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Franquismo

pileta30 de Noviembre de 2011

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CAPITULO 1. REFLEXIONES SOBRE LA NATURALEZA Y LAS CONSECUENCIAS DEL FRANQUISMO

Considerar lo que significó el régimen franquista, mirando las cosas desde 1975, puede conducir a atribuir al régimen franquista todo lo positivo que ha ocurrido desde 1939.

Lo más conveniente para comprender la naturaleza del franquismo, y para valorar sus consecuencias a largo plazo, es examinarlo en sus comienzos, en 1939, que es cuando se nos aparecen sus propósitos libres de disfraces e interferencias.

Limitarse a comprobar, por ejemplo, que la economía española creció considerablemente en la década de los sesenta sirve de poco, puesto que tal crecimiento fue inducido desde fuera, por una Europa que progresaba rápidamente y necesitaba de la mano de obra que podía proporcionarle la atrasada economía española.

LOS OBJETIVOS DEL LEVANTAMIENTO DE 1936

Los sublevados de julio de 1936 sostuvieron siempre que el suyo había sido un movimiento contrarrevolucionario “preventivo”, que se adelantó en pocos días a otro de inspiración comunista que, de haberse llevado a cabo, hubiera significado la liquidación sangrienta de las “gentes de orden”.

Desde el primer momento quedaría claro que se trataba de liquidar la democracia y el parlamentarismo para establecer, de entrada, lo que el propio Franco llamaría una dictadura militar. Como lo de la dictadura estaba mal visto a escala internacional, pronto se abandonó esta denominación, pero la realidad no cambió por ello, ya que, sea como fuere que se le llamara, no era otra cosa que un régimen autoritario cuya jefatura vitalicia estaba reservada para Franco, en concepto de Caudillo, y que, como diría Ridruejo, “el Caudillo no está limitado más que por su propia voluntad”.

Franco abominaba del siglo XIX español, hasta llegar a manifestarse en términos como los siguientes: “El siglo XIX, que nosotros hubiéramos querido borrar de nuestra historia”. No podía borrarlo, pero podía retrotraer las instituciones políticas a formas semejantes a las de la monarquía absoluta anterior a 1808, como en efecto hizo.

Está claro que estos hombres querían un cambio profundo y radical en la sociedad española, y no se contentaban con el simple propósito, esgrimido en el momento de sublevarse, de frenar el avance de la “revolución”, ni aun con el de liquidar la república y el sistema parlamentario. Sabían, sin embargo, que el apoyo popular que habían encontrado para enfrentase contra el gobierno que estaba en el poder en julio de 1936 no implicaba un cheque en blanco para ir tan lejos.

LOS MEDIOS DE ACCIÓN: FUNCIÓN POLÍTICA DE LA REPRESIÓN

El tema de la represión fue manipulado por los franquistas desde los primeros momentos de la guerra y ha seguido siéndolo hasta la actualidad. La represión tuvo unas características y, sobre todo, una función muy distinta en el campo republicano y en el franquista.

En el bando republicano, los máximos dirigentes políticos condenaron los excesos y se esforzaron por limitarlos.

En el otro bando, el exceso y la violencia fueron alentados y legalizados por los propios dirigentes. La razón de ello es muy simple; la represión cumplía en el campo franquista una función política fundamental, ligada a las necesidades de una guerra de clases de los menos contra los más: la de paralizar al enemigo por el terror.

No debe creerse, tampoco, que esta vaguedad fuese exclusiva de los primeros días de guerra. En 1939 se publicaba un estudio jurídico en que se sostenía que se podía delinquir involuntariamente, puesto que en lo referente a “excitación a la rebelión”, “la voluntariedad no es requisito indispensable para que se produzca plenamente”.

Habrá que suponer que las 57.662 víctimas en que estimaba el total de la represión franquista durante la guerra pueden convertirse en unas 150.000. Y que, si les añadimos los 23.000 ejecutados posteriormente el total puede elevarse a unas 175.000 personas.

LAS CONSECUENCIAS

¿Cuáles fueron las consecuencias para la sociedad española de semejante proyecto, aplicado con tales medios? Lo primero que debe quedar claro es que los efectos se extendieron a todos los campos de la vida colectiva, desde la economía a la cultura. Por razones de comodidad, y por la evidente trascendencia que tiene, me limitaré aquí a considerar un aspecto: el del crecimiento económico.

Conviene, para empezar, establecer cuáles eran las ideas económicas de Franco. Franco leía, anotaba y seleccionaba los informes de sus asesores políticos y económicos, y sólo autorizaba la puesta en práctica de aquellas ideas que merecían su aprobación personal. Era él quien decidía e última instancia, sin delegar en nadie esta facultad.

Veamos pues, cual era el pensamiento económico de Franco. Su idea básica era que el sistema democrático, con la pluralidad de partidos políticos y con los sindicatos de clase, representaba un obstáculo para el crecimiento económico.

El corolario lógico del supuesto de que la economía española anterior a 1936 funcionaba mal por culpa de los partidos y de los sindicatos era que bastaba con suprimirlos para que todo marchase bien.

El fracaso económico del primer franquismo obligará más adelante a abandonar estas ideas simplistas y a escuchar a los economistas. Franco lo hará a regañadientes, sin aceptar jamás planteamientos de signo puramente liberal, y adoptará con entusiasmo la idea de la planificación, que permite volver a atribuir los méritos del crecimiento económico al dirigismo, o sea, a la conducción providencial del jefe supremo.

Sin embargo, los máximos dirigentes del franquismo cerraban los ojos a la realidad y, en los peores momentos, celebraban avances y victorias que no existían más que en su imaginación. Franco afirmaba, en 1950, que estaba realizándose ya “la promesa que un día hicimos de elevar el nivel de los trabajadores españoles”.

Fue más tarde cuando la economía española comenzó a despertar y alcanzó tasas de crecimiento muy notables, aunque es seguro que hubieran sido todavía mayores de haberse encontrado plenamente asociada a la Comunidad Económica Europea, lo cual no ocurrió por culpa de la persistencia del franquismo. Que nos costó un retraso de entre diez y quince años en nuestro crecimiento económico.

Está claro, sin embargo, que las consecuencias retardatarias del franquismo no se ejercieron solamente sobre la economía, sino sobre todos los terrenos de la vida española, incluyendo el de la propia cultura.

Un balance como éste podría hacerse en otros muchos campos. Y es necesario que se haga, para que tomemos conciencia de los costes sociales del franquismo y para que nos inmunicemos colectivamente contra cualquier tentación de prestar oídos a quienes nos propongan repetir una aventura tan desastrosa. Porque lo peor es que, encima, este gran fracaso nos costó sangre, exilio, hambre y sufrimiento.

CAPITULO 2. FALANGE Y FRANQUISMO

INTRODUCCIÓN

En lo que va de siglo, España ha vivido el reinado y la caída de un monarca, el establecimiento y la caída de una república, dos dictaduras y, finalmente, el retorno de la monarquía.

Ochenta años es poco tiempo para una carrera tan variada. Lo que impresiona al observador externo es el hecho de que la mitad de esos ochenta años fueran ocupados por un solo régimen.

¿Cómo fue posible que durara tanto el régimen encabezado por Franco? La lucha contra la democracia, de la que la guerra civil fue el sangriento inicio, sin duda constituía uno de los principales ejes sobre los cuales se movía el régimen franquista. Si bien la represión era un punto de apoyo fundamental del régimen, no era el único. La competencia entre los diferentes grupos que en el régimen participaban por conseguir y mantener una parcela de poder dentro del marco de un sistema político, supuestamente de partido único, que no permitía la hegemonía absoluta de ningún grupo en solitario era el segundo eje.

Será esta parte del franquismo, el objeto de examen del presente trabajo.

EL EMPUJE FINAL PARA LA CONQUISTA DEL ESTADO, 1936-1939

Todas las fuerzas que habían hecho la guerra en el lado nacionalista tenían el común interés de la destrucción de la segunda república; pero nunca habían compartido un único criterio en cuanto a qué sistema poner en su lugar.

Cuando, a finales de 1936, tanto carlistas como falangistas pretendieron establecer sus propias academias militares para sus respectivas milicias, dejó de parecer inofensiva la independencia política. Un nuevo decreto, de diciembre de 1936, acabó con la autonomía de las milicias, que pasaron a depender directamente de la jerarquía y autoridades militares.

El decreto número 255, llamado de Unificación de Partidos, del 19 de abril de 1937, unía a falangistas y carlitas en un solo partido (FET y de las JONS), disolvía todas las demás organizaciones políticas y nombraba a Franco jefe nacional de la nueva entidad.

Franco había tolerado las múltiples reuniones, viajes, gestiones de canjes, declaraciones en la Prensa, elecciones de jerarquía, etcétera, de falangistas y carlistas (sobre todo de los primeros) durante seis meses, a pesar de la prohibición de tales actividades decretada en septiembre de 1936. En parte, sin duda, semejante tolerancia debía mucho a que, en contrapartida, los partidos

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