LOS MILENARIOS
EMPRESACLICK31 de Julio de 2011
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con desenvuelta indiferencia, casi como para hacerle comprender que su osadía no es muy grata. Es un código de más o menos estricto cumplimiento, cuyos mensajes regulan el resplandor de los ascendentes y de los descendentes en el viaje hacia el vértice, cuyos caminos ascensionales e influencias son bien conocidos por el personal de la corte.
Marianna Roncalli, la madre del futuro Juan XXIII, contestó a una amiga que le preguntaba acerca de las vestiduras prelaticias de su hijo Giuseppe, nombrado monseñor: «No haga caso si mi hijo viste de obispo sin serlo; son cosas que se montan los curas entre ellos.» Y es bueno no hacer caso de ciertas rarezas que montan los prelados entre ellos. El honor es al color rojo lo que el eje paralelo a un estrábico.
Durante casi diez años se repitió en los círculos curiales el comentario de un médico que atendía desde hacía muchos años a un eminentísimo paciente. El cardenal presidía un importante dicasterio de la Curia, un conglomerado de despachos dedicados a preparar las tareas de todos los demás departamentos curiales. Cuando llegó allí, atontado y como perdido, lo compararon con un caballo que duerme de pie: con el rostro cubierto por el velo de Moisés, las ideas y las cuestiones jurídicas más complicadas no le entraban en la cabeza y de vez en cuando se daba cuenta de que había algo que se le escapaba. Le había dado por viajar sin rumbo fijo y, a veces, se pasaba todo el día vagando por un aeropuerto hasta que la policía avisaba al Vaticano para que fueran a recogerlo rápidamente...
El purpurado ofuscado recurría muy a menudo a su médico, lo llamaba a su casa y le confesaba: «Doctor, noto desde hace tiempo que tengo algo en la cabeza; no consigo explicármelo, pero me noto algo dentro.» Y el bondadoso médico siempre le aseguraba: «Quédese tranquilo, Eminencia, ya se lo he dicho muchas veces, no se preocupe, no se inquiete demasiado: ¡usted, Eminencia, en la cabeza no tiene absolutamente nada!» Y, de esta manera, el purpurado se tranquilizaba momentáneamente y se convencía de que, en realidad, no tenía nada importante en la cabeza.
Primera plegaria inútil: «Señor, lejos de ti permitir que aquellos que te rezan directamente para obtener justicia conimitativa queden desatendidos y decepcionados; y lejos de ti complacer a los que te obligan a adaptarte a sus ansias de éxito por medio de subterfugios y enredos. Amén.»
Segunda plegaria inútil: «Padre misericordioso, para tu Iglesia vale más una onza de paz que cien libras de controversias ganadas; haz que sean inofensivos los prelados polacos a los que tanto poder has otorgado en la Curia a fin de que,
Los Milenarios El Vaticano contra Dios
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frenados por ti, aprendan a no infundirnos temor. Amén.»
Tercera plegaria inútil: «¡Señor, te doy gracias por haberme arrebatado esta vez la facultad de hacérmelo encima!», decía muy emocionado y agradecido el nuevo cardenal tras haber recibido las vestiduras de su dignidad.
Cuarta plegaria inútil: «Oh, Dios, que quisiste agregar a san Matías al colegio de los apóstoles; a mí, que he sido favorecido por la suerte con la provechosa amistad de mi cardenal protector, concédeme por su intercesión ser contado entre los elegidos de la Curia. Amén.»
A los obispos dimisionarios de todo el mundo, cuyo número casi alcanza el de los que todavía ocupan el cargo, a la vista de
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