Historia Posmoderna
iaioar11 de Marzo de 2014
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Foucault y el poder de la verdad – ESTHER DIAZ
La diferencia como lo impensado de la cultura.
Foucault indagó a los diferentes respetando sus diferencias. Se ocupo específicamente de estudiar las exclusiones y los esfuerzos de los poderosos por domesticar a locos, pobres, obreros, escolares, presos, homosexuales, enfermos, en fin, aquellos que alteran o pueden llegar a alterar el orden social. Analizo las prácticas utilizadas para sujetarlos a disciplinas que los conviertan en previsibles, dóciles y manipulables. Su manera de hacer filosofía es muy poco frecuente, ya que, la filosofía occidental surgió, creció y se mantiene, negando la diferencia, es decir, escamoteándola para establecer que lo diferente, en realidad, siempre resulta factible de ser subsumido en lo mismo.
Parménides, uno de los primeros filósofos occidentales, considera que lo verdadero es lo idéntico a sí mismo, lo inmóvil y permanente, lo que no cambia nunca. Esa concepción acerca de un ser inmutable e invisible inaugura el análisis metafísico, cuyo cometido principal es enunciar construcciones lingüísticas y atribuirles propiedades eternas, en detrimento de los seres terrestres que son mera apariencia. Platón refuerza esta hipótesis al imaginar un mundo de las ideas donde residen los modelos originarios de todos los seres mundanos. Estos últimos son copias o simulacros, seres de segunda en relación al ser ideal y trascendente.
La teoría occidental religiosa, filosófica y científica, lo único que comparten es el realismo de las ideas. Dios es real, lo es también el Ser, lo son las leyes científicas. Los humanos y los demás entes somos, en cambio, simple apariencia. Tenemos la capacidad de conocer lo ideal e infinito mediante algo que parece trascendernos: el pensamiento racional.
La filosofía, considera que lo verdadero habita mas allá de lo fatico y absorbe todas las diferencias; aunque paradójicamente esas formas reales pero ideales, adquieren distintos nombres y connotaciones según las diferentes épocas o según las distintas corrientes teoricas (El “Ser”, la “esencia”, lo “Uno”, el “Motor Inmóvil”, “Dios”, la “estructura” y las “leyes científicas”).
En el siglo XIX Nietzsche, con una intensidad inusitada, aborda la critica a los sustancialismos desenmascarando el engaño; resistiéndose a conceder que lo múltiple se reduzca a lo uno, lo cambiante a lo inmóvil, lo diferente a lo mismo y lo complejo a lo simple. Resistiéndose a que la multiplicidad de lo real se explique mediante principios ideales y falazmente “igualadores”.
Solo la ciencia se arroga hoy el derecho de conocer verdades “objetivas”. Esta falacia se alimenta en la robustez de las contrastaciones empíricas exitosas y en la posibilidad de simbolizar ciertas proposiciones científicas. No se tiene en cuenta, por un lado, que esas contrastaciones siempre son limitadas, ya que nunca se puede contrastar todos los casos a los que refiere la ley, tanto en disciplinas naturales como humanas. Por otro, no se tiene en cuenta que las formulaciones simbólicas, lógicas o matemáticas, son entidades vacías de contenido, que no remiten a la realidad empírica, ni parten de ella. Se trata de construcciones mentales que intentan subsumir las diferencias particulares e históricas en leyes universales y atemporales.
Considerando esta característica del pensamiento único, dice Nietzsche:
Todo concepto surge de afirmar como igual lo no igual. Porque, por cierto, no hay dos hojas iguales, el concepto de hoja se forma por renuncia deliberada de las diferencias individuales, por un olvido de los distintivo y despierta así la idea de que en la naturaleza, además de las hojas existiera la “Hoja” [ideal], algo así como una forma primordial según la cual todas las hojas hubieran sido urdidas, diseñadas, delineadas, coloreadas, curvadas,
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