla del campesino hondureño, es una de las constantes que recorren y caracterizan a esta narrativa. Esta vertiente literaria, desde luego, es el producto de la existencia en nuestro país de una economía eminentemente agraria y de la supervivencia de estructuras latifundistas en varias regiones hondureñas” (Salinas 1991:35).

Década de 1951-1960

En esta década continúa la corriente regionalista o criollista –reflejando la violencia en sus diversas formas en el acontecer nacional– y se consolida con nuevos nombres que revitalizan el género, imprimiéndole una alta calidad literaria, ya que son escritores talentosos, quienes siguen plasmando la angustiosa situación de la vida en el campo hondureño, ellos son: Víctor Cáceres Lara (1915-1993), Eliseo Pérez Cadalso (1920-1999), y Marco Antonio Rosa (1899-1983) quien será el novelista por excelencia del criollismo. Asimismo Alejandro Castro h., (1914-1995) publicará su libro “El ángel de la balanza”, en 1956, que es una crítica de naturaleza social. Nuevos narradores publican sus primeros textos, pero no serán propuestas novedosas; aunque sí se perfilan los primeros elementos de la literatura de ficción con la publicación de “El arca” en 1956, de Oscar Acosta.

Los libros publicados en esta década son: Fábulas, en 1951, de José Francisco Martínez; Humus, en 1952, de Víctor Cáceres Lara; Guijarros, en 1952, de Rodolfo Alirio Hernández, Senderos, en 1952, de Angel Porfirio Sánchez; Revelación, en 1952, de José Zerón, h.; Anhelos de un corazón, en 1953, de Ofelia Delgado M.; Cuentos hondureños, en 1953, de Salvador López Arias; Relatos hondureños, en 1953, de Angel Porfirio Sánchez; Mis primeros cuentos, en 1954, de Florencio Alvarado; Ceniza, en 1955, de Eliseo Pérez Cadalso; Flor de Mesoamérica, en 1955, de Rafael Heliodoro Valle; El arca, en 1956, de Oscar Acosta; El ángel de la balanza, en 1956, de Alejandro Castro, hijo; El pecador, en 1956, de Arturo Mejía Nieto; Inquietudes, en 1956, de Marco Antonio Rosa; Margarita o el amor de un gitano, en 1957, de Tilita Núñez de Simón; Un amigo llamado Torcuato, en 1957, de Francisco Salvador; Altar (verso y prosa), en 1958, de Mercedes Laínes de Blanco; Tinajón de barro, en 1959, de Adolfo Alemán; Sendas en el abismo, en 1959, de Mimí Díaz Lozano; y Achiote de la comarca, en 1959, de Eliseo Pérez Cadalso, haciendo un total de veintiún libros publicados en esta década.

Como ya se mencionó, en 1956 Oscar Acosta publicó un pequeño libro de cuentos en Lima, Perú: “El arca”, 18 cuentos en los cuales deja entrever algunos asomos de lo que será el cultivo de la ficción, aunque desgraciadamente, igual que en el caso de don Santos Juárez Fiallos, ese intento quedó aislado y no tuvo seguidores inmediatos.

El trabajo crítico de don Raúl César Arechavala Silva “El arca de Oscar Acosta o las Ironías del destino” nos lleva por el recorrido de motivos e influencias novedosas que constituyen la columna toral del libro: El tiempo circular o sea el eterno retorno, el destino prefijado, la muerte y su absurdo, la metamorfosis, etc. aquí se plantea el cultivo de una nueva visión de mundo, desde la perspectiva de una ficción universal; esta pequeña obra, pero con una gran densidad semántica y temática, ha dejado atrás el regionalismo imperante en el ámbito narrativo hondureño. Ya bien lo expresa don Raúl Arechavala, refiriéndose a don Oscar Acosta y las circunstancias que lo influyeron a escribir este libro: “Indudablemente, su lenguaje y sus ideas están muy lejos de cualquier criollismo, realismo socialista o costumbrismo provinciano. Seguramente la bibliografía que lo acercó tempranamente a la obra de Borges, el gran maestro; y su precoz carrera diplomática que le permitió frecuentar otros ambientes intelectuales tuvieron una decisiva influencia como factores de una visión mucho más universalista que la de muchos de sus coterráneos y coetáneos”.

El arca es un libro novedoso, ágil, muy bien estructurado y que aborda una temática universal y contemporánea, razón por la cual, a más de cincuenta años de su publicación, goza, como un mozalbete recién estrenado en la vida, de una excelente salud en el ámbito narrativo nacional.

Vale la pena recalcar que en 1959, Adolfo Alemán publicó el libro: “Tinajón de barro”, que aunque todavía se vislumbran restos del regionalismo, consolida un nuevo cosmopolitismo fuera del quehacer del campo y sus recurrencias en lo que a violencia, sobre todo

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