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HISTORIA DE UN RIO

Maycuen11 de Febrero de 2014

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HISTORIA DE UN RIO

Braulio estaba sentado en una roca de la orilla; bostezaba aburrido ante la perspectiva de una pesca escasa.

La verdad este no era un deporte muy adecuado para sus trece años. Se estaba haciendo tarde y temía volver a casa de vacío; de repente notó un fuerte tirón de la caña. -Ahora sí que he pescado algo grande. Esta vez no se me escapa.

Clavó la caña con fuerza entre dos piedras y rápidamente cogió una red para sacar la trucha que debía de estar enganchada en el anzuelo. Tiró con mucho cuidado para que no se le escapase, pero cuando la pieza apareció de debajo del agua, se llevó una desagradable sorpresa.

- ¡Qué asco! Ya ni siquiera se puede pescar en este río-dijo enfadado, mientras intentaba soltar del anzuelo, un zapato que se había enganchado en él.

Se indigno tanto que se salió del agua y empezó a recoger todos los útiles de pescar.

-¡Ya está bien! No pienso perder más mi tiempo con la dichosa manía de mi madre: “Braulio ve a pescar, seguro que te distraes”. Yo no vuelvo más por aquí, cada vez hay más basura en el rio, no me explico cómo la gente no cuida lo más importante que tenemos, mira que el sitio de tirar un zapato ¡es indignante! Braulio era un chico muy concienciado con los problemas que la escasez de agua estaba generando en gran parte del planeta.

Muchas veces pensaba que cuando fuera mayor se iba a hacer voluntario de Greenpeace para defender los derechos de la Tierra; Mientras lo guardaba todo, le pareció escuchar que alguien le llamaba.

Miró por todos lados pero no vio a nadie.

-¡Eh, Braulio Esta vez estaba seguro, lo había vuelto a oír pero… ¿de dónde salía la voz?

-Aquí, soy yo.

-¿Quién anda ahí? -preguntó asustado sin encontrar a la persona que le estaba hablando-.

-Estará escondido detrás de los árboles, pensó-. ¡Que salga quien sea! Es de cobardes esconderse.

Por un momento estuvo a punto de echar a correr y buscar ayuda. No se podía esperar nada bueno de alguien que le llamaba y no daba la cara.

-Aquí, soy yo, el río, ¿es que no me ves? Has estado pescando toda la tarde en mis aguas; bueno, más bien intentándolo.

El chico de repente creyó que estaba sufriendo alucinaciones, había venido sin gorra y, claro, pensó que le había dado una insolación.

-Me está bien empleado, mi madre me lo tiene dicho:”Braulio, no te olvides de la gorra que el sol pega muy fuerte en verano”

-Perdona, pero no lo estás soñando, te estoy hablando yo, el río en el que te bañabas hasta hace poco ¿Es que ya no te gustan mis aguas? Braulio seguía sorprendido, no sabía qué hacer pero, la voz que le llamaba era tan tranquilizadora que, casi sin darse cuenta, como si fuera lo más normal del mundo, se fue calmando y mirando a la corriente de agua contestó:

-Me gustaban antes cuando estaban limpias pero, ahora, ya ves lo que he pescado en ellas, un zapato viejo. Todo se está contaminando -dijo con pena.

-Pero, yo no tengo la culpa; habéis sido vosotros, los humanos los que me habéis maltratado y humillado, manchado el cauce por el que corro desde hace miles de años. ¿Te crees que me gusta? Antes los guijarros relucían cuando los rayos del sol se reflejaban en ellos, ahora casi no se ven; mi agua baja muy turbia.

Braulio volvió a mirar a todos lados, seguía sin creer que estaba hablando con un accidente geográfico-era así cómo se llamaba a los ríos cuando los estudiaba en la escuela- sin embargo, por allí no había nadie que pudiese reírse de él, así que como no sabía qué hacer, se sentó encima de los juncos que había en la orilla y escuchó al rio Grande que siguió hablándole:

-Te contaré mi historia y comprenderás cómo mi deterioro se debe casi todo, al mal uso que han hecho de mí las personas -

Braulio escuchó en silencio; reconocía que el río tenía toda la razón

-Bueno, yo sé que ese es tu nombre porque he oído a tu madre miles de veces pronunciarlo cuando te bañabas, aquí, en este remanso y, no siempre le hacías caso, Braulio por aquí, Braulio por allá; necesito que alguien me defienda, además haciéndolo, defenderás los derechos de tus hijos y de tus nietos cuando los tengas; las personas necesitan tener agua limpia en sus ríos. Escúchame con atención:

Hace muchísimo tiempo nací en medio de dos gigantescas montañas. Desde que me asomé entre las rocas, corrí alegremente hasta la desembocadura en el mar. Siempre estaba contento porque todo lo que me rodeaba era hermoso. Durante todo el camino que hacía desde la montaña hasta el valle, me acompañaban frondosos bosques llenos de árboles corpulentos que introducían sus raíces por debajo de la tierra húmeda hasta llegar a mí.

En el cauce superior, yo corría más rápido entre las rocas; se me antojaba que me deslizaba por toboganes esculpidos en mi lecho que, a veces, formaban grandes cascadas. Después, cuando recorría el valle, lo hacía con más tranquilidad; allí nadaban reposadamente las truchas y los barbos, haciéndome cosquillas cuando rozaban los guijarros con sus aletas y, por fin, después de muchos kilómetros avanzando, me encontraba con el mar.

Durante los momentos en que el agua dulce salía a mi encuentro para saludarme, algunas especies marinas que habitan en los estuarios entraban en contacto conmigo; los camarones y los cangrejos, vivían allí y servían de alimento a montones de aves migratorias: aparecían los patos salvajes, y las pequeñas zancudas que encontraban su comida entre los fondos del estuario. La vida bullía por todas partes y todo era gracias a mí.

-La verdad es que debe de ser bonito viajar desde las montañas hasta el mar entre tanta naturaleza- interrumpió Braulio.

-Antes sí, pero ahora las cosas no son lo mismo. En la época de la que te hablo, bajaban a mí los habitantes de los bosques: las hadas, las ninfas, los gnomos, los elfos y otros seres que, por estar siempre ocultos no te puedes ni imaginar que existen. Todos los días se aseaban en mi orilla y pasaban mucho tiempo bañándose y jugando conmigo.

Después se tendían sobre el lecho de hojas que había en mis orillas hasta que se secaban bien sus alas y sus ropas de seda. Luego llegaba el momento en el que las hadas y las ninfas se peinaban sus largos cabellos. Ellas llevaban siempre peines con púas finísimas que les hacían los duendes con las acídulas de los pinos y, entonces, mirándose en mis aguas cristalinas, que eran como espejos, empezaban a cepillarse el pelo que adornaban con flores recogidas en mis orillas o arrancadas de mis entrañas, como los nenúfares.

Así pasaban las horas, todos a mi alrededor, porque yo les surtía de agua limpia y fresca ya que el agua era imprescindible para su vida.

-Oye, me estás dejando de piedra- dijo Braulio asombrado-, ¿de verdad existen los seres mágicos del bosque? yo no me lo creía pero, si tú lo dices… Y, ahora, ¿siguen bajando a bañarse en tus aguas?

-Ahora no- contestó el rio Grande con tristeza-, hace tiempo que no veo a ninguno; ellos necesitan el agua limpia para vivir, si no mueren. Braulio se quedó muy triste y pensativo, era una pena que esos personajes tan maravillosos hubiesen desaparecido de la tierra. El chico observó que poco a poco los pájaros habían dejado de cantar y los insectos de zumbar, parecía que todos escuchaban la historia del rio Grande. -

Sigue contándome tu vida, por favor,- le suplicó.

-Bien, cuando se marchaban los seres mágicos del bosque, llegaban los animales a beber. Había infinidad de aves, jabalíes, ciervos, corzos, pequeños conejos, garduñas y otros roedores; pero el más temido por todos era el oso. Normalmente, cuando este último estaba cerca de mis orillas, los demás animales se escondían y cuando él se marchaba, acudían los demás contentos ya, porque el peligro había pasado.

Cuando más me divertía era en la época en que los salmones regresaban a su lugar de nacimiento. Disfrutaba jugando con los osos y con estos gigantescos pescados, aunque, a veces, sufría cuando veía el esfuerzo que hacían los pobres para remontar mis aguas sin que pudiera ayudarles.

Pasó mucho sin que nada enturbiara mi vida, hasta que un día llegaron a mis orillas unos seres que nunca había visto. Ahora, ya sé que eran hombres, pero en aquella época me parecieron unos animales muy extraños; me sorprendía verlos andar sobre dos patas y que se entendieran entre ellos de forma diferente.

Luego supe que vosotros os comunicáis por medio del habla. Estuvieron bañándose en mis aguas y, después, descansaron en mi orilla como hacían mis amigas las ninfas y las hadas; a partir de entonces se quedaron a vivir cerca de mí y desde aquel instante empezó mi decadencia. Observé con tristeza que desde que los hombres llegaron, los seres mágicos de los bosques no bajaban tanto, solo aprovechaban para hacerlo, cuando los otros estaban dormidos; yo creo que les tenían miedo.

Un día, todavía lo recuerdo con tristeza, algunos ciervos y jabalíes estaban pastando tranquilamente cerca de mí, un grupo de hombres apareció chillando, llevando en sus manos palos largos terminados en puntas de piedra. Los animales salieron asustados corriendo, pero los que no pudieron escapar acabaron muriendo atravesados por aquellas varas tan peligrosas.

Fue la primera vez que asistí a una cacería. No me gustó nada, observé en aquellos seres una violencia que no había visto nunca en mis amigos, ellos siempre mataban cuando tenían hambre, pero aquella vez me pareció que los humanos lo hacían también para divertirse y, desde aquel momento, todo a mí alrededor empezó a experimentar grandes cambios.

Ese

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