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Hernan Cortez


Enviado por   •  14 de Mayo de 2015  •  3.909 Palabras (16 Páginas)  •  132 Visitas

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Hernán Cortés representa, para la cultura mexicana, un personaje singular que en sí mismo encarna las contradicciones, desgarramientos, enfrentamientos y polémicas mil, desarrolladas durante centurias.

En efecto, es tratado y considerado según el prisma ideológico-político a través del cual se le aborde. Para unos constituirá el cúmulo de vicios e indecencias que un sector de la población mexicana tiende a vertir en la figura del español en cuanto conquistador; para otros, en cambio, representará la viva imagen de la hidalguía y, sobre todo, de los valores propios del catolicismo.

Por lo común, los sectores conservadores tradicionalistas tienden a expresarse sobre Hernán Cortés de manera harto favorable, encumbrándolo a la categoría de héroe civilizador; por el contrario, los sectores liberales progresistas tienden a ser severos en sus críticas en torno a este personaje, en el cual creen ver la audacia y a la vez la hipocresía con la que identifican la labor de los conquistadores.

Vicente Riva Palacios, consciente de lo polémico que es la figura de Hernán Cortés, fue sumamente cuidadoso en el desarrollo de la disertación que aquí publicamos. Buscando evitar el meterse en camisa de once varas, mide cuidadosamente todos y cada uno de sus argumentos, opiniones y críticas, con el fin de mantener un equilibrio en su disertación, para lograr transcribir las tan encontradas opiniones que en México se tiene sobre este personaje.

La recreación histórica que hace del panorama cultural existente en torno a la idea misma de conquista, así como del papel que en aquella época otorgábasele al Nuevo Mundo y a sus autóctonos habitantes, es elogiable, y si bien la figura de Hernán Cortés es tratada con pinzas buscando evitar cualquier exabrupto u opinión a la ligera, la disertación, en su conjunto, parécenos sumamente interesante y enriquecedora.

Esperamos que la misma opinión manifiesten todos aquellos que la lean.

Chantal López y Omar Cortés

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Señores: Como pequeña y vigorosa semilla depositada en fértil y bien preparado terreno, germina y se convierte en robusta planta asimilando a su organismo los ricos elementos que le brinda el suelo en donde extiende sus raíces y la atmósfera en que flotan sus hojas, así muchas veces un pensamiento, una palabra, brotando tal vez por casualidad, engendran empeñadas y luminosas discusiones y origen son de laboriosos y fecundos estudios, si esa palabra o ese pensamiento han sido recogidos por hombres cuyo saber e inteligencia puedan compararse al fértil terreno que acoge y vivifica la semilla que debe convertirse en árbol gigantesco. A tan próspera suerte está llamada sin duda alguna la pasajera cuestión suscitada por mí en el seno de esta sociedad literaria, con ocasión del criterio histórico y filosófico que debe aplicarse para juzgar la conducta del conquistador de México, don Hernando Cortés, cuya figura se ha presentado por los historiadores unas veces con las colosales proporciones de un héroe y otras con el odioso aspecto de un ser monstruoso.

Extrañamente fecundo y verdaderamente trascendental considero el estudio de esta cuestión, no porque de ella sea objeto la personalidad del afortunado aventurero español, pues como he tenido la honra de manifestar al Liceo hace poco tiempo, al dar lectura al último capítulo de mi historia de la dominación española en México, no soy en sociología partidario de la teoría del grande hombre, ni creo que las evoluciones sociales se determinan por la influencia de un personaje, ni admito que el momento histórico dependa de circunstancias y ocasiones actuales, sino que todos los grandes movimientos son el resultado de lentas pero constantes preparaciones que acumulándose fatal e irremisiblemente, llegan a determinar la manifestación aparente del fenómeno histórico o social que tiene como representante a un hombre, llámese Mahoma o Lutero, Alejandro Magno o César, Washington o Hidalgo, Bolívar o Napoleón I; que los pueblos y las generaciones que tienen héroes, son pueblos y generaciones vigorosos y enérgicos; que los pueblos débiles y corrompidos tienen necesariamente que ser la causa de la existencia de los conquistadores y de los tiranos: la corrupción romana y no Agripina dieron vida e imperio a Nerón, la debilidad del reino de los godos y no el conde don ]ulián, llevó a Espafia los ejércitos mahometanos, y la figura del Cid es el emblema de una generación robustecida por los combates, y Trajano y los Antoninos, la encarnación pasajera de un pueblo luchando por regenerarse. Pero entraña el asunto histórico y filosófico de que hoy nos ocupamos, el estudio de las diversas fases que presentan la religión, la moral, el derecho internacional y el privado, las ciencias, la literatura y el arte de la guerra en los siglos XVI y XIX, porque de la justa y rigurosa comparación de esas dos épocas debe sólo brotar la luz a la que debe examinarse el cuadro, que los paisajes ofrecen engañosas apariencias si la colocación y la hora del día son para el espectador origen de dificultades subjetivas y de objetivas complicaciones y variedades.

A primera vista y con la costumbre que tenemos de presentar con cuánta facilidad se escribe la historia o la biografía de un hombre, parece la empresa más sencilla formar el juicio crítico de la conducta de aquel mismo hombre; pero acometiendo ese trabajo, llamando como auxiliares a todas las circunstancias que debe tener presentes el crítico para lanzar un fallo severo, imparcial, razonado y digno de la época científica que hoy alcanza la humanidad, los escollos aparecen enormes, engañosa la ruta y débil el brazo que empuña el timón.

Muévese el hombre y se decide a obrar en un determinado sentido, no obedeciendo sólo al impulso de sus propias tendencias y aspiraciones que en complicada combinación ha recibido de sus antepasados, sino le deciden, también impulsándole, deteniéndole o extraviando su marcha, las extrañas sugestiones del medio en que vive y del influjo que sobre él ejercen otros hombres sujetos a su turno al poder irresistible de los acontecimientos. Por eso tan difícil va haciéndose ya el papel del historiador, que necesita en nuestra época, más que en ninguna otra, extensos y variados conocimientos en todas las ciencias, pues todas ellas llegan a enlazarse para mostrar los diferentes factores que han producido el nacimiento, el desarrollo, las desgracias, las glorias y la desaparición de las razas, de los pueblos y de las nacionalidades; y en vano pretenderá llamarse historia la narración

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