EL CUERPO FEMENINO Y LA INQUISICIÓN COLONIAL: DOS CASOS EJEMPLARES
faltriquera6 de Junio de 2012
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EL CUERPO FEMENINO Y LA INQUISICIÓN COLONIAL: DOS CASOS
EJEMPLARES
Stacey Schlau
University of Arizona, Estados Unidos
SSchlau@wcupa.edu
“Como el género sexual, la sexualidad es
política. Se organiza en sistemas de poder, los
cuales animan y premian a ciertos individuos y
actividades, mientras que castiga y suprime a
otros”.1
En las colonias españolas las normas y reglas que gobernaban el vestido y la
apariencia física de todas las clases, etnias y razas enfatizaban la modestia y el
pudor para la mujer, sin que importara su calidad y rango social. Sin embargo, una
vez apresada en las cárceles secretas de la Inquisición, la acusada se separaba de
la norma por fuerza: no podía ni debía seguir apegada a la “respetabilidad”. Sobre
todo en la cámara del tormento, pero también en las mismas celdas, donde reinaban
la miseria y la pobreza para casi todas--es decir, las que no tenían recursos--, el
miedo de las presas y la actitud de los oficiales eclesiásticos impedían que fueran
tratadas como “mujeres”. Claro, las acusadas se convertían en objetos de la mirada
masculina, pero no tanto sexualizadas sino más bien deshumanizadas, desprovistas
de la mínima protección que se le ofrecía a la mujer “respetable”. Con todo eso, no
cabe duda de que, tanto en las colonias como en España, estas mujeres se
apoyaban en las estrategias que creían que probaban su conformidad con las
normas y expectativas de género sexual.2
1 RUBIN, Gayle. “Thinking Sex: Notes for a Radical theory of the Politics of Sexuality.” In VANCE,
Carol. Pleasure and Danger: Exploring Female Sexuality. Routledge & Kegan Paul. Boston, 1990. Pp.
267-319. P. 309. La traducción es mía.
2 VOLLENDORF, Lisa: The Lives of Women: A New History of Inquisitional Spain. Editorial de la
Universidad de Vanderbilt. Nashville, 2005. P. 53.
2
Schlau, Stacey. “El cuerpo femenino y la Inquisición colonial: dos casos ejemplares”;
En: PROHAL MONOGRÁFICO, Revista del Programa de Historia de América Latina.
Vol. I. Primera Sección: Vitral Monográfico, Nro. 1. Instituto Ravignani, Facultad de
Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires, 2008. ISSN 1851-9091
En manos del Santo Oficio, por encima de todas las otras preocupaciones y
sufrimientos experimentados, la pérdida--en cierto sentido--del género sexual y todo
lo que eso implicaba debía tener un efecto profundo en cada una. Además, el
tratamiento que se les ofrecía en ese mundo oscuro donde era tan obvio que el
poder (físico, mental, estructural, personal) estaba en manos de hombres-fiscales,
interrogadores, calificadores, secretarios, carceleros, y otros—se reflejaba en el
control que ejercían esos mismos oficiales sobre el cuerpo de cada mujer presa. En
la sala de tortura, por ejemplo, a las presas se les desnudaba de igual manera que a
los presos. Más de una protestaba, pidiendo que la cubrieran por modestia, pero no
les hacían caso; no eran ésas las palabras que los inquisidores querían oír.
La transcripción de todos los procedimientos del Santo Oficio colonial se presta
a una investigación estructural y feminista. Para este estudio, he tenido en cuenta lo
que mantiene Susan Bordo, al adaptar los escritos teóricos de Pierre Bourdieu y de
Michel Foucault a una perspectiva que incluye cuestiones de género sexual: que el
cuerpo es un sitio práctico y directo de control social. Este “cuerpo dócil”, como lo
llamara Foucault, se forma a base de las normas de la vida cultural por medio de
rutinas, reglas y prácticas aparentemente triviales,3 entre ellas el discurso. Aunque
se refiere a otro contexto, en que, según sugiere, “el discurso funciona primero para
territorializar y luego para trazar significado en los cuerpos . . . el cuerpo femenino . .
. no existe fuera del discurso . . . porque es precisamente con ese cuerpo que la
subjetividad empieza”,4 Kaja Silverman también ofrece un armazón teórico útil para
nuestro análisis aquí. La lucha entre instituciones y sujetos históricos para controlar
cómo se define esa sujetividad femenina la podemos ver en los folios transcritos por
los secretarios eclesiásticos del Tribunal.
Mientras que por una parte la ideología de género sexual y del papel de la
mujer informaba el trato de las presas, en términos de los crímenes de los cuales
fueron acusadas y de las expectativas de su comportamiento, por otra, tal como los
3 BORDO, Susan: Unbearable Weight: Feminism, Western Culture, and the Body.: Editorial de la
Universidad de California. Berkeley, Los Angeles, London, 1993. P. 165.
3
Schlau, Stacey. “El cuerpo femenino y la Inquisición colonial: dos casos ejemplares”;
En: PROHAL MONOGRÁFICO, Revista del Programa de Historia de América Latina.
Vol. I. Primera Sección: Vitral Monográfico, Nro. 1. Instituto Ravignani, Facultad de
Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires, 2008. ISSN 1851-9091
acusados, se reducían a seres despreciados, útiles sólo por la manera en que
podían contribuir al espectáculo de redención que supervisaba el Santo Oficio, sea
con admitir su propia culpa y dilatar a otros/as, sea con su participación corporal en
un auto de fe, vestidas de penitente. A través del estudio de los archivos
inquisitoriales sobre dos de ellas, la mexicana acusada de judaizante María de
Zárate y la peruana acusada de ilusa Angela Carranza, quisiera explorar el papel del
ejercicio de poder en, y de la preocupación discursiva e ideológica por, el cuerpo y
lo corporal de los presos, y en particular los de las mujeres. La investigación ilumina
cómo funcionaron los mecanismos de poder coloniales en torno al cuerpo femenino
y su relación con el uso de la palabra, en el contexto de la Inquisición.
I.
María de Zárate fue detenida en la Ciudad de México a mediados del siglo
diecisiete por ser “judía judaizante”. Mexicana criolla, hija de cristianos viejos,
sobrina nieta del famoso arzobispo de Toledo, Martínez Silíceo, quien fue también
tutor del rey Felipe II, se casó en 1636 con un tal Francisco Botello, español
(andaluz al parecer) y nuevo cristiano. Este, detenido en 1642 durante la gran ola de
persecución en Nueva España de los sospechados de ser judíos judaizantes, fue
condenado como judaizante.5 El castigo de Botello esta primera vez incluyó
doscientos azotes y siete años en las cárceles inquisitoriales antes de que saliera en
1649, obligado a llevar sambenito por el resto de la vida. Si podemos creer a los
testigos del proceso de Zárate, ésta se convirtió al judaísmo mientras su esposo
estaba en la cárcel. Lo que sí sabemos con certidumbre es que la pareja volvió a
vivir junta cuando él salió reconciliado.
4 SILVERMAN, KAJA. “Histoire d’O: The Construction of a Female Subject”. In VANCE, Carol.
Pleasure and Danger: Exploring Female Sexuality. Routledge & Kegan Paul. Boston, 1990. Pp. 320-
49. P. 324. La traducción es mía.
5 Durante la década de los 40, se comenzaron procesos contra 380 judaizantes, de los cuales 34-37
fueron relajados (quemados) vivos, 96-107 relajados en estatua, y un número alto pero no sabido
murió de enfermedad, vejez, desesperación, suicidio o locura mientras estaba encarcelado Ver:
ALBERRO, Solange: Inquisición y Sociedad en México 1571-1700. Fondo de Cultura Económica.
México DF, 1988. P. 172.
4
Schlau, Stacey. “El cuerpo femenino y la Inquisición colonial: dos casos ejemplares”;
En: PROHAL MONOGRÁFICO, Revista del Programa de Historia de América Latina.
Vol. I. Primera Sección: Vitral Monográfico, Nro. 1. Instituto Ravignani, Facultad de
Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires, 2008. ISSN 1851-9091
Botello y Zárate fueron detenidos, él por segunda vez, a mediados de 1656.
Esta vez no hubo escape para él: declarado relapso, lo condenaron a ser relajado.6
Fue procesado y luego quemado en el auto de fe del 8 de octubre de 1659. El
cronista oficial del evento mantuvo que Botello era, “el más endurecido judío de
cuantos en muchos siglos se habrán visto castigados por el Santo Oficio, sin ser
posible con él que nombrase a Jesús ni a la Virgen Santísima, su madre, se dejó
enrasar vivo”.7 Se concluyó también el proceso de su esposa María de Zárate en
1659; aunque ella negó casi todos los cargos, fue declarada culpable.8 Su castigo,
mucho menor que el de Botello, sin embargo le duraría lo que quedaba de su vida.
Tuvo que abjurar de levi y después fue reclusa en un hospital hasta 1665, cuando
se perdió de vista.
Dos episodios en cierto sentido muy distintos del proceso de María de Zárate
se parecen en que los dos tienen que ver con cuestiones directamente asociadas
con el cuerpo y la palabra, y cómo el uso de los mecanismos del poder se
entremezcla con la problemática del género sexual. El primero cuenta el tormento a
que la sometieron y el segundo ocurre cuando la
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