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Mercader De Venecia

kari245 de Mayo de 2013

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El único dato existente para fijar la cronología de El mercader de Venecia es un pasaje de Francisco de Meres, bachiller en Artes por Cambridge, y más tarde eclesiástico, inserto en su libro Palladis Tamia (Tesoro del ingenio), que se publicó en 1598. En él, como prefacio a una colección de máximas y apotegmas de autores antiguos, aparece una lista de obras de

Shakespeare, entre las que figuran Los dos hidalgos de Verona, la Comediade las equivocaciones, Trabajos de amor perdidos, El sueño de una noche de San Juan y El mercader de Venecia. Sigue luego una enumeración de tragedias; y del perfecto orden que se observa en la cita de todas las producciones shakespearianas que a la sazón conocía el referido literato se ha deducido que El mercader de Venecia es, en efecto, la última de las comedias hasta entonces representadas. Puede, por tanto, asegurarse que debió de ser escrita en 1595 ó 1596, a raíz, o poco tiempo después, de inaugurarse El Globo, principal escenario de las piezas del célebre dramaturgo, teatro que, si no se abrió a fines de 1594, es seguro que funcionaba a principios de 1595. La apertura había de verificarse con un estreno, o de comedia o de tragedia. Siendo, pues, el único autor de los coliseos The Globe y Black-Friars nuestro poeta, y Romeo y Julieta y El mercader de Venecia las novedades de los años aludidos, no es aventurado suponer que fuera una de las dos la elegida. Cuando esto acontece, Shakespeare se halla próximo a alcanzar la plenitud de su genio. Ha dado ya a la escena, entre otros, El rey Juan, el Enrique IV y, sobre todo, el Ricardo III, y se dispone a trazar, en fin (1598), la primitiva forma del grandioso Hamlet -según testimonio de su contemporáneo Nashe-, que no refundirá por completo hasta 1602. Al escribir El mercader de Venecia es, pues, Shakespeare treinteno -había nacido en 1564-, y lleva producidas más de veinte obras. Corresponde esta época a las postrimerías de lo que nosotros llamamos primer período de su carrera dramática, que

abarca desde Tito Andrónico(1587) hasta Romeo y Julieta y la plasmación del carácter de Shylock (1596). La famosa comedia de que nos ocupamos fue uno de los más resonantes éxitos de Shakespeare. El doctor Symon Forman, amigo y contertulio suyo, cuenta

en sus Memorias la noche agradable transcurrida en una de sus primeras

representaciones. La obra no se imprimió hasta 1600, en cuyo año se tiraron dos ediciones en cuarto, ambas con el nombre del autor, la una por el impresor J. Roberts, que no consta como hecha en Londres, y la otra editada en Madrid, por I. R., para Thomas Heyes. Posteriormente, en 1628, fue incluida en el célebre Folio primero que publicaron los actores y amigos de Shakespeare John Heminge y Henry Condell. La crítica ha trabajado no poco para encontrar las fuentes de El mercader de Venecia, sabido que su autor casi siempre tomaba de otros los argumentos de sus obras; pero parece que esta es la más original de las suyas; a lo menos, aquella en que ligeramente coge el perfume de la ajena

inspiración para en seguida remontarse con alas propias. Y asistimos al espectáculo de un Shakespeare eruditísimo, contra lo que imagina la opinión general y hasta contra el juicio de la mayoría de los anotadores.

El autor conoce a fondo la vida y costumbres venecianas, el tráfico de la Serenísima República; bucea en la historia, registrando antigüedades;

profundiza en los clásicos; escoge de aquí y de allá en diversos

discursos, cuentos y narraciones, ideas y parajes fragmentarios para

delinear los personajes y forjar el centro común de la trama; examina Il

Pecorone, de Ser Giovanni Fiorentino, colección de novelitas italianas,

compuestas a fines del siglo XIV, de una de las cuales (1378) -la

referente a la historia del mercader de Venecia- extractose un relato que

acabó por transformarse en una canción inglesa, Genutus, muy popular enLondres en tiempos del dramaturgo; investiga en la historia del papa Sixto

V, de Gregorio Leti, en El orador, de Alejandro Silvayn, que contiene

varias arengas inspiradas en Tito Livio y otros autores de la antigüedad;

desentraña la versión de cierto manuscrito persa realizado por Thomas

Monro, abanderado de un batallón de cipayos; se empapa de una novela de

Ruggieri de Figiovanni, donde vagamente se habla de dos cofres cerrados

que el rey Alfonso de España le da a elegir, uno de los cuales contiene

tierra y el otro la propia corona del monarca; en fin, estudia la

colección de antiquísimos cuentos escritos en latín, que estuvieron de

moda hace más de seiscientos años, conocidos bajo el título de Gesta

Romanorum, donde separadamente se narran los dos principales incidentes de

El mercader de Venecia. Uno de ellos, el referente al recibo, se relata en el capítulo XLVIII en estos términos: «Habiendo tomado a préstamo un caballero cierta suma de manos de un mercader, bajo la condición de pagar con su carne el no cumplimiento,

llegado el caso de exigírsele responsabilidad ante el juez, la dama del

deudor, disfrazada in forma viri et vestimentis, pretiosis induta, entró

en el tribunal, y, con la autorización necesaria, trató de suavizar la

pena en que había incurrido. Para llevarlo a efecto, ofreció primeramente

al judío pagarle su dinero, y luego le brindó con el doble, a lo cual

contestó este último: Conventionem meam volo habere. -Puella, cum hoc

audisset, ait coram omnibus, Domine mi judex, da rectum judicium super his

quae vobis dixero, etc., etc.»

En otro capítulo de la misma colección se halla el incidente de los

cofres. Un rey de Apulia envía a una hija suya a que se despose con el

hijo del emperador de Roma. Llegada ante el monarca, este le dice:

«Puella, propter, amorem filii mei multa adversa sustinuisti. Tamen, si

digna fueris ut uxor ejus sis cito probabo». En fin: la presenta ante tres

cofres, de oro, plata y plomo, cada uno con una inscripción. La joven,

después de examinarlos detenidamente, eligió el de plomo, el cual se

abrió, encontrándose lleno de oro y piedras preciosas. Entonces dijo el

emperador: «Bona puella, bene elegisti - ideo filium meum habebis...»

He aquí los remotísimos manantiales de El mercader de Venecia. En cuanto

al nombre de los personajes y sitio de acción, solo en Il Pecorone se

habla de Belmont; y por lo que toca a la palabra Shaylock, no son

convincentes las razones del doctor Farmer, según el cual Shakespeare tomó

el nombre del judío de un antiguo folleto titulado

«Caleb Shillocke o la predicción de un hebreo», impreso en Londres por Tomás Pavier, por la sencilla razón de que el tal folleto se dio a la estampa en 1607.

Ahora, ¿fue Shakespeare lo bastante pacienzudo para decidirse a combinar

elementos tan esparcidos y extraños con que formar el todo armónico de su

deslumbrante comedia dramática? ¿No habrá tomado el argumento de algún

novelista desconocido que le ha evitado la labor de coordinar y reunir las

gestas, novelas, cuentos y narraciones que hemos mencionado? That is the

question. A lo menos, tal acostumbraba.

En tiempos de la reina Isabel había en Londres ocho compañías de cómicos;

una de ellas era la de Hewington Butts. En el teatro Bull, coliseo

estimable, aunque no tanto como el de La Cortina, y menos como

Black-friars, representose, sin embargo, en 1579, un drama cuyo autor noha podido descubrirse. La obra se inspiraba en la canción Genutus, de que

arriba tratamos, con fuertes reminiscencias de la Gesta Romanorum y de Il

Pecorone aludidos. Nada se ha vuelto a saber de ella. ¿Iría a caer en

manos de Shakespeare y le sugeriría El mercader de Venecia? ¿A qué

concepción se refería Greene cuando llamaba al gran dramaturgo «grajo

adornado con plumas ajenas»?

Sea lo que fuere, Shakespeare trazó una de sus inmortales creaciones.

«Quizá no exista otro carácter -dice Hanley- tan bien descrito como el de

Shylock. El lenguaje, las alusiones e ideas de este pueden dondequiera

apropiarse tan perfectamente a un judío, que el protagonista del sublime

poeta puede exhibirse como un ejemplo de la raza judía.» Hanley era

perspicaz.

¿La idea del dramaturgo? Es patente: demostrar la certeza de la antigua

máxima jurídica Summum ius summa iniuria; es decir: que un derecho

innegable se transforma en irritante injusticia cuando, llevado a sus

últimos límites, invade la esfera de otros derechos. Todos los tipos giran

alrededor de esta máxima. El padre de Porcia tiene razón en velar por el

mejor establecimiento conyugal de su hija; pero no le incumbe sujetar a su

heredera a la disposición caprichosa que le impone. Es plausible que

Antonio pida para un amigo una cantidad a préstamo; pero nunca debió

comprometerse a pagarla con una libra de su propia carne. Tiene derecho el

judío, en virtud del convenio establecido, a arrancar una libra exacta de

carne del cuerpo de Antonio, pero no a verter una sola gota de sangre.

Solo alabanzas merece el tribunal no amparando al judío; pero faltó a toda

justicia condenándole a abjurar de su religión y convertirse al

cristianismo. Está en su derecho Jessica al amar a Lorenzo; pero carece de

él cuando roba a su padre. Y así los demás,

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