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El Mercader De Venecia

sara172nohemi1 de Septiembre de 2013

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EL MERCADER DE VENECIA

WILLIAM SHAKESPEARE

PERSONAJES

EL DUX DE VENECIA, pretendiente de Porcia.

EL PRÍNCIPE DE MARRUECOS, pretendiente de Porcia.

EL PRÍNCIPE DE ARAGÓN, pretendiente de Porcia.

ANTONIO, mercader de Venecia.

BASSANIO, amigo suyo.

GRACIANO, amigo de Antonio y Bassanio.

SALANIO, amigo de Antonio y Bassanio.

SALARINO, amigo de Antonio y Bassanio.

LORENZO, enamorado de Jessica.

SHYLOCK, judío rico.

TUBAL, judío, amigo suyo.

LAUNCELOT GOBBO, bufón, criado de Shylock.

EL VIEJO GOBBO, padre de Launcelot.

LEONARDO, criado de Bassanio.

BALTASAR, criado de Porcia.

STEPHANO, criado de Porcia.

PORCIA, rica heredera.

NERISSA, doncella suya.

JESSICA, hija de Shylock.

Magníficos de Venecia, Funcionarios del Tribunal de Justicia, un Carcelero, Criados de PORCIA y

otras personas del acompañamiento.

ESCENA. -Parte en Venecia y parte en Belmont, residencia de PORCIA, en el Continente.

Acto I

Escena I

Venecia. -Una calle.

Entran ANTONIO, SALARINO y SALANIO.

ANTONIO.- En verdad, ignoro por qué estoy tan triste. Me inquieta. Decís que a vosotros os

inquieta también; pero cómo he adquirido esta tristeza, tropezado o encontrado con ella, de

qué substancia se compone, de dónde proviene, es lo que no acierto a explicarme. Y me ha

vuelto tan pobre de espíritu, que me cuesta gran trabajo reconocerme.

SALARINO.- Vuestra imaginación se bambolea en el océano, donde vuestros enormes

galeones, con las velas infladas majestuosamente, como señores ricos y burgueses de las olas,

o, si lo preferís, como palacios móviles del mar, contemplan desde lo alto de su grandeza la

gente menuda de las pequeñas naves mercantes, que se inclinan y les hacen la reverencia

cuando se deslizan por sus costados con sus alas tejidas.

SALANIO.- Creedme, señor; si yo corriera semejantes riesgos, la mayor parte de mis afecciones

se hallaría lejos de aquí, en compañía de mis esperanzas. Estaría de continuo lanzando pajas al

aire para saber de dónde viene el viento. Tendría siempre la nariz pegada a las cartas marinas

para buscar en ellas la situación de los puertos, muelles y radas; y todas las cosas que pudieran

hacerme temer un accidente para mis cargamentos me pondrían indudablemente triste.

SALARINO.- Mi soplo, al enfriar la sopa, me produciría una fiebre, cuando me sugiriera el

Pensamiento de los daños que un ciclón podría hacer en el mar. No me atrevería a ver vaciarse

la ampolla de un reloj de arena, sin pensar en los bajos arrecifes y sin acordarme de mi rico

bajel Andrés, encallado y ladeado, con su palo mayor abatido por encima de las bandas para

besar su tumba. Si fuese a la iglesia, ¿podría contemplar el santo edificio de piedra, sin

imaginarme inmediatamente los escollos peligrosos que, con sólo tocar los costados de mi

hermosa nave, desperdigarían mis géneros por el océano y vestirían con mis sedas a las

rugientes olas, y, en una palabra, sin pensar que yo, opulento al presente, puedo quedar

reducido a la nada en un instante? ¿Podría reflexionar en estas cosas, evitando esa otra

consideración de que, si sobreviniera una desgracia semejante, me causaría tristeza? Luego,

sin necesidad de que me lo digáis, sé que Antonio está triste porque piensa en sus mercancías.

ANTONIO.- No, creedme; gracias a mi fortuna, todas mis especulaciones no van confiadas a un

solo buque, ni las dirijo a un solo sitio; ni el total de mi riqueza depende tampoco de los

percances del año presente; no es, por tanto, la suerte de mis mercancías lo que me

entristece.

SALARINO.- Pues entonces es que estáis enamorado.

ANTONIO.- ¡Quita, quita!

SALARINO.- ¿Ni enamorado tampoco? Pues convengamos en que estáis triste porque no estáis

alegre, y en que os sería por demás grato reír, saltar y decir que estáis alegre porque no estáis

triste. Ahora, por Jano, el de la doble cara, la Naturaleza se goza a veces en formar seres raros.

Los hay que están siempre predispuestos a entornar los ojos y a reír como una cotorra delante

de un simple tocador de cornamusa, y otros que tienen una fisonomía tan avinagrada, que no

descubrirían sus dientes para sonreír, aun cuando el mismo grave Néstor jurara que acababa

de oír una chirigota regocijante.

SALANIO.- Aquí llega Bassanio, vuestro nobilísimo pariente, con Graciano y Lorenzo. Que os

vaya bien; vamos a dejaros en mejor compañía.

SALARINO.- Me hubiera quedado con vos hasta veros recobrar la alegría, si más dignos amigos

no me relevaran de esa tarea.

ANTONIO.- Vuestro mérito es muy caro a mis ojos. Tengo la seguridad de que vuestros asuntos

personales os reclaman, y aprovecháis esta ocasión para partir.

(Entran BASSANIO, LORENZO y GRACIANO.)

SALARINO.- Buenos días, mis buenos señores.

BASSANIO.- Buenos signiors, decidme uno y otro: ¿cuándo tendremos el placer de reír juntos?

¿Cuándo, decidme? Os habéis puesto de un humor singularmente retraído. ¿Está eso bien?

SALARINO.- Dispondremos nuestros ocios para hacerlos servidores de los vuestros.

(Salen SALARINO y SALANIO.)

LORENZO.- Señor Bassanio, puesto que os habéis encontrado con Antonio, vamos a dejaros

con él; pero a la hora de cenar, acordaos, os lo ruego, del sitio de nuestra reunión.

BASSANIO.- No os faltaré.

GRACIANO.- No poseéis buen semblante, signior Antonio; tenéis demasiados miramientos con

la opinión del mundo; están perdidos aquellos que la adquieren a costa de excesivas

preocupaciones. Creedme, os halláis extraordinariamente cambiado.

ANTONIO.- No tengo al mundo más que por lo que es, Graciano: un teatro donde cada cual

debe representar su papel, y el mío es bien triste.

GRACIANO.- Represente yo el de bufón. Que las arrugas de la vejez vengan en compañía del

júbilo y de la risa; y que mi hígado se caliente con vino antes que mortificantes suspiros enfríen

mi corazón. ¿Por qué un hombre cuya sangre corre cálida en sus venas ha de cobrar la actitud

de su abuelo, esculpido en estatua de alabastro? ¿Por qué dormir cuando puede velar y darle

ictericia a fuerza de mal humor? Te lo digo, Antonio, te aprecio, y es mi afecto el que te habla.

Hay una especie de hombres cuyos rostros son semejantes a la espuma sobre la superficie de

un agua estancada, que se mantienen en un mutismo obstinado, con objeto de darse una

reputación de sabiduría, de gravedad y profundidad, como si quisieran decir: «Yo soy el señor

Oráculo, y cuando abro la boca, que ningún perro ladre.» ¡Oh, mi Antonio! Sé de esos que solo

deben su reputación de sabios a que no dicen nada, y que si hablaran inducirían, estoy muy

cierto, a la condenación a aquellos de sus oyentes que se inclinan a tratar a sus hermanos de

locos. Te diré más sobre el asunto en otra ocasión; pero no vayas a pescar con el anzuelo de la

melancolía ese gobio de los tontos, la reputación. Venid, mi buen Lorenzo. Que lo paséis bien,

en tanto. Acabaré mis exhortaciones después de la comida.

LORENZO.- Bien; os dejaremos entonces hasta la hora de comer. Yo mismo habré de ser uno

de esos sabios mudos, pues Graciano nunca me deja hablar.

GRACIANO.- Bien; hazme compañía siquiera dos años, y no conocerás el timbre de tu propia

voz.

ANTONIO.- Adiós; esta conversación acabará por hacerme charlatán.

GRACIANO.- Tanto mejor, a fe mía; pues el silencio no es recomendable más que en una

lengua de vaca ahumada y en una doncella que no pudiera venderse.

(Salen GRACIANO y LORENZO.)

ANTONIO.- ¿Todo eso tiene algún sentido?

BASSANIO.- Graciano es el hombre de Venecia que gasta la más prodigiosa cantidad de

naderías. Su conversación se asemeja a dos granos de trigo que se hubiesen perdido en dos

fanegas de paja; buscaríais todo un día antes de hallarlos, y cuando los hubierais hallado, no

valdrían el trabajo que os había costado vuestra rebusca.

ANTONIO.- Exacto; ahora, decidme: ¿quién es esa dama por la que habéis hecho voto de

emprender una secreta peregrinación, de que me prometisteis informar hoy?

BASSANIO.- No ignoráis, Antonio, hasta qué punto he disipado mi fortuna por haber querido

mantener un boato más fastuoso del que me permitían mis débiles medios. No me aflige

verme obligado a cesar en ese plan de vida, sino que mi principal interés consiste en salir con

honor de las deudas enormes que mi juventud, a veces demasiado pródiga, me ha hecho

contraer. A vos es, Antonio, a quien debo más en cuanto a dinero y amistad, y con vuestra

amistad cuento para la ejecución de los proyectos y de los planes que me permitirán

desembarazarme de todas mis deudas.

ANTONIO.- Os lo ruego, mi buen Bassanio, hacédmelos conocer, y si se hallan de acuerdo con

el honor, que sé os es habitual, tened por seguro que mi bolsa,

...

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