Imperio Medio.
Daniel De LeónResumen7 de Diciembre de 2016
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“IMPERIO MEDIO”
Los tiempos confusos y poco conocidos de la decadencia duraron aproximadamente dos cientos años, y las cosas llegaron a tal extremo, y las cosas llegaron a tal extremo, que el país de los egipcios hubo de volver a ser unificado por un príncipe enérgico. El soberano a quien correspondió esta misión histórica se llamaba Mentuhotep ll. El periodo de auge provocado por este y conocido con el nombre del imperio Medio abarca las dinastías XI y XII (2040-1786 a.C.). Mentuhotep era oriundo de la ciudad de Tebas, en Alto Egipto, donde sus antepasados habían reinado, y a esta ciudad le estaba reservado, con la prosperidad de aquel, un gran futuro.
Los príncipes tebanos se hicieron construir sus lugares de reposo eterno en los valles recosos al oeste del rio. Mentuhotep se hizo edificar un templo funerario en la cuenca del valle Deir-el-Bahari, cuyo elemento arquitectónico principal consiste en una sala hipóstila en cuyo centro se levanta, sobre un fundamento, una pirámide. Así, pues, vemos empleada aquí nuevamente de modo simbólico, aunque en proporciones mucho más reducidas, la forma clásica de tumba de los faraones del Antiguo Imperio.
En un sótano debajo de la pirámide se encontraba un sarcófago vacío y una imagen sentada del monarca, envuelta en vendas como un cadáver. El rey lleva la corona Bajo Egipto -¡un recuerdo del Imperio de Menfis!-, y emana de la imagen de arenisca policromada una gran fuerza, como si en esta representación de un nuevo unificador del imperio el artista hubiera tenido especial empeño en volver a conjurar, en la reproducción, la antiquísima magia del poder real. Proviene de una capilla de Gebelen, al Sur de Tebas, la representación en relieve del rey, tocado con la corona del Alto Egipto, en el acto de dar muerte a un enemigo extranjero.
El imperio “Medio” instaurado por Mentuhotep alcanzó su máximo florecimiento durante la XII dinastía, en la que alternan uno con otro los nombres de los reyes Amenemhet y Sesostris.
Va ligado a este linaje real el ascenso de su dios protector, Amón, que a partir de este momento se conviene, en la nueva capital del Imperio, Tebas, en el dios principal. En esta nueva época de auge se recobra también el ejército del arte, en lo que se afirma por primera vez que, para el artista egipcio se habían creado en el Antiguo Imperio, de una vez para todas, los modelos eternos de un arte verdadero.
Sin embargo, lo que constituye la conquista más propia del arte del Antiguo Imperio, aquello en que consistía primeramente el avance inolvidable, esto era, por supuesto, inimitable, y así vuelve a ocurrir siempre que los individuos o los pueblos que por sensibilidad es reflexivamente se aplican a la imitación de un gran modelo conservan, sin duda, los valores culturales o podrán lograr acaso perfecciones formales, pero deja inevitablemente de captar, en cambio, aquellos precisamente que en el modelo era digno de la admiración. Y es que las mayores realizaciones únicas en el sentido literal de la palabra y el equilibrio entre forma y naturaleza alcanzando la época de las pirámides se perdieron irremediablemente junto el viejo mundo.
Constituye una consecuencia ineludible de la admisión tenaz del arte egipcio a determinadas formas de la representación el que nos resulte difícil hacer justicia a la peculiaridad del arte posterior, y entendemos por tal todas aquellas creaciones que presuponen el arte del Antiguo Imperio. Y sin embargo, cada una de las grandes épocas posee su fisonomía propia.
El arte del retrato real es el verdadero espejo de las grandes épocas egipcias, y nadie, en presencia de Sesostris II o de Amenemhet III, encontrará en estos descendientes la serenidad majestuosa o la dignidad natural de los constructores de las piramides, pese a que se esforzaran tan manifiestamente por seguir el ejemplo de sus grandes predecesores.
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