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El Agora


Enviado por   •  1 de Mayo de 2014  •  Ensayos  •  2.538 Palabras (11 Páginas)  •  202 Visitas

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EL ÁGORA

Aquiles convoca al ágora o asamblea del ejército, para averiguar las causas dela peste, proponiendo que se consulte a un adivino para saber si el dios está irritado porque se dejó de cumplir algún voto o hecatombe.[1]

Calcas, el mejor de los augures, antes de revelar la causa de la peste exige a Aquiles seguridades o garantías, bajo juramento, pues teme irritar a un rey poderoso. (Ese “rey poderoso” es un ejemplo de perífrasis, ya que todos podemos darnos cuenta de que es Agamenón de quien habla. La acotación es mía)

Aquiles promete protegerlo “aunque hablares de Agamenón, que se jacta de ser en mucho el más poderoso de los aqueos.” Esta bravata de Aquiles significa un desafío a la autoridad del jefe supremo, lo que justificará luego la cólera del Atrida, más aún que la exigencia de devolver a Criseida.

El impulso violento de Agamenón se expresa diciendo que tenía “las negras entrañas llenas de cólera y los ojos semejantes al relumbrante fuego.”[2]

Con torva mirada, increpa a Calcas llamándole “adivino de males”[3]

Al verse obligado a desprenderse de Criseida, para valorar esa pérdida y poder exigir una recompensa, expresa Agamenón que la prefería a su legítima esposa, “porque no le es inferior en el talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en destreza.” Estas palabras expresan el concepto de areté de la mujer.

No debe interpretarse como una sincera expresión de sentimientos esa preferencia de su amante frente a su propia esposa, sino como la expresión de su amor propio ofendido, al mismo tiempo que un ardid para reclamar una recompensa ante los aqueos. (En lo personal, pienso que la figura de Klitemnestra se ve humillada igual, sean o no sinceras las palabras de Agamenón.)

Replica Aquiles que no es justa la reclamación del Atrida, porque el botín ha sido totalmente repartido (RES IUDICATA: cosa adjudicada, no puede repartirse de nuevo); le promete una recompensa mayor cuando conquisten la ciudad de Troya.

Agamenón le pregunta irónicamente a Aquiles si pretende privarlo de su recompensa conservando él la suya y lo amenaza con quitársela a él, o a Ayante o a Odiseo. (Agamenón, en plena hybris, ciego por la furia, olvida que quien ofendió a Apolo fue él y nadie más que él. Por lo tanto es lógico que sea él quien pague las consecuencias de tal ofensa)

La amenaza va dirigida indudablemente a Aquiles; es el único que reacciona y lo hace con la máxima violencia, reprochándole a Agamenón que ha dejado su patria para luchar contra los troyanos sin ningún motivo personal, por una causa que solo interesaba a los Atridas. Se queja de que aunque sus manos sostienen el peso de la guerra (recordemos que Aquiles es un semidiós y además es invulnerable, solo su talón es su punto débil), le corresponde siempre una parte inferior en el botín y anuncia su propósito de retirarse del combate.

Responde Agamenón diciéndole que puede huir, que no necesita de él, lo desprecia, expresándole que su fuerza no es mérito personal, porque se la debe a los dioses; concluye amenazándole con que él mismo irá a su tienda y le arrebatará a Briseida.[4]

La reacción violenta de Aquiles llega al máximo de intensidad.: comienza a desenvainar la espada para atacar a Agamenón. En ese instante, solo a él, tirándole de la rubia cabellera, se le aparece Palas Atenea, cuyos ojos centelleaban de un modo horrible; lo conmina a que refrene su cólera aunque lo injurie de palabra, prometiéndole que algún día se le ofrecerá una reparación por el ultraje recibido.[5] (Es la manera que tienen los griegos de explicar los cambios internos del comportamiento humano: la intervención de los dioses. Aquiles, a punto de matar a Agamenón, cegado por la ira, cae en hybris, pero reflexiona a tiempo y no comete el crimen. Se limita a insultarlo, tirar el cetro, a jurar por él –el cetro es el símbolo del poder –, que no volverá a la batalla y que un día irán a buscarlo porque los troyanos los acosarán. Toda la querella es un ejemplo de hybris creciente, tanto de parte de Agamenón como de Aquiles. No importa que el Pelida tenga razón, importa su desborde emocional, el dejarse llevar por las emociones en vez de tratar de razonar con Agamenón, guiado por el modelo de la mesura, la sofrosine)

Obedece Aquiles la orden de la diosa, que regresa al Olimpo.[6] Envaina la espada e insulta a Agamenón llamándole: “¡Ebrio, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo!”

Al tratarlo de ebrio Aquiles quiere significar que se comporta como tal, procediendo insensatamente; los otros insultos indican que lo tacha de cobarde. Aquiles agravia a los demás aqueos por obedecer a este rey devorador de su pueblo, jura por su cetro que lo echarán de menos cuando sean derrotados por Héctor; pronunciado el juramento arroja violentamente el cetro “tachonado con clavos de oro.”

De ese modo da a entender que solo él es capaz de contener el ataque de los troyanos, encabezados por Héctor, cuyo prestigio y valentía se anuncian desde ya.

[…] Cuando se esperaba la mayor violencia en la reacción de Agamenón, cuando la disputa llegó a su más alto grado de intensidad, se produce la intervención del anciano Néstor, “suave en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces que la miel.”[7]

Por su oportunidad, por su elocuencia, por el orden en las ideas, por la comprensión que revela del conflicto pasional entre los héroes, el discurso de Néstor es un modelo acabado de arte oratorio.

Comienza invocando a los dioses y despertando el recuerdo de la patria aquea, la cual sufrirá las consecuencias de la disputa entre los caudillos; al mismo tiempo imagina la alegría de los troyanos si conocieran la contienda.

En segundo término, elogia a ambos héroes, expresando que son los primeros tanto en el consejo como en el combate, pero les exhorta a que se dejen persuadir por sus palabras, porque son más jóvenes que él y porque él, en otro tiempo, trató con hombres más esforzados que exterminaron a los centauros y con quienes no pelearía ningún hombre de los de ahora; sin embargo, aquellos héroes extraordinarios acataban sus consejos. De este modo Néstor funda su autoridad moral. (Néstor es aquí el paradigma, el ejemplo vivo de la sofrosine. Además, es el anciano al que todas las generaciones jóvenes deben respeto y reverencia. Su intervención, desde el punto de vista estilístico marca un anticlímax, una distensión en una disputa que ya había llegado a su punto máximo y que no podía subir más. Eso para el oyente es también un descanso, un discurso lleno de reflexión y mesura ante tanta soberbia, altanería y violencia verbal)

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