Del Milenario Egipto

Del milenario Egipto

Tras el golpe de Estado en julio del año pasado, se desataron en Egipto cientos de atentados que amenazan el retorno a la estabilidad que pregona el gobierno instaurado por el General Abdul Fatah al-Sisi. La organización yihadista (deber religioso musulmán) "Ansar Bait al-Maqdis" (Liga de Jerusalén), inspirado en Al-Qaeda, se atribuyó varios de esos atentados, pero las autoridades prefieren acusar a la "Hermandad Musulmana", a fin de declararles "organización terrorista" y justificar el golpe de Estado al gobierno islamista de Mohamed Mursi, cuya breve, sectaria e incompetente gestión terminó en un rotundo fracaso, a pesar de haber triunfado en elecciones democráticas, luego de la revolución de 2011 que derrocó al inefable dictador Hosni Mubarak.

La guerra contra el terrorismo es hoy el gran eslogan legitimador del gobierno; es el pretexto para restringir la libertad de los ciudadanos; y es, para muchos, la carta de presentación de la candidatura presidencial del jefe de las fuerzas armadas General Abdul Fatah al-Sisi, quien sigue creyendo que los militares son los únicos que pueden salvar al país del caos y la crisis que lo aqueja, por no haber comprendido, como ocurre en muchos países, que a mas de la libertad, es necesario un equilibrio de poderes, una justicia independiente y una institucionalidad que practique el pluralismo; nada de lo cual estuvo adecuadamente planteado en la última "declaración constitucional" diseñada por los islámicos y aprobada en un cuestionado referendo.

Este incierto panorama; a mas de alejar la esperanza de salir de la crisis, siembra dudas sobre unas elecciones transparentes; obliga a los "Hermandad Musulmana", despojados del poder, a volver al camino de la clandestinidad; y quizá a ejercer acciones más violentas a los yihadistas de la "Liga de Jerusalem".

Lamentable por ese Egipto del mundo, por ese país dueño de una inmensa mezcla cultural y grandes tradiciones que se mantienen desde la época de los faraones, por ese país con una historia de mas de cinco mil años de cultura y civilización.

Iniciemos un breve recorrido por esta sorprendente historia que sin contar el periodo neolítico, comienza aproximadamente en el año 3000 a.C., cuando se unifican el bajo y el alto Egipto, adoptan como principal divinidad a Hor (Horus en griego o su equivalente Apolo) y reconocen a Menes como el fundador de la primera dinastía faraónica.

Durante la tercera dinastía, el faraón Dyeser o Zoser que gobernó entre 2665 y 2645 a.C., se desarrolla un dominio del arte y la arquitectura monumental en piedra, y de esa época datan las tres colosales pirámides de la meseta de Guiza, cerca de El Cairo, cenotafios (monumentos funerarios o tumbas vacías) erigidos a insignes faraones: Guiza, al faraón Keops; Quefrén, a Jafra; y Micerino, a Menkaura. De estas tres pirámides, Guiza es una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, y la única de las siete que aún perdura.

Ya en la cuarta dinastía; la capital se establece en Menfis (nombre helenizado) ciudad fundada por el primer faraón egipcio Nemes, e inicia el periodo de mayor esplendor económico a partir de 2400 a.C. Con la quinta dinastía, el comercio y el intercambio de productos incrementan notablemente la economía, pero los egoísmos y ambiciones generan la división y el surgimiento de pequeñas dinastías territoriales. Con los príncipes de Tebas (Tebas, ciudad de las 100 puertas, como la llamó Homero en "La Iliada"), se vuelve a unificar el país, dando origen a lo que los historiadores llaman el Imperio Medio que durará hasta 1700 a.C., cuando la invasión de los hicsos desde Palestina, impone el gobierno con sus propias dinastías.

Para 1550 a.C., el faraón Amosis I, fundador de la dinastía VIII, inicia el denominado Imperio Nuevo o Imperio egipcio que se extiende hasta el 1070 a.C., siendo el periodo más próspero de Egipto y el que marcó la cúspide de su poder, mismo que lo extendieron, siguiendo el ejemplo invasor de los hicsos, al conquistar los territorios cercanos, hasta lo que hoy es Siria y por el sur hasta la actual Nubia. Nuevamente los intereses inician otro proceso divisionista, llegando a formarse más de veinte reinos distintos que vivían en constantes enfrentamientos, hasta que en el 715 a.C., el faraón Sabaco volvió a unificar una gran parte de los territorios.

Para el año 520 a.C., el imperio Persa bajo el mando del rey Cambises II, invade y termina con el imperio faraónico, estableciendo por primera vez la dependencia de Egipto de reyes extranjeros. Finalmente Alejandro Magno, rey de la provincia griega de Macedonia, en el 332 a.C., dentro de su invasión al imperio persa, conquista definitivamente Egipto.

Alejandro Magno modifica completamente la organización persa y se hizo nombrar faraón. A su muerte, el general macedonio Ptolomeo I Sóter, se proclama rey en el 305 a.C., e instaura un modelo parecido al faraónico, siempre con el repudio de los egipcios que no se resignaban a pertenecer al mundo helenístico, hasta que Cleopatra VII, la última reina del Antiguo Egipto y de la dinastía ptolemaica, a pesar de sus romances con los generales romanos Julio César y Marco Antonio, no pudo evitar el fin de la dinastía, que es derrotada en el año 31a.C.

Ya bajo el dominio romano, con la máxima autoridad que era el Prefecto nombrado por el Emperador romano, los habitantes del nuevo territorio del Imperio vieron ascender al clero cristiano y especialmente el Patriarca de Alejandría a los puestos más altos dentro de la nueva sociedad.

A la muerte del emperador romano Teodosio I, el Imperio romano de divide entre sus dos hijos: Arcadio la parte oriental y Honorio la occidental. En el año 476 d.C. Odoacro, jefe de la tribu germánica de los hérulos, de origen huno y esciro, destituye al último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo, mientras que el imperio romano de Oriente, con capital en Constantinopla, consiguió mantenerse con las provincias de Grecia, Balcanes, Palestina, Siria y Egipto.

La crisis de producción del siglo III determina la creación de latifundios y grandes concentraciones de tierras a las que no es ajena la Iglesia católica. Para ella año 527 Justiniano, emperador romano de Oriente, busca recuperar los antiguos dominios del imperio romano clásico y consigue conquistar el reino de los vándalos del norte de África, el reino Ostrogodo de Italia y gran parte del sur de la península ibérica, restableciendo el control del imperio sobre el occidente mediterráneo. A la muerte de Justiniano en el año 565 la desunión facilita las invasiones y en el 618 el imperio persa incursiona en territorio egipcio hasta que Umar ibn al-Jattab, suegro de Mahoma (mensajero de Alá) y elegido segundo califa en el 634, comienza a expandir el Islam y en el 639 conquista Egipto, cuya posición estratégica le hizo enfrentar con los cruzados cristianos y el Imperio mongol. De igual forma, la guerra entre chiitas (seguidores de Alí, amigo y primer califa de Alá que aseguran que sólo los descendientes de éste pueden liderar la comunidad musulmana) y sunitas (secta mayoritaria que sostiene que cualquier árabe puede ser líder de los musulmanes), dejó a Egipto del lado de estos últimos; y tras la muerte de Alí, lo convierte en dependencia del califato de Damasco gobernado por los omeyas desde el año 661. El Califato Omeya se extendió hasta el año 750, reemplazó el sistema de elección del califa y creó un consejo de notables para establecer un sistema puramente hereditario, que los convirtió en dinastía.

Con la llegada de los árabes hubo un notorio desarrollo, Alejandría mantuvo su importancia estratégica y comercial y El Cairo creció espectacularmente, pasando de ser un simple fortín a una gran ciudad, aunque buena parte de los beneficios terminaron en manos de los sultanes tanto de Damasco como de Bagdad. El equilibrio religioso entre el cristianismo, judaísmo e islamismo que se mantuvo durante los primeros 300 años, fue cediendo espacio hasta que la religión islámica se convierte en oficial y señala el modo de vida de toda la sociedad, dejando al resto en minoría.

Continuará,

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