Isaías: el libro de Isaias
arminelyResumen28 de Marzo de 2014
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ISAÍAS: EL LIBRO DE ISAÍAS
1. Estructura literaria. El libro canónico que ha llegado a nosotros con el nombre de I. es una colección de oráculos de diversas épocas. Sin prejuzgarlo de antemano, puede dividirse en tres grandes partes: a) cap. 1-39 en los que se incluyen oráculos dirigidos a los contemporáneos de Isaías en el s. viii a. C.; b) cap. 40-55, parecen dirigidos a los judíos deportados en Babilonia en los últimos años del exilio (s. vi a. C.); c) cap. 56-66, más dirigidos a los judíos repatriados de Palestina en la época de la dominación persa (s. v a. C.). Como se deduce de esta somera exposición, los oráculos isaianos parecen escalonarse a lo largo de tres siglos; los de la primera sección responden a las preocupaciones de los tiempos de la invasión asiria; en cambio, las panorámicas de las secciones b y c responden a preocupaciones de gentes alejadas del horizonte de I. al menos en dos siglos. Esto plantea una serie de problemas críticos que abordaremos en el apartado siguiente.
Dentro de las tres grandes secciones apuntadas es preciso concretar subdivisiones, en las que algunas colecciones fragmentarias han tenido vida aparte antes de ser incorporadas a la sección general de la actual compilación. Podemos distinguir las siguientes, agrupadas en capítulos:
Primera parte: cap. 1-39. a) Oráculos relativos a Judá y a Jerusalén: 1-12; b) Oráculos relativos a las naciones extranjeras: Babilonia, Asiria, Filistea, Moab, Siria, Etiopía, Egipto, Edom, Cedar, Tiro: 13-23. Los relativos a Babilonia, 13-14, parece que son de época posterior, y debieron insertarse en la segunda parte del libro actual; c) Sección apocalíptica: 24-27. Por su contenido y estilo algunos la consideran de época reciente (s. iv-ii a. C.) cuando esta literatura apocalíptica se puso de moda en la comunidad judía, al fin de la época persa y a principios de la helenística; d) Oráculos sobre Judá: 28-33; e) Oráculos escatológicos: 34-35; por su contenido son considerados como de época posexílica; f) Sección histórica: 36-39, tomada de 2 Reg 18-20.
Segunda Parte: cap. 40-55. a) Próxima liberación de Israel: 40-48; b) Consolación de Israel, el «Siervo de Yahwéh» : 48-55.
Tercera parte: cap. 56-66. a) Oráculos relativos a la vida social y religiosa: 56-59; b) Gloria y felicidad de la nueva Sión: 60-62; c) El juicio divino y confesión: 63-64; d) Promesa y amenazas: 65-66.
En este somero esquema se ve la heterogeneidad de oráculos de diversas épocas; sólo una parte de ellos puede adscribirse con seguridad a l., que ejerció su ministerio en la segunda mitad del s. viii a. C. La ordenación de estos oráculos no es estrictamente cronológica ni completamente lógica, sino que algunos están yuxtapuestos según criterio desconocido por un compilador posterior al exilio, el cual se inspiró tal vez en la distribución de los oráculos del libro de Ezequiel. (En 2 Par 36,22 ss. y Esd 1,1-3 parece atribuirse la profecía de Is 44,28, relativa a la restauración del Templo de Jerusalén por Ciro a jeremías; lo que probaría que en el tiempo en que fueron redactados 2 Par y Esd no estarían aún incluidos en el libro de I. los cap. 44-46).
2. Autor y composición del libro. Hasta el s. XVIII la tradición judoo-cristiana, con excepción de IbnEsra (s. XII), mantuvo como tesis recibida la autenticidad isaiana de todos los capítulos del libro canónico llamado de I. Pero los críticos, basándose en ciertas observaciones de índole histórico-literaria, empezaron a proponer la hipótesis de que, al menos, puede haber dos o tres manos redaccionales en dicha obra. Así B. Duhm supone tres autores: a. Proto-Isaías (cap. 1-39, con algunas excepciones en 13-14 y 24-27): sustancialmente obra de L; b. Deutero-Isaías (cap. 40-55): un autor de la época de la cautividad de Babilonia anuncia la próxima liberación ante el advenimiento del conquistador Ciro de Persia; c. Trito-Isaías (cap. 56-66): obra de un autor repatriado que hacia el s. v a. C. consuela a sus compatriotas con anuncios oraculares deslumbrantes sobre la nueva sociedad teocrática o mesiánica (B. Duhm, Das Buchlesaia, Gotinga 1892; esta opinión es mantenida después por E. KSnig, S. R. Driver, J. Meinhold, J. Skinner, O. Eissfeldt, H. Bressmann, K. Budde, S. Mowinckel). Esta hipótesis de pluralidad de redactores en la composición del actual libro del I. es más o menos compartida por algunos representantes de la exégesis católica (así A. Condamin, F. Feldmann, P. Auvray y J. Steinmann). Los argumentos que avalan esta hipótesis son de triple índole:
1) Argumento histórico. En la primera parte del libro (cap. 1-39) el horizonte histórico es el del s. vIII a. C., cuando el territorio de la costa siro-fenicio-palestina está a merced del invasor asirio; en cambio, en la segunda parte (40-55) aparece el coloso babilónico como apresor de una población judía deportada; incluso sé nombra concretamente al libertador Ciro, lo que nos lleva a una panorámica histórica de la segunda mitad del s. vi a. C.; en la tercera parte (56-66) se refleja la situación de la población judía ya asentada en Palestina después del exilio, en una posición muy precaria, con grandes ansias de rehabilitación. 2) Argumento literario. El estilo literario de la primera parte (1-39) se caracteriza por su fuerza y comprensión, mientras que el de los últimos capítulos (40-66) es difuso, con tendencia a la ampliación y la repetición. Esta segunda parte se distingue, sobre todo, por su propensión al lirismo desbordado, con temas que se repiten constantemente. El estilo de la primera parte es conciso e incisivo, mientras que el de la segunda es más barroco, apasionado y cálido, con muchas frases largas y envolventes. 3) Argumento doctrinal. Las ideas teológicas de la primera parte son expuestas en la segunda y tercera, pero como amplificaciones de aquélla, en especial lo relativo a la doctrina sobre Dios. Por otra parte, la idea del «resto de Israel» (v.), tan frecuente en la primera parte, no aparece en las secciones posteriores. En cambio, surge la doctrina sobre el «Siervo de Yahwéh» (v.), modesto y humilde, que a primera vista no se compagina fácilmente con el Príncipe ideal del mesianismo del «Emmanuel» (Is 7-11).
Otros autores, católicos y acatólicos, atribuyen sustancialmente al profeta I. todo el libro, salvo interpolaciones y glosas redaccionales posteriores, explicando las diferencias de lenguaje, estilo y materias por los diversos periodos y circunstancias a que se refiere el profeta y por las diversas situaciones de su vida; hay ejemplos de otros profetas con exhortaciones y medidas providenciales referentes a futuros lejanos y distintos lugares, y no se pueden poner límites a la inspiración profética (que algunos acatólicos niegan a priori). Además insisten en la identidad del nombre aplicado a Dios, «Santo de Israel», y la de temas como la trascendencia divina y la fe del «resto de Israel» a lo largo de todo el libro; y, finalmente, consideran extraño que la tradición bíblica que ha conservado e inmortalizado el nombre de otros profetas menos importantes o de cortos escritos, como el de Abdías (v.), hubiera dejado caer en olvido el autor o autores de los cap. 40-66 superiores a los profetas posteriores al destierro (así A. Kaminka, A. Vaccari, F. Spadafora, en parte E. Power, y otros).
Sin embargo, por la triple argumentación antes expuesta, muchos críticos modernos patrocinan la hipótesis de la pluralidad de autores en la redacción del actual libro canónico que la tradición atribuye a 1. La Pontificia Comisión Bíblica en una respuesta del 28 jun. 1908 contestó que estos argumentos no imposibilitaban la unicidad del autor (EB 287-290). No obstante, exegetas católicos han insistido en el reconocimiento de la pluralidad de autores y, desde la citada fecha, dicho alto organismo pontificio no ha vuelto sobre la cuestión. En uno u otro caso, el libro es canónico e inspirado. De hecho, la personalidad del profeta del s. VIII fue tan excepcional que formó escuela por sus ideas y su estilo: «Sus discípulos no son sólo los contemporáneos del profeta, los oyentes fieles de su predicación oral. Existe una escuela literaria isaiana, como hubo más tarde una escuela deuteronomista y una escuela sacerdotal. Por su poema sobre el Día de Yahwéh (Is 2,6-21), el profeta se convirtió en el maestro o inspirador de los primeros autores apocalípticos (v. APOCALIPSIS II). Por sus promesas de restauración de Jerusalén (Is 1,26; 11,3-5) apareció en tiempos del exilio como el primero de los grandes consoladores de la comunidad en la prueba» (P. Auvray, J. Steinmann, o. c. en bibl. 12-13).
El llamado Libro de la Consolación (40-55) refleja la mano redaccional de un gran profeta, de la talla de un Ezequiel, si bien sin las preocupaciones rituales de éste. En tono polémico se expone un monoteísmo dinámico frente a la variedad de los ídolos. Yahwéh actúa en la historia, y predice el futuro, y la garantía de que sus vaticinios se cumplirán es que es el Creador del mundo. Por otra parte surge una concepción universalista llena de optimismo, basada en la certeza del perdón divino. Se destaca la trascendencia divina y su providencia insondable al espíritu humano. De otro lado, el designio redentor de Dios es la clave para entender el proceso histórico de Israel y del mundo.
Los Cánticos sobre el Siervo de Yahwéh (42,1-9; 49,1-6; 50,4-11; 52,13-53,12) constituyen cuatro enclaves literarios, un tanto fuera de contexto, que en estilo oracular presenta la persona y obra de un misterioso personaje, que no se puede identificar con el pueblo de Israel como colectividad (49,5-6), con la misión de instruir a los israelitas y gentiles
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